jueves, 30 de agosto de 2007

Alcide De Gasperi (1881 - 1954)

F.V.D.

“Hay hombres de rapiña, hombres de poder y hombres de fe. Yo quisiera ser recordado entre estos últimos”


Alcide De Gasperi, fue un hombre político que junto con Konrad Adenauer, Robert Schuman y Jean Monnet, se le considera como "padre de Europa" en referencia a la Unión Europea. Además fue el fundador de Democracia Cristiana (Italia) y último secretario del Partido Popular Italiano.
Nació en Trento en una familia burguesa italiana, en una región que a la sazón formaba parte del Imperio Austrohúngaro.

Alcide De Gasperi se inicia en la vida política de su región y en la de Austria durante sus años universitarios en Viena. Empieza su verdadera carrera política como diputado en el parlamento austriaco en 1911. En esta época, Gasperi representa una pequeña comunidad italiana en el seno de un gran imperio multinacional. Esta experiencia le aporta una visión más global de la vida política, enriqueciéndole con una cultura más amplia, más diversa y le sirvió para fundamentar su Ideario europeísta.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, De Gasperi es el responsable del Comité de los Refugiados. Ayuda a miles de exiliados de Trento, detenidos por el gobierno austriaco por razones militares, a emigrar hacia el interior del país. Después de la anexión de Trento a Italia, al final de la guerra, se involucra, junto al Padre Luigi Sturzo, Alberto Marvelli y varios laicos y políticos, en la creación del Partido Popular Italiano (P.P.I.) (más tarde rebautizado como Democracia Cristiana, en Italia. Elegido diputado de Trento en 1921, preside el grupo parlamentario del PPI. Desempeña un papel importante en la vida política italiana hasta la llegada de Benito Mussolini al poder en 1922.

En su calidad de opositor es acusado de actividades antifascistas, es detenido y condenado a 4 años de prisión. A pesar de su liberación, queda bajo vigilancia hasta la caída del Mussolini, ocupando un puesto de empleado en la Biblioteca del Vaticano.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, De Gasperi se convierte en líder incontestable de la democracia cristiana. De 1945 a 1953, dirige 8 gobiernos sucesivos. Es ministro igualmente de Asuntos Exteriores. Hace que Italia se adhiera a la OTAN y la integra en la CECA y apoya activamente el proyecto de la CED (Comunidad Europea de Defensa).

Al principio de la reconstrucción europea, Alcide de Gasperi, Robert Schuman y Konrad Adenauer se encuentran regularmente y viven juntos las primeras grandes etapas de la construcción de Europa. Entre éxitos y fracasos, nace entre ellos una unión, una solidaridad y una estima profundas. Alcide De Gasperi consagrará los últimos años de su carrera a la edificación de la construcción europea. Dimitido por su propio partido en 1953, poco antes de su muerte, se convierte en el primer presidente la Asamblea parlamentaria de la CECA.

Murió en 1954. Actualmente la Iglesia Católica considera el proceso de su beatificación.

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lunes, 27 de agosto de 2007

La Sociedad de la Rosa Blanca

F.V.D.

Grupo organizado en la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, que abogaba por la resistencia no violenta contra el régimen.
La Rosa Blanca estaba formada por cinco estudiantes, todos ellos rondando la veintena, de la Universidad de Múnich. Hans Scholl y su hermana Sophie lideraban al resto del grupo, que incluía a Christoph Probst, Alexander Schmorell y Willi Graf. Se les unió un profesor, Kurt Huber, que preparó las dos últimas series de folletos.

Los varones de la Rosa Blanca eran veteranos de guerra, pues habían luchado tanto en el frente francés como en el ruso. Habían sido testigos de las atrocidades nazis, tanto en el campo de batalla como en el Holocausto, y eran conscientes de que el revés que la Wehrmacht había sufrido en Stalingrado finalmente llevaría a Alemania a la derrota.

Tras una larga temporada de cese en sus actividades en la segunda mitad de Julio de 1942, la Rosa Blanca adoptó una postura más enérgica contra Hitler en Febrero de 1943, repartiendo las dos últimas series de folletos y pintando eslóganes antinazis por todo Múnich, principalmente en las puertas de la Universidad. La última distribución tuvo lugar en la Universidad, el 18 de Febrero de 1943, a fin de coindicir con la salida de clase de los estudiantes.

Con la mayoría de los folletos ya repartidos en lugares importantes, Sophie Scholl tomó la decisión de subir las escaleras hasta lo alto del atrio y lanzar los últimos folletos sobre los estudiantes. Fue vista por un bedel, quien era miembro del partido Nazi, y la arrestó junto con su hermano. Los otros miembros activos cayeron pronto en redada, y tanto el grupo como todo aquel asociado con ellos fue interrogados.



Los Scholl y Probst fueron los primeros en comparecer ante el tribunal, el 22 de febrero de 1943. Se les encontró culpables de traición. Roland Freisler (el Juez Supremo del Tribunal del Pueblo de Alemania) los condenó a ser ejecutados en la guillotina ese mismo día. Los otros miembros clave del grupo también fueron decapitados más tarde aquel verano. Amigos y colegas de la Rosa Blanca, aquellos que habían ayudado en la preparación y distribución de folletos, así como recaudado dinero para la viuda e hijos pequeños de Probst, fueron sentenciados a penas de prisión entre los seis meses y los diez años.


La Rosa blanca estaba basada en principios cristianos y rechazaba el militarismo prusiano de la Alemania de Adolf Hitler, y creía en una Europa federada adherida a los principios cristianos de la libertad, tolerancia y justicia. Citando ampliamente a la Biblia, Lao Tse, Aristóteles y Novalis, así como a Goethe y Schiller, apelaban a lo que ellos consideraban la intelligentsia alemana, creyendo que ésta sería intrínsecamente opuesta al Nazismo. Al principio, los folletos se distribuyeron mediante envíos masivos por correo, en diferentes ciudades en Baviera y Austria, ya que creían que el sur de Alemania sería más receptivo a su mensaje anti-militarista.


Con la caída de la Alemania Nazi, la Rosa Blanca pasó a representar la oposición a la tiranía en la psique alemana, al no haber tenido interés en un poder personal o un auto-engrandecimiento. Su historia se hizo tan conocida que el compositor Carl Orff declaró (según algunos falsamente) a sus interrogadores aliados que fue un miembro fundador de la Rosa Blanca, siendo por ello liberado. Aunque conocía personalmente a Huber, se carece de otros indicios (salvo las palabras del propio Orff) de que estuviera realmete involucrado en el movimiento, por lo que es posible que su afirmación no tuviera otra razón de ser que evitar la cárcel.


La plaza en que se localiza el hall central de la Universidad de Múnich ha sido rebautizada "Geschwister-Scholl-Platz", en recuerdo de Hans y Sophie Scholl, y la plaza contigua, “Professor-Huber-Platz." Varios colegios, calles, y lugares en toda Alemania recibieron nombres en memoria de los miembros de la Rosa Blanca.

domingo, 26 de agosto de 2007

Santa Catalina de Siena

F.V.D.

"Si sois lo que tenéis que ser, ¡prenderéis fuego al mundo entero!"

Juan Pablo II, 16 de octubre de 1978

F.V.D.

El 16 de octubre de 1978, tras dos días de deliberaciones del cónclave, Wojtyła fue elegido sucesor de San Pedro, adoptando el nombre de Juan Pablo II, y convirtiéndose, con 58 años, en el Papa más joven del siglo y en el primero no italiano desde el flamenco Adriano VI (1522-1523). El 5 de noviembre visitó Asís, en el primero de sus 144 viajes por Italia.

El 25 de enero de 1979 comenzó el primero de sus 104 viajes fuera de Italia, a México y la República Dominicana. El último fue el 14 de agosto de 2004 al santuario mariano de Lourdes, en Francia.


Juan Pablo II se propuso el gran objetivo de posicionar a la Iglesia como faro y guía del mundo contemporáneo. Ello en cinco direcciones:

Nueva evangelización: mediante una renovación de la fidelidad a la persona de Jesús de Nazareth y su mensaje de amor universal, en especial hacia los marginados y desfavorecidos, anunciándolo a todos los pueblos, con gran preocupación por la descristianización de Europa.

Ecumenismo: mediante el diálogo y el encuentro con las demás iglesias cristianas y todas y cada una de las confesiones religiosas.

Compromiso ético y social: asumiendo la defensa de la dignidad de la persona y los derechos humanos, así como la promoción de la diversidad cultural de los pueblos y el impulso de la justicia social y la moral personal. Ha sido en este punto donde Juan Pablo II ha sido más discutido, al oponerse por igual a las dictaduras marxistas y al capitalismo liberal y, muy especialmente, en su condena del aborto, la contracepción y la fecundación artificial, en aras de una visión tradicional de la defensa de la vida y la familia. En este terreno Juan Pablo II ha mostrado una clara desconfianza hacia lo que consideraba una cultura de la muerte fruto de un materialismo occidental, al que veía como hedonista, relativista e insolidario.

Lucha por la paz: a través de la mediación en múltiples conflictos y la condena enérgica de la guerra y la carrera de armamentos, así como la incentivación de iniciativas de reconciliación y el combate de las desigualdades.

Rigor doctrinal: Juan Pablo II ha condenado las posiciones más extremas de la Teología de la Liberación pero ha sido más contundente con el ala más conservadora del catolicismo al excomulgar a monseñor Lefebvre y desautorizar su movimiento. Juan Pablo II ha dado reconocimiento a teólogos en su día sancionados o cuestionados por sus posiciones aperturistas, creándolos cardenales (Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac, Yves Congar o Walter Kasper, a quien puso al frente de la acción ecuménica de la Iglesia). Sin embargo, a través de la Congregación de la Doctrina de la Fe, presidida por Joseph Ratzinger fue inflexible con Hans Küng, ya condenado por Pablo VI, Bernhard Häring o Leonardo Boff, debido a sus posiciones reformistas en materia de teología dogmática y moral y su oposición al magisterio papal. Juan Pablo II se ha mostrado desfavorable a dar de comulgar a los divorciados vueltos a casar, al matrimonio de los sacerdotes y a la ordenación de las mujeres.

miércoles, 22 de agosto de 2007

La oración es el «encuentro de la sed de Dios con nuestra sed»...

F.V.D.

Frases del Papa BENEDCITO XVI en su catequesis de ayer, 22 de agosto,
al recoger las enseñanzas de san Gregorio Nacianceno sobre la oración...

«La oración es el encuentro de la sed de Dios con nuestra sed», «San Gregorio nos enseña, ante todo, la importancia y la necesidad de la oración, el decia que es necesario acordarse de Dios con más frecuencia de lo que respiramos», pues, como dijo el pontífice, «la oración es el encuentro de la sed de Dios con nuestra sed». «En la oración, tenemos que dirigir nuestro corazón a Dios para entregarnos a Él como ofrenda que debe ser purificada y transformada».

«En la oración vemos todo a la luz de Cristo, dejamos caer nuestras máscaras y nos sumergimos en la verdad y en la escucha de Dios, alimentando el fuego del amor». «San Gregorio sintió necesidad de acercarse a Dios para superar el cansancio de su propio yo». «Experimentó el empuje del alma, la vivacidad de un espíritu sensible y la instabilidad de la felicidad efímera. Para él, en el drama de una vida sobre la que pesaba la conciencia de su propia debilidad y de su propia miseria, siempre fue más fuerte la experiencia del amor de Dios». «Tienes una tarea --nos dice san Gregorio también a nosotros--, la tarea de encontrar la verdadera luz, de encontrar la verdadera altura de tu vida. Y tu vida consiste en encontrarte con Dios, que tiene sed de nuestra sed ».

Oración Sencilla de San Francisco

F.V.D.

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"Oh Señor, haz de mi un instrumento de tu paz:
Donde hay odio, que yo lleve el amor.
Donde hay ofensa, que yo lleve el perdón.
Donde hay discordia, que yo lleve la unión.
Donde hay duda, que yo lleve la fe.
Donde hay error, que yo lleve la verdad.
Donde hay desesperación, que yo lleve la esperanza.
Donde hay tristeza, que yo lleve la alegría.
Donde están las tinieblas, que yo lleve la luz.
Oh Maestro, haced que yo no busque tanto:
A ser consolado, sino a consolar.
A ser comprendido, sino a comprender.
A ser amado, sino a amar.
Porque:
Es dando, que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna."
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viernes, 17 de agosto de 2007

Benedicto XVI con la Juventud en Colonia 2005

F.V.D.

Colonia - Explanada de Marienfeld Domingo 21 de agosto de 2005

Queridos jóvenes:

Ante la sagrada Hostia, en la cual Jesús se ha hecho pan para nosotros, que interiormente sostiene y nutre nuestra vida (cf. Jn 6,35), hemos comenzado ayer tarde el camino interior de la adoración. En la Eucaristía la adoración debe llegar a ser unión. Con la Celebración eucarística nos encontramos en aquella “hora” de Jesús, de la cual habla el Evangelio de Juan. Mediante la Eucaristía, esta “hora” suya se convierte en nuestra hora, su presencia en medio de nosotros. Junto con los discípulos Él celebró la cena pascual de Israel, el memorial de la acción liberadora de Dios que había guiado a Israel de la esclavitud a la libertad. Jesús sigue los ritos de Israel. Pronuncia sobre el pan la oración de alabanza y bendición. Sin embargo, sucede algo nuevo. Él da gracias a Dios non solamente por las grandes obras del pasado; le da gracias por la propia exaltación que se realizará mediante la Cruz y la Resurrección, dirigiéndose a los discípulos también con palabras que contienen el compendio de la Ley y de los Profetas: “Esto es mi Cuerpo entregado en sacrificio por vosotros. Este cáliz es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre”. Y así distribuye el pan y el cáliz, y, al mismo tiempo, les encarga la tarea de volver a decir y hacer siempre en su memoria aquello que estaba diciendo y haciendo en aquel momento.

¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repartir su Cuerpo y su Sangre? Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, Él anticipa su muerte, la acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos (cf. 1 Cor 15,28). Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, de algún modo, un cambio, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo: la violencia se transforma en amor y, por tanto, la muerte en vida. Dado que este acto convierte la muerte en amor, la muerte como tal está ya, desde su interior, superada; en ella está ya presente la resurrección. La muerte ha sido, por así decir, profundamente herida, tanto que, de ahora en adelante, no puede ser la última palabra. Ésta es, por usar una imagen muy conocida para nosotros, la fisión nuclear llevada en lo más íntimo del ser; la victoria del amor sobre el odio, la victoria del amor sobre la muerte. Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo. Todos los demás cambios son superficiales y no salvan. Por esto hablamos de redención: lo que desde lo más íntimo era necesario ha sucedido, y nosotros podemos entrar en este dinamismo. Jesús puede distribuir su Cuerpo, porqué se entrega realmente a sí mismo.

Esta primera transformación fundamental de la violencia en amor, de la muerte en vida lleva consigo las demás transformaciones. Pan y vino se convierten en su Cuerpo y su Sangre. Llegados a este punto la transformación no puede detenerse, antes bien, es aquí donde debe comenzar plenamente. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que a su vez nosotros mismos seamos transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo, sus consaguíneos. Todos comemos el único pan, y esto significa que entre nosotros llegamos a ser una sola cosa. La adoración, hemos dicho, llega a ser, de este modo, unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el Totalmente otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en Él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo. Yo encuentro una alusión muy bella a este nuevo paso que la Última Cena nos indica con la diferente acepción de la palabra “adoración” en griego y en latín. La palabra griega es proskynesis. Significa el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos, verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aun cuando nuestra ansia de libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla completamente nuestra será posible solamente en el segundo paso que nos presenta la Última Cena. La palabra latina adoración es ad-oratio, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser.

Volvamos de nuevo a la Última Cena. La novedad que allí se verificó, estaba en la nueva profundidad de la antigua oración de bendición de Israel, que ahora se hacía palabra de transformación y nos concedía el poder participar en la hora de Cristo. Jesús no nos ha encargado la tarea de repetir la Cena pascual que, por otra parte, en cuanto aniversario, no es repetible a voluntad. Nos ha dado la tarea de entrar en su “hora”. Entramos en ella mediante la palabra del poder sagrado de la consagración, una transformación que se realiza mediante la oración de alabanza, que nos sitúa en continuidad con Israel y con toda la historia de la salvación, y al mismo tiempo nos concede la novedad hacia la cual aquella oración tendía por su íntima naturaleza. Esta oración, llamada por la Iglesia “oración eucarística”, hace presente la Eucaristía. Es palabra de poder, que transforma los dones de la tierra de modo totalmente nuevo en la donación de Dios mismo y que nos compromete en este proceso de transformación. Por esto llamamos a este acontecimiento Eucaristía, que es la traducción de la palabra hebrea beracha, agradecimiento, alabanza, bendición, y asimismo transformación a partir del Señor: presencia de su “hora”. La hora de Jesús es la hora en la cual vence el amor. En otras palabras: es Dios quien ha vencido, porque Él es Amor. La hora de Jesús quiere llegar a ser nuestra hora y lo será, si nosotros, mediante la celebración de la Eucaristía, nos dejamos arrastrar por aquel proceso de transformaciones que el Señor pretende. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida. No se trata de positivismo o ansia de poder, cuando la Iglesia nos dice que la Eucaristía es parte del domingo. En la mañana de Pascua, primero las mujeres y luego los discípulos tuvieron la gracia de ver al Señor. Desde entonces supieron que el primer día de la semana, el domingo, sería el día de Él, de Cristo. El día del inicio de la creación sería el día de la renovación de la creación. Creación y redención caminan juntas. Por esto es tan importante el domingo. Es bonito que hoy, en muchas culturas, el domingo sea un día libre o, juntamente con el sábado, constituya el denominado “fin de semana” libre. Pero este tiempo libre permanece vacío si en él no está Dios. ¡Queridos amigos! A veces, en principio, puede resultar incómodo tener que programar en el domingo también la Misa. Pero si os empeñáis, constataréis más tarde que es exactamente esto lo que le da sentido al tiempo libre. No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descubrirla. Ciertamente, para que de esa emane la alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale la pena! Descubramos la íntima riqueza de la liturgia de la Iglesia y su verdadera grandeza: no somos nosotros los que hacemos fiesta para nosotros, sino que es, en cambio, el mismo Dios viviente el que prepara una fiesta para nosotros. Con el amor a la Eucaristía redescubriréis también el sacramento de la Reconciliación, en el cual la bondad misericordiosa de Dios permite siempre iniciar de nuevo nuestra vida.

Quien a descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia Él. Una gran alegría no se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla. En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin Él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: ¡No es posible que la vida sea así! Verdaderamente no. Y de este modo, junto a olvido de Dios existe como un boom de lo religioso. No quiero desacreditar todo lo que se sitúa en este contexto. Puede darse también la alegría sincera del descubrimiento. Pero exagerando demasiado, la religión se convierte casi en un producto de consumo. Se escoge aquello que place, y algunos saben también sacarle provecho. Pero la religión buscada a la “medida de cada uno” a la postre no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra suerte. Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que indica el camino: ¡Jesucristo! Tratemos nosotros mismos de conocerlo siempre mejor para poder guiar también, de modo convincente, a los demás hacia Él. Por esto es tan importante el amor a la Sagrada Escritura y, en consecuencia, conocer la fe de la Iglesia que nos muestra el sentido de la Escritura. Es el Espíritu Santo el que guía a la Iglesia en su fe creciente y la ha hecho y hace penetrar cada vez más en las profundidades de la verdad (cf. Jn 16,13). El Papa Juan Pablo II nos ha dejado una obra maravillosa, en la cual la fe secular se explica sintéticamente: el Catecismo de la Iglesia Católica. Yo mismo, recientemente, he podido presentar el Compendio de tal Catecismo, que ha sido elaborado a petición del difunto Papa. Son dos libros fundamentales que querría recomendaros a todos vosotros.



Obviamente, los libros por sí solos no bastan. ¡Construid comunidades basadas en la fe! En los últimos decenios han nacido movimientos y comunidades en los cuales la fuerza del Evangelio se deja sentir con vivacidad. Buscad la comunión en la fe como compañeros de camino que juntos van siguiendo el itinerario de la gran peregrinación que primero nos señalaron los Magos de Oriente. La espontaneidad de las nuevas comunidades es importante, pero es asimismo importante conservar la comunión con el Papa y con los Obispos. Son ellos los que garantizan que no se están buscando senderos particulares, sino que a su vez se está viviendo en aquella gran familia de Dios que el Señor ha fundado con los doce Apóstoles.

Aún, una vez más, debo volver a la Eucaristía. “Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” dice san Pablo (1 Cor 10,17). Con esto quiere decir: puesto que recibimos al mismo Señor y Él nos acoge y nos atrae hacia sí, seamos también una sola cosa entre nosotros. Esto debe manifestarse en la vida. Debe mostrase en la capacidad de perdón. Debe manifestarse en la sensibilidad hacia las necesidades de los demás. Debe manifestarse en la disponibilidad para compartir. Debe manifestarse en el compromiso con el prójimo, tanto con el cercano como con el externamente lejano, que, sin embargo, nos mira siempre de cerca. Existen hoy formas de voluntariado, modelos de servicio mutuo, de los cuales justamente nuestra sociedad tiene necesidad urgente. No debemos, por ejemplo, abandonar a los ancianos en su soledad, no debemos pasar de largo ante los que sufren. Si pensamos y vivimos en virtud de la comunión con Cristo, entonces se nos abren los ojos. Entonces no nos adaptaremos más a seguir viviendo preocupados solamente por nosotros mismos, sino que veremos donde y como somos necesarios. Viviendo y actuando así nos daremos cuenta bien pronto que es mucho más bello ser útiles y estar a disposición de los demás que preocuparse solo de las comodidades que se nos ofrecen. Yo sé que vosotros como jóvenes aspiráis a cosas grandes, que queréis comprometeros por un mundo mejor. Demostrádselo a los hombres, demostrádselo al mundo, que espera exactamente este testimonio de los discípulos de Jesucristo y que, sobre todo mediante vuestro amor, podrá descubrir la estrella que como creyentes seguimos.

¡Caminemos con Cristo y vivamos nuestra vida como verdaderos adoradores de Dios!

Amén

lunes, 6 de agosto de 2007

ADORACIÓN EUCARÍSTICA 9 DE AGOSTO

F.V.D.


"No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes" (Jn 15, 16)

Jueves 9 de Agosto

20 hs.

Colegio San Pablo
(esq. Larrea y Melo)

domingo, 5 de agosto de 2007

LA ORACIÓN PARA SANTA TERESA DE JESÚS (1515-1582)

F.V.D.

"Sin este cimiento fuerte (de la oración) todo edificio va falso". (Camino de perfección, 4, 5).

"No son menester fuerzas corporales para ella, sino sólo amar y costumbre; que el Señor da siempre oportunidad si queremos". (Vida, 7, 4).

"No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama". (Vida, 8, 2).

"Pensar y entender lo que hablamos y con quién hablamos y quién somos los que osamos hablar con tan gran Señor; pensar esto y otras cosas semejantes de lo poco que le habemos servido y lo mucho que estamos obligados a servir, es oración mental; no penséis que es otra algarabía ni os espante el nombre". (Camino de perfección, 25, 3).

"Toda la pretensión de quien comienza oración-y no se olvide que esto importa mucho-ha de ser trabajar y determinarse y disponerse, con cuantas diligencias pueda, a hacer su voluntad conforme a la de Dios (...). Quien más perfectamente tuviera esto, más recibirá del Señor, y más adelante estará en el camino". (Las Moradas, 11, 8).

"De los que comienzan a tener oración, podemos decir son los que sacan el agua del pozo, que es muy a su trabajo, como tengo dicho, que han de cansarse en recoger los sentidos, que como están acostumbrados a andar derramados, es harto trabajo". (Vida, 11, 3).

"Digo que no desmaye nadie de los que han comenzado a tener oración con decir: Si torno a ser malo, es peor ir adelante con el ejercicio de ella. Yo lo creo, si se deja la oración y no se enmienda del mal; mas, si no la deja, crea que le sacará a puerto de luz". (Vida, 19, 2).

"Y el que no deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración". (Vida, 19, 5).

"Si no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin libro; que tanto temía mi alma estar sin él en oración, como si con mucha gente fuera a pelear Con este remedio, que era como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes de los muchos pensamientos, andaba consolada". (Vida, 4, 7).

"Por no estar arrimada a esta fuerte columna de la oración, pasé este mar tempestuoso casi veinte años con estas caídas". (Vida, 8, 1, 4).

viernes, 3 de agosto de 2007

ORACIÓN PARA IRRADIAR A CRISTO DE NEWMAN

F.V.D.

Amado Señor,

Ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya.

Inunda mi alma de espíritu y vida.

Penetra y posee todo mi ser hasta tal punto que toda mi vida solo sea una emanación de la tuya.

Brilla a través de mí, y mora en mi de tal manera que todas las almas que entren en contacto conmigo puedan sentir tu presencia en mi alma.

Haz que me miren y ya no me vean a mí sino solamente a ti, oh Señor.

Quédate conmigo y entonces comenzaré a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás a través de mí.

La luz, oh Señor, irradiará toda de Ti; no de mí; serás Tu, quien ilumine a los demás a través de mí.

Permíteme pues alabarte de la manera que más te gusta, brillando para quienes me rodean.

Haz que predique sin predicar, no con palabras sino con mi ejemplo, por la fuerza contagiosa, por la influencia de lo que hago, por la evidente plenitud del amor que te tiene mi corazón.

Amén.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Benedicto XVI en Auschwitz

F.V.D.

28 de mayo de 2006

"Tomar la palabra en este lugar de horror, de acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón en la historia, es casi imposible; y es particularmente difícil y deprimente para un cristiano, para un Papa que proviene de Alemania. En un lugar como este se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?
Con esta actitud de silencio nos inclinamos profundamente en nuestro interior ante las innumerables personas que aquí sufrieron y murieron. Sin embargo, este silencio se transforma en petición de perdón y reconciliación, hecha en voz alta, un grito al Dios vivo para que no vuelva a permitir jamás algo semejante.

Hace veintisiete años, el 7 de junio de 1979, se encontraba aquí el Papa Juan Pablo II; y en esa ocasión dijo: "Vengo aquí hoy como peregrino. Se sabe que he estado aquí muchas veces... ¡Cuántas veces! Y muchas veces he bajado a la celda de la muerte de Maximiliano Kolbe y me he parado ante el muro del exterminio y he pasado entre las escorias de los hornos crematorios de Birkenau. No podía menos de venir aquí como Papa" (Homilía en el campo de concentración de Auschwitz, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de junio de 1979, p. 13).

El Papa Juan Pablo II estaba aquí como hijo del pueblo que, juntamente con el pueblo judío, tuvo que sufrir más en este lugar y, en general, a lo largo de la guerra: "Son seis millones de polacos los que perdieron la vida durante la segunda guerra mundial: la quinta parte de la nación", recordó entonces el Papa (ib.). Luego aquí hizo el solemne llamamiento al respeto de los derechos del hombre y de las naciones, que anteriormente habían hecho al mundo sus predecesores Juan XXIII y Pablo VI, y añadió: "Pronuncia estas palabras (...) el hijo de la nación que en su historia remota y más reciente ha sufrido de parte de los demás múltiples tribulaciones. Y no lo dice para acusar, sino para recordar. Habla en nombre de todas las naciones, cuyos derechos son violados y olvidados" (ib., n. 3).

El Papa Juan Pablo II estaba aquí como hijo del pueblo polaco. Yo estoy hoy aquí como hijo del pueblo alemán, y precisamente por esto debo y puedo decir como él: No podía por menos de venir aquí. Debía venir. Era y es un deber ante la verdad y ante el derecho de todos los que han sufrido, un deber ante Dios, estar aquí como sucesor de Juan Pablo II y como hijo del pueblo alemán, como hijo del pueblo sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su importancia, con previsiones de bienestar, y también con la fuerza del terror y de la intimidación; así, usaron y abusaron de nuestro pueblo como instrumento de su frenesí de destrucción y dominio.

Sí, no podía por menos de venir aquí. El 7 de junio de 1979 yo me encontraba aquí, como Arzobispo de Munich-Freising, entre los numerosos Obispos que acompañaban al Papa, que lo escuchaban y oraban juntamente con él. En 1980 volví una vez más a este lugar de horror con una delegación de Obispos alemanes, turbado a causa del mal y agradecido por el hecho de que sobre estas tinieblas había surgido la estrella de la reconciliación.

Esta es también la finalidad por la que me encuentro hoy aquí: para implorar la gracia de la reconciliación; ante todo, a Dios, el único que puede abrir y purificar nuestro corazón; luego, a los hombres que aquí sufrieron; y, por último, la gracia de la reconciliación para todos los que, en este momento de nuestra historia, sufren de modo nuevo bajo el poder del odio y bajo la violencia fomentada por el odio.

¡Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar! Siempre surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?

Nos vienen a la mente las palabras del salmo 44, la lamentación del Israel doliente: "Tú nos arrojaste a un lugar de chacales y nos cubriste de tinieblas. (...) Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y nuestra opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos, redímenos por tu misericordia" (Sal 44, 20. 23-27). Este grito de angustia que el Israel doliente eleva a Dios en tiempos de suma angustia es a la vez el grito de ayuda de todos los que a lo largo de la historia —ayer, hoy y mañana— han sufrido por amor a Dios, por amor a la verdad y al bien; y hay muchos también hoy.

Nosotros no podemos escrutar el secreto de Dios. Sólo vemos fragmentos y nos equivocamos si queremos hacernos jueces de Dios y de la historia. En ese caso, no defenderíamos al hombre, sino que contribuiríamos sólo a su destrucción. No; en definitiva, debemos seguir elevando, con humildad pero con perseverancia, ese grito a Dios: "Levántate. No te olvides de tu criatura, el hombre". Y el grito que elevamos a Dios debe ser, a la vez, un grito que penetre nuestro mismo corazón, para que se despierte en nosotros la presencia escondida de Dios, para que el poder que Dios ha depositado en nuestro corazón no quede cubierto y ahogado en nosotros por el fango del egoísmo, del miedo a los hombres, de la indiferencia y del oportunismo.

Elevemos este grito a Dios; dirijámoslo también a nuestro corazón, precisamente en este momento de la historia, en el que se ciernen nuevas desventuras, en el que parecen resurgir de nuevo en el corazón de los hombres todas las fuerzas oscuras: por una parte, el abuso del nombre de Dios para justificar una violencia ciega contra personas inocentes; y, por otra, el cinismo que ignora a Dios y que se burla de la fe en él.
Nosotros elevamos nuestro grito a Dios para que impulse a los hombres a arrepentirse, a fin de que reconozcan que la violencia no crea la paz, sino que sólo suscita otra violencia, una espiral de destrucciones en la que, en último término, todos sólo pueden ser perdedores. El Dios en el que creemos es un Dios de la razón, pero de una razón que ciertamente no es una matemática neutral del universo, sino que es una sola cosa con el amor, con el bien. Nosotros oramos a Dios y gritamos a los hombres, para que esta razón, la razón del amor y del reconocimiento de la fuerza de la reconciliación y de la paz, prevalezca sobre las actuales amenazas de la irracionalidad o de una razón falsa, alejada de Dios.
El lugar en donde nos encontramos es un lugar de la memoria, el lugar de la Shoah. El pasado no es sólo pasado. Nos atañe también a nosotros y nos señala qué caminos no debemos tomar y qué caminos debemos tomar.

Como hizo Juan Pablo II, he recorrido el camino de las lápidas que, en diversas lenguas, recuerdan a las víctimas de este lugar: son lápidas en bielorruso, checo, alemán, francés, griego, hebreo, croata, italiano, yiddish, húngaro, holandés, noruego, polaco, ruso, rom, rumano, eslovaco, serbio, ucraniano, judeo-hispánico e inglés. Todas estas lápidas conmemorativas hablan de dolor humano; nos permiten intuir el cinismo de aquel poder que trataba a los hombres como material, sin reconocerlos como personas, en las que resplandece la imagen de Dios. Algunas lápidas invitan a una conmemoración particular.

Está la lápida en lengua hebrea. Los potentados del Tercer Reich querían aplastar al pueblo judío en su totalidad, borrarlo de la lista de los pueblos de la tierra. Entonces se verificaron de modo terrible las palabras del Salmo: "Nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza". En el fondo, con la aniquilación de este pueblo, esos criminales violentos querían matar a aquel Dios que llamó a Abraham, que hablando en el Sinaí estableció los criterios para orientar a la humanidad, criterios que son válidos para siempre. Si este pueblo, simplemente con su existencia, constituye un testimonio de ese Dios que ha hablado al hombre y cuida de él, entonces ese Dios finalmente debía morir, para que el dominio perteneciera sólo al hombre, a ellos mismos, que se consideraban los fuertes que habían sabido apoderarse del mundo. En realidad, con la destrucción de Israel, con la Shoah, querían en último término arrancar también la raíz en la que se basa la fe cristiana, sustituyéndola definitivamente con la fe hecha por sí misma, la fe en el dominio del hombre, del fuerte.

Luego está la lápida en lengua polaca: en una primera fase, y ante todo, se quería eliminar la élite cultural y borrar así al pueblo como sujeto histórico autónomo, para reducirlo, en la medida en que seguía existiendo, a un pueblo de esclavos.

Otra lápida que invita particularmente a reflexionar es la que está escrita en la lengua de los sinti y de los rom. También aquí se quería hacer desaparecer a un pueblo entero, que vive emigrando en medio de otros pueblos. Era considerado como un elemento inútil de la historia universal, en una ideología en la que ya sólo debía contar lo útil mensurable; todo lo demás, según sus conceptos, se clasificaba como lebensunwertes Leben, una vida indigna de ser vivida.

Después está la lápida en ruso, que evoca el inmenso número de vidas sacrificadas entre los soldados rusos en el enfrentamiento con el régimen del terror nacionalsocialista; sin embargo, al mismo tiempo, nos hace reflexionar sobre el trágico doble significado de su misión: libraron a los pueblos de una dictadura, pero sometiendo también a los mismos pueblos a una nueva dictadura, la de Stalin y la ideología comunista.

También todas las demás lápidas, en muchas otras lenguas de Europa, nos hablan del sufrimiento de hombres de todo el continente. Si no nos limitáramos a hacer memoria de las víctimas de modo global, sino que, además, viéramos los rostros de cada una de las personas que murieron aquí, en lo más lóbrego del terror, nuestro corazón se sentiría profundamente afectado.

He sentido en mi interior el deber de detenerme en particular ante la lápida en lengua alemana. Allí emerge ante nosotros el rostro de Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz, judía y alemana, que juntamente con su hermana murió en el horror de la noche del campo de concentración nazi alemán; como cristiana y judía, aceptó morir junto con su pueblo y por él.

Los alemanes que entonces fueron traídos a Auschwitz-Birkenau y que murieron aquí eran considerados Abaschaum der Nation, la basura de la nación. Sin embargo, ahora nosotros los reconocemos con gratitud como testigos de la verdad y del bien, que en nuestro pueblo tampoco habían desaparecido. Damos gracias a estas personas porque no se sometieron al poder del mal y ahora están ante nosotros como luces en una noche oscura. Con profundo respeto y gratitud nos inclinamos ante todos los que, como los tres jóvenes frente a la amenaza del horno de Babilonia, supieron responder: "Sólo nuestro Dios puede librarnos; pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que nosotros no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has erigido" (Dn 3, 17-18).

Sí; detrás de estas lápidas se oculta el destino de innumerables seres humanos. Sacuden nuestra memoria, sacuden nuestro corazón. No quieren provocar en nosotros el odio; más bien, nos demuestran cuán terrible es la obra del odio. Quieren hacer que la razón reconozca el mal como mal y lo rechace; quieren suscitar en nosotros la valentía del bien, de la resistencia contra el mal.Quieren despertar en nosotros los sentimientos que se expresan en las palabras que Sófocles pone en labios de Antígona ante el horror que la rodea: "Están aquí no para odiar juntos, sino para amar juntos".

Gracias a Dios, con la purificación de la memoria, a la que nos impulsa este lugar de horror, crecen en torno a él múltiples iniciativas que quieren poner un límite al mal y dar fuerza al bien. Hace poco he bendecido el Centro para el diálogo y la oración. En las cercanías se desarrolla la vida oculta de las religiosas carmelitas, conscientes de estar particularmente unidas al misterio de la cruz de Cristo; nos recuerdan la fe de los cristianos, que afirma que Dios mismo ha descendido al infierno del sufrimiento y sufre juntamente con nosotros. En Oswiecim existe el Centro de San Maximiliano y el Centro internacional de formación sobre Auschwitz y el Holocausto. Además, está la Casa internacional para los encuentros de la juventud. En una de las antiguas Casas de oración existe el Centro judío. Por último, se está constituyendo la Academia para los derechos humanos. Así podemos esperar que del lugar del horror surja y crezca una reflexión constructiva, y que recordar ayude a resistir al mal y a hacer que triunfe el amor.

En Auschwitz-Birkenau la humanidad atravesó por "un valle oscuro". Por eso, precisamente en este lugar, quisiera concluir con una oración de confianza, con un Salmo de Israel que, a la vez, es una plegaria de la cristiandad: "El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. (...) Habitaré en la casa del Señor por años sin término" (Sal 23, 1-4. 6).