viernes, 28 de agosto de 2009




No le reces a Dios mirando al cielo...
Mira hacia adentro!
No busques a Dios lejos de tí,
sino en tí mismo...

No le pidas a Dios lo que te falta,
búscalo tú mismo
y Dios lo buscará contigo!
porque ya te lo dio como promesa
y como meta para que tú lo alcances...

No reproches a Dios por tu desgracia, súfrela con Él,
y Él sufrirá contigo,
y si hay dos para el dolor, se sufre menos...

No le exijas a Dios que te gobierne
a golpe de milagros desde afuera,
gobiérnate tú mismo
con responsable libertad, amando,
y Dios te estará guiando...
desde adentro y sin que sepas cómo...

No le pidas a Dios que te responda cuando tú le hablas,
respóndele tú!!
porque Él te habló primero...
y si quieres seguir oyendo lo que falta
escucha lo que ya te dijo...

No le pidas a Dios que te libere
desconociendo la libertad que ya te dio...
Anímate a vivir tu libertad!!
y sabrás que sólo fue posible,
porque tu Dios te quiere libre.

No le pidas a Dios que te ame
mientras tengas miedo de amar
y de saberte amado.
Ámalo tú...y sabrás que si hay calor.
es porque hubo fuego...
y que si tú puedes amar...
es porque Él te amó primero...


San Agustín

miércoles, 26 de agosto de 2009



En aquel tiempo, Jesús dijo: "Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave, y mi carga, ligera". (Mateo 11, 28-30)


+ Reflexión

Después de un día agobiante de trabajo o un período de nuestra vida en el cual las cosas no han salido precisamente como nosotros las esperábamos, qué reconfortante es escuchar de Jesús: "Vengan a mí... y yo los aliviaré". Y es que sólo en Jesús podemos darle el justo valor a todas las cosas, por eso dice: "Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón".

El hombre se agita y se sofoca porque le da a las cosas una dimensión equivocada y porque quiere realizarlas con sus propias manos. Sólo con la ayuda de Dios es posible realizar en paz y con alegría nuestros proyectos y sólo con su consuelo uno puede aceptar que estos no hayan salido como nosotros pensábamos.

Si tu vida y tus proyectos están a medias o no se han realizado como tú lo esperabas, toma un momento de tu jornada para orar, para ponerte en los brazos amorosos de Jesús, él te dará la fuerza y la luz para recomenzar.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.


Pbro. Ernesto María Caro

lunes, 17 de agosto de 2009


"Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto, palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el arte de la oración, ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!"

Juan Pablo II

viernes, 14 de agosto de 2009

“Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo. Apoyados en esta esperanza, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.”

Juan Pablo II

lunes, 10 de agosto de 2009

viernes, 7 de agosto de 2009

Ven y sígeme

Un video de Mati Taussig.

Del jubileo del apostolado de los laicos.

(...) El concilio ecuménico Vaticano II marcó una etapa decisiva. Con el Concilio, en la Iglesia llegó verdaderamente la hora del laicado, y numerosos fieles laicos, hombres y mujeres, han comprendido con mayor claridad su vocación cristiana, que, por su misma naturaleza, es vocación al apostolado (cf. Apostolicam actuositatem, 2). Treinta y cinco años después de su conclusión, yo os digo: es necesario volver al Concilio. Hay que volver a leer los documentos del Vaticano II para redescubrir su gran riqueza de estímulos doctrinales y pastorales.

En particular, debéis releer esos documentos vosotros, laicos, a quienes el Concilio abrió extraordinarias perspectivas de participación y compromiso en la misión de la Iglesia. ¿No os recordó el Concilio vuestra participación en la función sacerdotal, profética y real de Cristo? Los padres conciliares os confiaron, de modo especial, la misión de "buscar el reino de Dios ocupándoos de las realidades temporales y ordenándolas según Dios" (cf. Lumen gentium, 31).

Desde entonces se ha producido un gran florecimiento de asociaciones, en el que, además de los grupos tradicionales, han surgido nuevos movimientos, asociaciones y comunidades (cf. Christifideles laici, 29). Amadísimos hermanos y hermanas, vuestro apostolado hoy es más indispensable que nunca para que el Evangelio sea luz, sal y levadura de una nueva humanidad.

Pero ¿qué implica esta misión? ¿Qué significa ser cristianos hoy, aquí y ahora?Ser cristianos jamás ha sido fácil, y tampoco lo es hoy. Seguir a Cristo exige valentía para hacer opciones radicales, a menudo yendo contra corriente. "¡Nosotros somos Cristo!", exclamaba san Agustín. Los mártires y los testigos de la fe de ayer y de hoy, entre los cuales se cuentan numerosos fieles laicos, demuestran que, si es necesario, ni siquiera hay que dudar en dar la vida por Jesucristo.

A este propósito, el jubileo invita a todos a un serio examen de conciencia y a una continua renovación espiritual, para realizar una acción misionera cada vez más eficaz. Quisiera citar aquí las palabras que, hace ya veinticinco años, casi al término del Año santo de 1975, mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, escribió en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi: "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros (...), o si escucha a los maestros es porque son testigos".

Esas palabras tienen validez también hoy para una humanidad rica en potencialidades y expectativas, pero amenazada por múltiples insidias y peligros. Basta pensar, entre otras cosas, en las conquistas sociales y en la revolución en el campo genético; en el progreso económico y en el subdesarrollo existente en vastas áreas del planeta; en el drama del hambre en el mundo y en las dificultades existentes para tutelar la paz; en la extensa red de las comunicaciones y en los dramas de la soledad y de la violencia que registra la crónica diaria.

Amadísimos hermanos y hermanas, como testigos de Cristo, estáis llamados, especialmente vosotros, a llevar la luz del Evangelio a los sectores vitales de la sociedad. Estáis llamados a ser profetas de la esperanza cristiana y apóstoles de aquel "que es y era y viene, el Omnipotente" (Ap 1, 4).

"La santidad es el adorno de tu casa" (Sal 92, 5). Con estas palabras nos hemos dirigido a Dios en el Salmo responsorial. La santidad sigue siendo para los creyentes el mayor desafío. Debemos estar agradecidos al concilio Vaticano II, que nos recordó que todos los cristianos están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad.Queridos hermanos, no tengáis miedo de aceptar este desafío: ser hombres y mujeres santos. No olvidéis que los frutos del apostolado dependen de la profundidad de la vida espiritual, de la intensidad de la oración, de una formación constante y de una adhesión sincera a las directrices de la Iglesia. Os repito hoy a vosotros lo que dije a los jóvenes durante la reciente Jornada mundial de la juventud: si sois lo que debéis ser, es decir, si vivís el cristianismo sin componendas, podréis incendiar el mundo.

Os esperan tareas y metas que pueden pareceros desproporcionadas a las fuerzas humanas. No os desaniméis. "El que comenzó entre vosotros la obra buena, la llevará adelante" (Flp 1, 6). Mantened siempre fija la mirada en Jesús. Haced de él el corazón del mundo.

Y tú, María, Madre del Redentor, su primera y perfecta discípula, ayúdanos a ser sus testigos en el nuevo milenio. Haz que tu Hijo, Rey del universo y de la historia, reine en nuestra vida, en nuestras comunidades y en el mundo entero.




SS Juan Pablo II-Domingo 26 de noviembre de 2000- Solemnidad de Cristo, Rey del universo.

martes, 4 de agosto de 2009

Sacramentum Caritatis (fragmento)

El pan que baja del cielo.




La primera realidad de la fe eucarística es el misterio mismo de Dios, el amor trinitario. En el diálogo de Jesús con Nicodemo encontramos una expresión iluminadora a este respecto: « Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él » (Jn 3,16-17). Estas palabras muestran la raíz última del don de Dios. En la Eucaristía, Jesús no da « algo », sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros. En el Evangelio escuchamos también a Jesús que, después de haber dado de comer a la multitud con la multiplicación de los panes y los peces, dice a sus interlocutores que lo habían seguido hasta la sinagoga de Cafarnaúm: « Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo » (Jn 6,32-33); y llega a identificarse él mismo, la propia carne y la propia sangre, con ese pan: « Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo » (Jn 6,51). Jesús se manifiesta así como el Pan de vida, que el Padre eterno da a los hombres.

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20070222_sacramentum-caritatis_sp.html

SS. Benedicto XVI