domingo, 27 de abril de 2008

La Vida sin Amor no tiene sentido

La inteligencia sin amor te hace perverso.

El trabajo sin amor te hace esclavo.

El éxito sin amor te hace arrogante.

La justicia sin amor te hace implacable.

La diplomacia sin amor te hace hipócrita.

La riqueza sin amor te hace avaro.

La docilidad sin amor te hace servil.

La pobreza sin amor te hace orgulloso.

La belleza sin amor te hace ridículo.

La verdad sin amor te hace hiriente.

La autoridad sin amor te hace tirano.

La sencillez sin amor te envilece.

La oración sin amor te hace introvertido.

La ley sin amor te esclaviza.

La política sin amor te hace déspota.

La fe sin amor te hace fanático.

La cruz sin amor se convierte en tortura.

La vida sin amor no tiene sentido.



lunes, 21 de abril de 2008

Bienaventuranzas de Santo Tomás Moro

F.V.D.

Bienaventurados los que saben reírse de sí mismos, porque tendrán diversión para rato.

Bienaventurados los que saben distinguir una montaña de una piedra, porque se evitarán muchos inconvenientes.
Bienaventurados los que saben descansar y dormir sin buscarse excusas: llegarán a ser sabios.

Bienaventurados los que saben escuchar y callar: aprenderán cosas nuevas.

Bienaventurados los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse en serio: serán apreciados por los que les rodean.

Bienaventurados los que están atentos a las necesidades de los demás sin sentirse indispensables: serán fuente de alegría.

Bienaventurados los que saben mirar sabiamente a las cosas pequeñas y tranquilamente a las importantes: llegarán lejos en la vida.

Bienaventurados los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desaire: su camino estará lleno de luz.

Bienaventurados los que saben apreciar benévolamente a los demás, aun en contra de las apariencias: serán tomados por ingenuos, pero este es el precio de la caridad.

Bienaventurados los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar: evitarán muchas tonterías.

Bienaventurados los que saben reconocer a Dios en todos los hombres, habrán encontrado la verdadera luz y la auténtica sabiduría.

domingo, 13 de abril de 2008

Juan Pablo II a los jóvenes.


El camino de la santidad


El tema elegido para vuestro encuentro internacional es la alegría. Se trata de un tema de gran interés y actualidad, porque todos tenemos necesidad de alegría auténtica y duradera.
Los amigos del joven Francisco lo llamaban el rey de las fiestas por su disponibilidad y generosidad, por su modo de ser brillante y simpático. Humanamente podía tener muchos motivos para ser feliz, y, sin embargo, le faltaba algo. Lo abandonó todo cuando halló lo que más necesitaba. Encontró a Cristo, y descubrió la verdadera felicidad. Comprendió que sólo se puede ser feliz consagrando la vida por un ideal, construyendo algo duradero a la luz de los consejos exigentes del Evangelio.

Queridos jóvenes, muchos falsos maestros indican sendas peligrosas que llevan a alegrías y satisfacciones efímeras. Hoy, en muchas manifestaciones de la cultura dominante se registra gran indiferencia y superficialidad. Vosotros, queridos jóvenes, imitando a san Francisco y a santa Clara, no dilapidéis vuestros sueños. ¡Soñad, pero en libertad! ¡Proyectad, pero en la verdad!

También a vosotros el Señor os pregunta: "¿A quién queréis seguir?". Responded, como el apóstol san Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Sólo Dios es el horizonte infinito de vuestra existencia. Cuanto más lo conozcáis, tanto más descubriréis que sólo él es amor y manantial inagotable de alegría.

Pero para entrar y permanecer en contacto con Dios es indispensable entablar con él una relación profunda en la oración. Cuando es auténtica, la oración irradia la energía divina en todos los ámbitos y momentos de la vida. Nos hace vivir de un modo nuevo. La oración hizo de san Francisco un hombre nuevo y de santa Clara una fuente de luz.

Vosotros sois de Dios y Dios es vuestro. La conciencia de pertenecer a Dios os hará, como a san Francisco y a santa Clara, criaturas pacificadas por su presencia: "El amor de Dios da felicidad -escribe santa Clara en una de sus cartas-; su dulzura inunda toda el alma, que es la más digna de todas las criaturas; la gracia de Dios la hace más grande que el cielo. En efecto, los cielos con todas las demás cosas creadas no pueden contener al Creador, mientras que el alma fiel, y sólo ella, es su morada y aposento" (Fuentes franciscanas, 2901; 2892).

El alma es más grande que el cielo. Habiendo comprendido esta íntima realidad espiritual, san Francisco y santa Clara no dudaron en subir hasta la cumbre de la santidad. La santidad no es una especie de itinerario ascético extraordinario, que sólo algunos "genios" pudieran alcanzar; por el contrario, como recordé en la reciente carta apostólica Novo millennio ineunte, es el "alto grado" de la vida cristiana ordinaria (cf. n. 31). Santidad significa hacer algo hermoso por Dios todos los días, pero también reconocer lo que él ha hecho y sigue haciendo en nosotros y por nosotros. Sed santos, amadísimos jóvenes, porque lo que entristece al mundo es la falta de santidad. Los santos en quienes os inspiráis siguen ejerciendo una atracción extraordinaria, porque dedicaron sin cesar su existencia a Cristo. Y, sin quererlo, dieron origen a un estilo evangélico "revolucionario", que aún hoy continúa atrayendo a tantos jóvenes y personas de todas las edades. También vosotros habéis sido conquistados por la fascinación de su testimonio, y vuestra presencia en este encuentro subraya vuestro deseo de imitarlos fielmente.

La creación habla de Dios

San Francisco y santa Clara no sólo se convirtieron en hermano y hermana de todo ser humano, sino también de todas las criaturas animadas e inanimadas. Al contemplar la naturaleza, la mirada de san Francisco se llenaba de alegría al descubrir que todo habla de Dios. En el Cántico del hermano sol exclamaba: "todo nos habla de ti, Altísimo" (Fuentes franciscanas, 263).
Amadísimos jóvenes, aprended también vosotros a mirar a vuestro prójimo y la creación con los ojos de Dios. Respetad principalmente su cima, que es la persona humana. En la escuela de maestros tan valiosos, ejercitaos en el uso sobrio y atento de los bienes. Cuidad que se distribuyan y compartan mejor, respetando plenamente los derechos de todas las personas. Ojalá que al leer el gran libro de la creación vuestro espíritu se abra a la alabanza y a la acción de gracias al Creador.

Confianza en Dios

Como santa Clara y san Francisco, aprended a recurrir constantemente a la ayuda divina. Ellos os repiten a cada uno de vosotros: "Pon tu confianza en el Señor y él cuidará de ti" (Fuentes franciscanas, 367). Sí, queridos muchachos y muchachas, tened confianza en Dios. Imitad a san Francisco y a santa Clara también en su entrega filial a la Virgen, y buscad en ella calor y protección. Acudid a María, Madre dulcísima, a quien desde hace siglos la Iglesia invoca como Causa de nuestra alegría. También será motivo de alegría para vosotros, porque María es madre solícita de todos.

Con este deseo, os aseguro mi recuerdo en la oración y os bendigo de corazón a todos.


Juan Pablo II, “Jóvenes hacia Asís”. 18 de Agosto 2001.

miércoles, 2 de abril de 2008

Poema eucarístico de F. L. Bernárdez

F.V.D.
Poema del Pan eucarístico

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Yo, que lo miro con mis ojos, sé que este pan es el Señor de cielo y tierra.
Yo, que lo gusto con mi boca, sé que este pan es el Señor que nos espera.
Sé que la forma de las formas vive feliz en este trozo de materia.
Y que esta harina inmaculada no es otra cosa que su carne verdadera.
Sé que la luz que no se apaga brilla desnuda en esta luna siempre llena.
Y que la voz de las alturas duerme callada en esta boca siempre quieta.
Sé que el océano sin fondo cabe sin mengua en esta gota que destella.
Y que la selva sin orillas está encerrada en esta brizna carcelera.
Sé que el volcán inextinguible se manifiesta en esta chispa de inocencia.
Y que el amor inenarrable tiembla escondido en esta lagrima serena.


Durante siglos lo esperamos comiendo a obscuras el manjar del viejo rito.
Y señalando nuestras puertas con una sangre que era sangre y era símbolo.
Aquel cordero misterioso nos daba fuerzas y valor para el camino.
Y con las huellas de su sangre cerraba el paso a la traición y al exterminio.
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Cuando los tiempos maduraron, el firmamento dio su fruto prometido.
Y otro cordero vino al mundo para pagar al buen pastor nuestros delitos.
Antes de ser sacrificado, quiso enseñarnos el supremo sacrificio.
Y en este pan maravilloso se repartió de corazón entre sus hijos.
Desde aquel día lo tenemos como alimento, como escudo y como alivio.
Y su poder nos une a todos en una grey, en un pastor y en un aprisco.

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¿Quién al mirarlo no se acuerda del que llovió sobre la vieja caravana?
¿Quién al gustarlo no se acuerda del que comimos en la tierra solitaria?
La sed y el hambre nos movían hacia el magnífico país del pan y el agua.
Pero la fe de nuestros pasos desfallecía en el desierto sin entrañas.
Como la tierra estaba sorda, quisimos ver si el cielo azul nos escuchaba.
Y el cielo azul nos dio con creces lo que la tierra desdeñosa nos negaba.
Nubes de pan se deshicieron sobre el rencor de la llanura desolada.
Y poco a poco la cubrieron con vestiduras de alegría y de abundancia.
Con la virtud de aquel sustento fuimos llegando sin dolor al agua santa.
Y, por el agua que renueva, dimos al fin con este pan que no se acaba.

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Su luz que alumbra y alimenta brilla sin tregua en el altar y en la custodia.
Y desde el fondo del sagrario se multiplica sin descanso en limpias ondas.

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Cruza los muros de materia que la separan de los seres que ambiciona.
Vence las puertas que resisten a la profunda caridad que la devora.
Pisa el umbral de las tinieblas, entra en la ciega obscuridad, busca en las sombras.
Y al fin reposa en nuestras almas, que son estrellas apagadas y remotas.
Infunde paz en las que sufren; deja su brillo de piedad en las que lloran.
Y a todas juntas las abraza con un amor incomprensible para todas.
Después ajusta el movimiento de nuestras almas al del sol que la ocasiona.
Y con el sol que la difunde concierta el ansia incontenible de sus órbitas.

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La luz penetra en los lugares más silenciosos y en los sitios más obscuros.
Y va llegando con sus rayos hasta los últimos rincones de este mundo.
En los más fríos y olvidados abre con honda caridad su blanco puño.
Y de su mano bienhechora deja caer una semilla en cada surco.
Luego de haberlos fecundado, vuelve cantando hacia su sol eterno y puro.
Y en su reflujo melodioso va cosechando nuestros seres, uno a uno.
Rumbo a su nido fulgurante, cruza de nuevo los umbrales y los muros.
Pero esta vez lleva consigo nuestros más íntimos destellos, que son suyos.
Bien abrazada con nosotros, entra por último en el cielo sin crepúsculo.
Y se confunde con el astro que está escondido en este pan que miro y gusto.

Francisco Luis Bernardez (1900-1978)