martes, 25 de noviembre de 2008




"No es cuanto hacemos, 

o que tan grande es lo que hacemos,

sino cuanto amor ponemos en lo que hacemos.

Porque somos seres humanos 

y para nosotros se ve muy pequeño,

pero una vez que se lo hemos entregado a Dios,

Dios es infinitto, y esa pequeña acción, 

se transforma en una acción infinita 

porque Dios es infinito

 y para él no hay medida."


martes, 18 de noviembre de 2008

Santa madre de Dios, guíanos siempre hacia Jesús.


Así pues, en las sencillas palabras de la Madre de Jesús podemos apreciar dos cosas: por una parte, su afectuosa solicitud por los hombres, la atención maternal que la lleva a percibir los problemas de los demás. Vemos su cordial bondad y su disponibilidad a ayudar. A ella confiamos nuestras preocupaciones, nuestras necesidades y nuestras dificultades. Aquí aparece, por primera vez en la sagrada Escritura, la bondad y disponibilidad a ayudar de la Madre, en la que confiamos. Pero además de este primer aspecto, que a todos nos resulta muy familiar, hay otro, que podría pasarnos fácilmente desapercibido: María lo deja todo al juicio de Dios. En Nazaret, entregó su voluntad, sumergiéndola en la de Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Esta sigue siendo su actitud fundamental. Así nos enseña a rezar: no querer afirmar ante Dios nuestra voluntad y nuestros deseos, por muy importantes o razonables que nos parezcan, sino presentárselos a él y dejar que él decida lo que quiera hacer. De María aprendemos la bondad y la disposición a ayudar, pero también la humildad y la generosidad para aceptar la voluntad de Dios, confiando en él, convencidos de que su respuesta, sea cual sea, será lo mejor para nosotros.

11111¡Santa Madre de Dios, ruega por nosotros, como rogaste en Caná por los esposos! Guíanos siempre hacia Jesús. Amén.



S.S Benedicto XVI-homilía en el santuario mariano de Altötting (Fragmento), 11/09/2006.

domingo, 16 de noviembre de 2008




" Toda forma de santidad

nace en la Eucaristía."

Benedicto XVI






jueves, 13 de noviembre de 2008

María, mujer eucarística.


El amado Papa Juan Pablo II, en su última encíclica, Ecclesia de Eucharistia, nos la presentó como «mujer eucarística» en toda su vida (cf. n. 53). «Mujer eucarística» en profundidad, desde su actitud interior: desde la Anunciación, cuando se ofreció a sí misma para la encarnación del Verbo de Dios, hasta la cruz y la resurrección; «mujer eucarística» en el tiempo después de Pentecostés, cuando recibió en el Sacramento el Cuerpo que había concebido y llevado en su seno.

En particular hoy, con la liturgia, nos detenemos a meditar en el misterio de la Visitación de la Virgen a santa Isabel. María, llevando en su seno a Jesús recién concebido, va a casa de su anciana prima Isabel, a la que todos consideraban estéril y que, en cambio, había llegado al sexto mes de una gestación donada por Dios (cf. Lc 1,36). Es una muchacha joven, pero no tiene miedo, porque Dios está con ella, dentro de ella. En cierto modo, podemos decir que su viaje fue -queremos recalcarlo en este Año de la Eucaristía- la primera «procesión eucarística» de la historia. María, sagrario vivo del Dios encarnado, es el Arca de la alianza, en la que el Señor visitó y redimió a su pueblo. La presencia de Jesús la colma del Espíritu Santo. Cuando entra en la casa de Isabel, su saludo rebosa de gracia: Juan salta de alegría en el seno de su madre, como percibiendo la llegada de Aquel a quien un día deberá anunciar a Israel. Exultan los hijos, exultan las madres. Este encuentro, impregnado de la alegría del Espíritu, encuentra su expresión en el cántico del Magníficat.

¿No es esta también la alegría de la Iglesia, que acoge sin cesar a Cristo en la santa Eucaristía y lo lleva al mundo con el testimonio de la caridad activa, llena de fe y de esperanza? Sí, acoger a Jesús y llevarlo a los demás es la verdadera alegría del cristiano. Queridos hermanos y hermanas, sigamos e imitemos a María, un alma profundamente eucarística, y toda nuestra vida podrá transformarse en un Magníficat (cf. Ecclesia de Eucharistia, 58), en una alabanza de Dios.
SS Benedicto XVI- Fragmento de catequesis.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Frases de San Pablo

«Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado»
Romanos 5, 3-5


«En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!».
Gálatas 6, 14


«Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina»

II Timoteo 4, 2

«Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí»
Gálatas 2, 20

lunes, 3 de noviembre de 2008

María, ejemplo de caridad.


Entre los santos, sobresale María, Madre del Señor y espejo de toda santidad. El Evangelio de Lucas la muestra comprometida en un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual permaneció «unos tres meses» (Lc 1,56) para atenderla durante la fase final del embarazo. «Magnificat anima mea Dominum», -«proclama mi alma la grandeza del Señor» (Lc 1,46)-, dice con ocasión de esta visita, y con ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno. María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios y no a sí misma. Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1,38.48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios. Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presentarse a ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una mujer de fe: «¡Dichosa tú, que has creído!», le dice Isabel (Lc 1,45).

El Magníficat -un retrato de su alma, por decirlo así- está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Además, así se pone de manifiesto que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama.



SS Benedicto XVI, de la encíclica Deus Cáritas Est.