miércoles, 31 de octubre de 2007

A los jóvenes, de Juan Pablo II

F.V.D.



“Es a Jesús a quien buscan cuando sueñan la felicidad; es Él quien los espera cuando no los satisface nada de lo que encuentran; es Él la belleza que tanto los atrae; es Él quien los provoca con esa sed de radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien los empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en ustedes el deseo de hacer de sus vidas algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejarse atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometerse con humildad y perseverancia para mejorarse a ustedes mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna.”


S.S. Juan Pablo II.
Discurso en la Vigilia de Oración,
XV Jornada Mundial de la Juventud.
Torvergata, 19 de agosto de 2000.

Preso por Cristo por F. X. Nguyen van Thuan

F.V.D.

Jesús,

ayer por la tarde, fiesta de la Asunción de María, fui arrestado.

Transportado durante toda la noche de Saigón hasta Nhatrang, a cuatrocientos cincuenta kilómetros de distancia, en medio de dos policías, he comenzado la experiencia de una vida de prisionero.

Hay tantos sentimientos confusos en mi cabeza: tristeza, miedo, tensión;

Con el corazón desgarrado por haber sido alejado de mi pueblo.

Humillado, recuerdo las palabras de la Sagrada Escritura: “Ha sido contado entre los malhechores”.

He atravesado en coche mis tres diócesis: Saigón, Phanthiet, Nhatrang, con profundo amor a mis fieles,

Pero ninguno de ellos sabe que su pastor está pasando la primera etapa de su via crucis.

Pero en este mar de extrema amargura, me siento más libre que nunca.

No tengo nada, ni un céntimo, excepto mi rosario y la compañía de Jesús y María.
De camino a la cautividad he orado: “Tú eres mi Dios y mi todo”.

Jesús,

ahora puedo decir como san Pablo: “Yo, Francisco, prisionero de Cristo” (Ef 3,1)

En la oscuridad de la noche, en medio de este océano de ansiedad, de pesadilla, poco a poco me despierto: “Debo afrontar la realidad”.

“Estoy en la cárcel. Si espero el momento oportuno de hacer algo verdaderamente grande, ¿cuántas veces en mi vida se me presentarán ocasiones semejantes?

No, aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria”.

Jesús,

no esperaré; vivo el momento presente colmándolo de amor.

La línea recta está formada por millones de puntitos unidos entre sí.

También mi vida está integrada por millones de segundos y de minutos unidos entre sí.

Dispongo perfectamente cada punto y mi línea será recta.

Vivo con perfección cada minuto y la vida será santa.

El camino de la esperanza está enlosado de pequeños pasos de esperanza.

La vida de esperanza está hecha de breves minutos de esperanza.

Como Tú, Jesús, que has hecho siempre lo que le agrada a tu Padre. Cada minuto quiero decirte: Jesús, te amo; mi vida es siempre una “nueva y eterna alianza” contigo.

Cada minuto quiero cantar con toda la Iglesia:

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…


Por F. X. Nguyen van Thuan

martes, 30 de octubre de 2007

Abrir el corazón a Cristo

Adaptación de la homilia ignagural el Papa Benedicto XVI,
en la Plaza de San Pedro,
Domingo 24 de Avril de 2005

Todo nosotros somos la comunidad de los santos; nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nosotros, que vivimos del don de la carne y la sangre de Cristo, por medio del cual quiere transformarnos y hacernos semejantes a sí mismo. Sí, la Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días. Precisamente en los tristes días de la enfermedad y la muerte del Papa, algo se ha manifestado de modo maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experimentamos la alegría que el Resucitado ha prometido a los suyos. La Iglesia está viva; está viva porque Cristo está vivo, porque él ha resucitado verdaderamente.


Jesús invitó a Simón a remar mar adentro. Y Simón, que todavía no se llamaba Pedro, dio aquella admirable respuesta: “Maestro, por tu palabra echaré las redes”. Se le confió entonces la misión: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 1.11). También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera. Los Padres han dedicado también un comentario muy particular a esta tarea singular. Dicen así: para el pez, creado para vivir en el agua, resulta mortal sacarlo del mar. Se le priva de su elemento vital para convertirlo en alimento del hombre.

Pero en la misión del pescador de hombres ocurre lo contrario. Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo.

En este momento mi recuerdo vuelve al 22 de octubre de 1978, cuando el Papa Juan Pablo II inició su ministerio aquí en la Plaza de San Pedro. Todavía, y continuamente, resuenan en mis oídos sus palabras de entonces: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!” El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa. Además, el Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes. ¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él–, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida.

Amén.

sábado, 27 de octubre de 2007

XXIª Jornada Mundial de la Juventud, 2006 (Fragmento)


Queridos jóvenes, amad la palabra de Dios y amad a la Iglesia, que os permite acceder a un tesoro de un valor tan grande introduciéndoos a apreciar su riqueza. Amad y seguid a la Iglesia que ha recibido de su Fundador la misión de indicar a los hombres el camino de la verdadera felicidad. No es fácil reconocer y encontrar la auténtica felicidad en el mundo en que vivimos, en el que el hombre a menudo es rehén de corrientes ideológicas, que lo inducen, a pesar de creerse “libre”, a perderse en los errores e ilusiones de ideologías aberrantes. Urge iluminar la oscuridad en la que la humanidad va a ciegas. Jesús ha mostrado cómo puede suceder esto: “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32).

Queridos jóvenes, meditad a menudo la palabra de Dios, y dejad que el Espíritu Santo sea vuestro maestro. Descubriréis entonces que el pensar de Dios no es el de los hombres; seréis llevados a contemplar al Dios verdadero y a leer los acontecimientos de la Historia con sus ojos; gustaréis en plenitud la alegría que nace de la verdad. En el camino de la vida, que no es fácil ni está exento de insidias, podréis encontrar dificultades y sufrimientos. Pero la presencia amorosa de Dios, a través de su palabra, es antorcha que disipa las tinieblas del miedo e ilumina el camino, también en los momentos más difíciles.

Es necesario tomar en serio la exhortación de considerar la palabra de Dios como un “arma” indispensable en la lucha espiritual; ésta actúa eficazmente y da fruto si aprendemos a escucharla para obedecerle después.

San Jerónimo observa al respecto: “El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo” (PL 24,17; cfr. Dei Verbum, 25). Una vía muy probada para profundizar y gustar la palabra de Dios es la lectio divina, que constituye un verdadero y apropiado itinerario espiritual en etapas. De la lectio, que consiste en leer y volver a leer un pasaje de la Sagrada Escritura tomando los elementos principales, se pasa a la meditatio, que es como una parada interior, en la que el alma se dirige hacia Dios intentando comprender lo que su palabra dice hoy para la vida concreta. A continuación sigue la oratio, que hace que nos entretengamos con Dios en el coloquio directo, y finalmente se llega a la contemplatio, que nos ayuda a mantener el corazón atento a la presencia de Cristo, cuya palabra es “lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana”

Advierte el apóstol Santiago: “Pero tenéis que poner la Palabra en práctica y no sólo escucharla engañándoos a vosotros mismos.”

“Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, —dice Jesús— será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca” (Mt 7,24): no cederá a las inclemencias del tiempo.

Construir la vida sobre Cristo, acogiendo con alegría la palabra y poniendo en práctica la doctrina: ¡he aquí, jóvenes del tercer milenio, cuál debe ser vuestro programa! Es urgente que surja una nueva generación de apóstoles enraizados en la palabra de Cristo, capaces de responder a los desafíos de nuestro tiempo y dispuestos a para difundir el Evangelio por todas partes. ¡Esto es lo que os pide el Señor, a esto os invita la Iglesia, esto es lo que el mundo —aun sin saberlo— espera de vosotros! Y si Jesús os llama, no tengáis miedo de responderle con generosidad, especialmente cuando os propone de seguirlo en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. No tengáis miedo; fiaos de Él y no quedaréis decepcionados.

María, presente en el Cenáculo con los Apóstoles a la espera del Pentecostés, os sea madre y guía. Que Ella os enseñe a acoger la palabra de Dios, a conservarla y a meditarla en vuestro corazón (cfr. Lc 2,19) como lo hizo Ella durante toda la vida. Que os aliente a decir vuestro “sí” al Señor, viviendo la “obediencia de la fe”. Que os ayude a estar firmes en la fe, constantes en la esperanza, perseverantes en la caridad, siempre dóciles a la palabra de Dios. Os acompaño con mi oración, mientras a todos os bendigo de corazón.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Charles de Foucauld (1858-1916)

F.V.D.

"Apenas creí que había Dios, comprendí que debía vivir solo para Él. Mi vocación religiosa data de la misma hora que mi fe. ¡Dios es tan grande¡ ¡Hay tanta diferencia entre Dios y todo lo que no es Él!"

- LA NOCHE DEL DESIERTO

"Hay que pasar por el desierto y quedarse para recibir la gracia de Dios: allí uno se vacía, aleja de sí todo lo que no es Dios y vaciamos completamente nuestra alma para dejar todo el lugar a Dios solo... Los hebreos pasaron por el desierto: Moisés vivió allí antes de recibir su misión; San Pablo, al salir de Damasco, pasó por Arabia... Es indispensable...

Es un tiempo de gracia... Es un período por el cual toda alma que quiera dar frutos debe pasar necesariamente... Es necesario ese silencio, ese recogimiento, ese olvido de todo lo creado en el que Dios se establece, donde reina y forma en ella el espíritu interior... la vida íntima con Dios... la conversación del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad..."

"Más tarde, el alma producirá frutos exactamente en la medida en que el hombre interior se habrá formado en ella..."


- LA EUCARISTÍA Y LOS POBRES

"...evangelización no por la palabra, sino por la presencia del Santísimo Sacramento, la ofrenda del divino sacrificio, la oración , la penitencia, la práctica de las virtudes evangélicas, la caridad , una caridad fraterna y universal, compartiendo hasta el último bocado de pan con cualquier pobre, con cualquier huésped, con cualquier desconocido que se presentara, recibiendo a cualquier humano como a un hermano bien amado".

Vemos cómo la Eucaristía se hace un bocado de pan para todos. Aquella presencia produce ésta. El pan que se adora lleva al pan que se comparte. La irradiación de la Eucaristía tiene el sabor del pan compartido y da la vida. Si aquella adoración no conlleva el compartir entre pobres, la luz se apaga y la tiniebla se adueña de nuevo.

Pero la Eucaristía, centro del apostolado, debe ser llevada a los hombres. No basta iluminar un lugar..

- "SI EL GRANO DE TRIGO NO MUERE..."

En la cooperación de la redención, sabe que la roturación del campo, que hay que realizar antes que todo otro trabajo, consiste en aniquilarse a sí mismo, dejándose abrasar por la llama del sacrificio.

"Ruegue usted por mí para que ame, ruegue para que ame a Jesús. Ruegue para que ame su cruz, ruegue para que ame la cruz, no por ella misma sino como medio, el camino único de glorificar a Jesús. El grano de trigo no da fruto si no muere".

Blaise Pascal (1623-1662)

F.V.D.

"Sólo conozco dos tipos de personas razonables: las que aman a Dios de todo corazón porque le conocen, y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen"

Científico, filósofo y escritor francés

domingo, 21 de octubre de 2007

Estrato de la XVIII Jornada Mundial de la Juventud

F.V.D.

"Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27)
Antes de morir, Jesús entrega al apóstol Juan lo más precioso que tiene: su Madre, María. Son las últimas palabras del Redentor, que por ello adquieren un carácter solemne y constituyen como su testamento espiritual.
En la Anunciación, María dona en su seno la naturaleza humana al Hijo de Dios; al pie de la Cruz, en Juan, acoge en su corazón la humanidad entera. (…) María recibe de Él como una “segunda anunciación”: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19,26).



En la Cruz, el Hijo puede derramar su sufrimiento en el corazón de la Madre. Todo hijo que sufre siente esta necesidad. También vosotros, queridos jóvenes, os enfrentáis al sufrimiento: la soledad, los fracasos y las desilusiones en vuestra vida personal; las dificultades para adaptarse al mundo de los adultos y a la vida profesional; las separaciones y los lutos en vuestras familias; la violencia de las guerras y la muerte de los inocentes. Pero sabed que en los momentos difíciles, que no faltan en la vida de cada uno, no estáis solos: como a Juan al pie de la Cruz, Jesús os entrega también a vosotros su Madre, para que os conforte con su ternura.

S. S. Juan Pablo II



"En el día de la madre no nos olvidemos de Ella,

Verdadera Madre de la humanidad"

Tomás Darío Casares (1895-1976)

F.V.D.

Nacido en Buenos Aires el 25 de octubre de 1895, mismo año en que nacieron sus amigos Atilio dell' Oro Maini y Juan Alfonso Carrizo.
Realizó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio Lacordaire de Buenos Aires, dirigido por los padres dominicos.

Estudió abogacía en la Universidad de Buenos Aires, donde egresa con Diploma de Honor. Su vida se dividirá entre su carrera de abogado y su tiempo dedicado a la Filosofía.

En 1914, cuando un grupo de jóvenes asqueado del positivismo reinante en la educación oficial crea en el seno del Ateneo Hispanoamericano (futuro Museo Social Argentino) la Sección de Estudiantes Universitarios, Tomás será uno de sus miembros descollantes y presidente (1915). En 1915 ese grupo, del que también formaban parte Monner Sans, Francisco de Aparicio, Carmelo Bonet, Gabriel del Mazo y Lidia Peradotto, comienza a publicar la revista Ideas en la que se reflejaba una nueva actitud frente a la cultura y la política. Este grupo de jóvenes será conocido como la generación del novecientos o "novecentistas" o "Colegio Novecentista". Miembros de este grupo, fueron además, Alejandro Korn, Coriolano Alberini, Ventura Pessolano, Carlos Sáenz, César Pico, Vicente Sierra, Julio Irazusta, entre otros. Poco después en 1917, el grupo se independizó adoptando primero el nombre de Ateneo de Estudiantes Universitarios y, posteriormente, el de Ateneo Universitario. Ya netamente dentro del movimiento de renovación católica, en 1917 se crea el Ateneo Social de la Juventud, fundado entre otros por Tomás Casares, Octavio Pico Estrada y Atilio Dell' Oro Maini; a éste último acompañará activamente en el Centro de Estudiantes de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Fue profesor en el Colegio Nacional de Buenos Aires y en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza, además de otros colegios secundarios. A la vez, comenzó a enseñar en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata.

Obtiene el título de Doctor en Jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires con diploma de honor y premio especial por su tesis luego publicada en 1919 con el nombre de La Religión y el Estado, en esta obra en la línea de los trabajos apologéticos de los católicos argentinos del siglo XIX (José Manuel Estrada, Pedro Goyena, Toribio Achaval Rodríguez, etc.) se vislumbra ya el pensamiento del Doctor Común de la Iglesia, su maestro Santo Tomás de Aquino.
Contrajo matrimonio con María Martha Giménez Zapiola, con la que tuvo nueve hijos: Tomás María, Emilio Carlos María, Luis María, María Martha, José María, Francisco María, María Magdalena, Margarita María y María de la Asunción.
En 1921 integra la Junta Superior de la Liga Argentina de la Juventud Católica Argentina de la Unión Popular Católica Argentina.
En una noche de primavera de 1921, Samuel W. Medrano y Tomás Casares se reúnen. Conversan largo y tendido sobre los problemas del país y la situación de los católicos en el mismo. Hacia el final, Casares confía a su interlocutor un escrito con un proyecto: enseñar a los jóvenes estudiantes Filosofía, Historia de la Iglesia y Sagrada Escritura. Este pequeño escrito, publicado posteriormente como De Nuestro Catolicismo, fue la génesis de un hecho histórico. El 21 de agosto de 1922, bajo la dirección del Dr. Atilio dell' Oro Maini, nacen los Cursos de Cultura Católica, bajo la guía del Santo Doctor. En estos Cursos se reunieron personajes como César Pico, Octavio Nicolás Derisi, Julio Meinvielle, Juan R. Sepich, Leopoldo Marechal, Francisco Luis Bernárdez, etc. En ellos se comentarán las obras de Maritain, Garrigou - Lagrange, Gilsoon, Gillet, Fumet, Del Prado, Boyer, Gemelli, Hugon, entre los contemporáneos, y los clásicos griegos y los padres y doctores de la Iglesia (presididos por SantoTomás de Aquino).
En 1931, después de la caída de Irigoyen, es invitado a asumir como Ministro de Gobierno de la Provincia de Corrientes donde estaba como interventor el Dr. Dell' Oro Maini.
Desde 1934 fue Profesor Titular de Introducción a la Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

En el importantísimo XXXIIº Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Buenos Aires entre los días 10 y 14 de octubre de 1934, y donde se contó con la presencia del cardenal Eugenio Paccelli (futuro papa Pío XII), tocó al Dr. Casares pronunciar un discurso.

Tomás Casares será director de los Cursos de Cultura Católica dos veces. La primera vez en 1928. Durante su segunda dirección, entre el 21 de agosto de 1932 y el año 1940, será la época de oro de los Cursos según todos los historiadores de los mismos. En esa época se desarrollan como nunca la Sección Universitaria y el Convivio (centro de estudio de la cultura), y se crea la Escuela de Filosofía y el Departamento de Folklore. En ese período, tan reconocida fue su excelencia que personas como Jacques Maritain (de Agosto a Octubre de 1936), Tristán de Athayde (Septiembre de 1937) y el padre Reginald Garrigou Lagrange (Agosto de 1938) viajaron para dar conferencias en sus salones.
J. Maritain dictó seis conferencias y un curso completo sobre la teoría tomista del conocimiento. Inclusive, su esposa Raïssa fue animada a dictar una conferencia, por primera vez en su vida, sobre el tema "La conscience morale et la sainteté dans l'etat de nature" (el 5 de octubre de 1936). Tocó a Casares pronunciar el discurso de despedida y nombrarlo "profesor honorario". Seguidamente, se refirió Maritain a los Cursos, los días vividos en Buenos Aires y a la persona de Casares ("corazón desbordante de celo de Dios y de las almas, y de caridad para sus amigos... sois el hombre que se necesita en el lugar que se lo necesita").
Entre 1936 y 1937 fue Vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Posteriormente fue Delegado Titular por la Facultad de Filosofía y Letras al Honorable Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires.
En 1938 culminó la primera edición de su obra cumbre, La Justicia y el Derecho, donde explora a fondo la filosofía del derecho y la doctrina de la ley natural. De este libro dice Monseñor Derisi, "aun sin pretenderlo, es la confesión de su propia vida y de los ideales de derecho y justicia a los que sirvió con fidelidad".
También colaboró Casares con la publicación oficial de los Cursos de Cultura Católica llamada Ortodoxia aparecida por primera vez en 1941, de la que fue Director. En esta publicación escribieron personalidades destacadas como el padre Octavio N. Derisi, Nimio de Anquín, Mario A. Pinto, César Pico, entre otros. La revista dejó de publicarse en 1947.
En 1944 el Presidente de la Nación, el general Farrell, asesorado por un distinguido grupo de juristas, lo designa Ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, cargo que ocupará hasta 1955, ejerciendo como Presidente de la misma entre 1947 y 1949. Fue el único integrante de este alto tribunal que permaneció en su cargo al ser removido el resto por el Congreso de la Nación en 1947.

El 30 de abril de 1947, durante el primer gobierno de Juan D. Perón, el Honorable Senado de la Nación aprobó la destitución de cuatro de los miembros de la Suprema Corte, incluyendo al Procurador de la Nación, Dr. Juan Álvarez, y excluyendo al quinto miembro, Dr. Tomás D. Casares. Inmediatamente, se nombra a este último Presidente de este supremo tribunal y se incorpora a los doctores Pérez, Longhi, Álvarez Rodríguez y Valenzuela. Muchos exigieron al juez tomista que renunciara ante semejante afrenta a las libertades, sin embargo, él decidió continuar en el cargo donde más bien podía hacer.
Durante esos años donde los derechos humanos se encontraban en una situación difícil, el Dr. Casares se destacó por sus posiciones particulares: el primer voto favorable al recurso de amparo en la historia argentina, su peculiar posición frente a la ley que establecía el "estado de guerra interno" y facultaba la pena de muerte por fusilamiento, su oposición a una "Estado vigilante o policíaco" en el caso Banco de la Nación Argentina contra la Provincia de Mendoza. Un estudio revela que durante sus diez años en la Corte, se le computan 85 disidencias y 22 exposiciones propias.
Pero, por otro lado, el rol de Casares como Juez de la Suprema Corte fue fundamental para el proceso justicialista, tal como lo testimonia el Dr. Arturo Sampay: "Mientras rigió la Constitución de 1949, el sabio jurista Tomás D. Casares elaboró en su carácter de ministro de la Corte Suprema la jurisprudencia que, al otorgar prevalencia a la justicia del bien común sobre los derechos adquiridos en los cambios conmutativos, siguiendo los preceptos de la nueva Constitución, supera la concepción del liberalismo económico que informó siempre, en lo esencial, a la jurisprudencia del alto tribunal", y más adelante continúa: "Realizada la reforma de 1949, la jurisprudencia de la Corte Suprema, inspirada siempre y elaborada en la parte fundamental por Casares, interpreta orgánicamente sus preceptos de sentido con una conceptualización y coherencia filosóficas admirables."

Fue profesor de Moral Práctica, de Instrucción Cívica y de Nociones de Derecho en el Colegio Nacional de Buenos Aires y en el Instituto Libre de la Segunda Enseñanza (ILSE). Fue profesor adjunto de Filosofía del Derecho en la Faculta de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fue nombrado encargado del Seminario del Doctorado en Jurisprudencia de la UBA. Fue profesor de Introducción a la Filosofía y de Metafísica en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata y decano (1930) y delegado de esa facultad ante el Consejo Superior de esa Universidad. Fue profesor titular de Historia de la Filosofía Antigua y Medieval e interino de Introducción a la Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fue interventor del Poder Ejecutivo Nacional en la Universidad de Buenos Aires. Fue profesor titular de Filosofía del Derecho de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Católica Argentina (UCA). Fue director del Instituto para la Integración del Saber, profesor emérito y miembro del Consejo Superior de la Pontificia Universidad Católica Argentina "Santa María de los Buenos Aires" (UCA).
Siendo miembro de la Corte le tocó mediar entre el gobierno de Perón y los obispos católicos durante el conflicto desatado en 1954.

Frente a los hechos acaecidos en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires, cuando la misma fue atacada por fuerzas de choque peronistas encontrándose el Dr. Casares en misa, solicitó el 15 de junio de 1955 ser licenciado de su cargo. Ante la gravedad de los acontecimientos de los últimos meses del peronismo y los excesos de la Suprema Corte totalmente adicta al gobierno, decide, con fecha 21 de septiembre, poner fin a su alejamiento.
Pero por su intervención en los enfrentamientos de la Catedral en los que intentó y logró evitar una invasión de la misma, Casares fue denunciado por el Poder Ejecutivo ante el Congreso por interferir la labor policial dentro del templo, se solicitó juicio político para separarlo del cargo pero la solicitud no prosperó, y Casares se desempeñó como ministro de la Suprema Corte hasta la caída de Perón.
El gobierno revolucionario que había depuesto al General Perón, sugiere al Dr. Casares que presente la renuncia para no verse manchado con la imputación de indignidad que pesaba sobre los otros miembros de la Corte. Se opone a salvarse gracias a un tratamiento especial. El 4 de octubre de 1955 fue separado del cargo de Ministro de la Corte Suprema por decreto del gobierno de la Revolución Libertadora que había depuesto a Perón. Este hecho injusto le produjo una gran angustia a pesar del apoyo de gran parte de la comunidad de juristas.
Fue Ministro de Gobierno de la Intervención Federal a la Provincia de Corrientes. Fue director del Instituto de la Empresa de la Fundación Pérez Companc. Fue condecorado por el Papa como Comendador de la Orden de San Gregorio.

Durante su etapa de formación, Casares se vio influido por pensadores de renombre como Balmes, Sertillanges, Cathrein, Zeferino González y Mercier, y también por los neoescolásticos italianos: Liberatore, Curci, Taparelli, Tongiorgi, Palmieri y Zigliara, principalmente. También lo influyó el pensamiento de José Manuel Estrada, pensador católico argentino original de la segunda mitad del siglo XIX, influido por el espiritualismo, el tradicionalismo y el neoescolasticismo, hasta cierto punto. De sus primeros maestros, sólo Viktor Cathrein permanecerá como segura referencia en sus escritos. Hacia fines de los años '20 conoce a los franceses Maritain, Garrigou - Lagrange y Gilson. A pesar del aprecio que guardaba por Jacques Maritain, hacia la segunda mitad del siglo XX estaba más cerca del medievalista francés Etienne Gilson, especialmente de sus obras: El Tomismo, El Espíritu de la Filosofía Medieval y El Ser y la Esencia. Comienza a abandonar el "esencialismo" tomista por una visión basada en la primacía del "ser". También será influido en los años '50 por Romano Guardini.

Colaboró con innumerables trabajos en Humanidades (La Plata), La Nueva República (Buenos Aires), Criterio (Buenos Aires), Ortodoxia (Buenos Aires), Concordia (Buenos Aires), Logos (Buenos Aires), Sapientia (La Plata), Universitas (Buenos Aires), Mikael (Paraná), Prudentia Iuris, Revista de la Facultad de Derecho de Buenos Aires, y otros medios.

Sus grandes temas de especulación filosófica fueron: la inteligencia y la fe, la acción y la contemplación, la metafísica de la justicia y del derecho, la Universidad, la empresa, la sociedad y el hombre. La proyección de su pensamiento ha sido más amplia de lo que se cree si se tiene en cuenta que fue el mayor impulsor de los Cursos de Cultura Católica (germen de la Universidad Católica Argentina) y que fue "maestro" de Monseñor Octavio N. Derisi. Es el Dr. Casares quien prologa la primera gran obra del prelado tomista argentino, Los Fundamentos Metafísicos del Orden Moral.

En 1958 al fundarse la Universidad Católica Argentina, el Dr. Casares asume como Profesor Titular. En 1967 será designado Profesor Emérito de la misma. Ya en 1971 es nombrado Consejero Titular de la U.C.A.
En 1971 el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires lo nombró Profesor Honorario y Emérito.

En 1974 se reincorpora a la magistratura judicial como Conjuez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y al año siguiente, como Presidente del Tribunal de Enjuiciamiento de los Jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y del Procurador General de la Nación.
Falleció el 28 de diciembre de 1976 en su querida Ciudad de Buenos Aires.

sábado, 20 de octubre de 2007

Oración a Cristo Doliente



No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido;


ni me mueve el infierno tan temido


para dejar por eso de ofenderte.


Tú me mueves, Señor, muéveme el verte


clavado en una cruz y escarnecido;


muéveme el ver tu cuerpo tan herido,


muévanme tus afrentas y tu muerte.


muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,


que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,


y, que aunque no hubiera infierno, te temiera.


No me tienes que dar porque te quiera;


pues, aunque cuanto espero no esperara;


lo mismo que te quiero te quisiera.


Amén.

Fray Miguel de Guevara

viernes, 19 de octubre de 2007

Ceferino Namuncurá el beato de la patagonia

F.V.D.

El 7 de julio de 2007 el papa Benedicto XVI firmó el decreto que declara a Ceferino Namuncurá como beato. El pontífice recibió al cardenal José Saraiva Martins, el por entonces prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, y autorizó a la Congregación a promulgar una serie de decretos, entre los cuales el que declara beato a "Ciervo de Dios Ceferino Namuncurá".

Una junta médica del Vaticano consideró que la curación de una mujer enferma no tenía explicación científica y se trató de un milagro por la intercesión de Ceferino. La ceremonia de beatificación se realizará el 11 de noviembre de 2007 en Chimpay.

jueves, 18 de octubre de 2007

Palabras del Santo Padre Benedicto XVI a los jóvenes

F.V.D.
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos»

Queridos jóvenes:
Dentro de un año nos encontraremos con ocasión de la Jornada mundial de la juventud, en Sydney. Deseo animaros a prepararos bien para esa maravillosa celebración de la fe, que viviréis en compañía de vuestros obispos, sacerdotes, religiosos, responsables de la pastoral de la juventud, y unos con otros. Entrad plenamente en la vida de vuestras parroquias y participad con entusiasmo en los acontecimientos diocesanos. De este modo, os prepararéis espiritualmente para experimentar, cuando nos reunamos en Sydney en julio del año próximo, más a fondo todo aquello en lo que creemos.

«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Como sabéis, estas palabras de Jesús constituyen el tema de la Jornada mundial de la juventud de 2008. Sólo podemos imaginar cómo se sintieron los Apóstoles al oír estas palabras, pero sin duda alguna su confusión fue atenuada por una sensación de temor reverencial y de expectación impaciente por la venida del Espíritu. Unidos en oración a María y a los demás reunidos en el Cenáculo (cf. Hch 1, 14), experimentaron la auténtica fuerza del Espíritu, cuya presencia transforma la incertidumbre, el miedo y la división en decisión, esperanza y comunión.

También nosotros tenemos una sensación de temor reverencial y de expectación impaciente mientras nos preparamos para el encuentro de Sydney. Para muchos de nosotros será un largo viaje. Sin embargo, Australia y su pueblo evocan imágenes de una cordial bienvenida y de una maravillosa belleza, de una antigua historia aborigen y de multitud de ciudades y comunidades vivas. Sé que las autoridades eclesiales y gubernamentales, junto con numerosos jóvenes australianos, ya están colaborando para garantizarnos a todos una experiencia excepcional. A todos ellos les expreso mi más viva gratitud.


La Jornada mundial de la juventud es mucho más que un acontecimiento. Es un tiempo de profunda renovación espiritual, de cuyos frutos se beneficia toda la sociedad. Los jóvenes peregrinos sienten el deseo de rezar, de alimentarse con la Palabra y el Sacramento, de ser transformados por el Espíritu Santo, que ilumina la maravilla del alma humana y muestra el camino para ser «expresión e instrumento del amor que proviene de él» (Deus caritas est, 33).

Este amor —el amor de Cristo— es lo que el mundo anhela. Por eso, estáis llamados por tantas personas a "ser sus testigos". Algunos de vuestros amigos tienen pocas motivaciones reales en su vida, quizá absortos en una búsqueda vana de innumerables experiencias nuevas. Llevadlos también a ellos a la Jornada mundial de la juventud. De hecho, he notado que, contra la corriente de secularismo, muchos jóvenes están redescubriendo el deseo que satisface de una belleza, de una bondad y una verdad auténticas. Con vuestro testimonio, les ayudáis en su búsqueda del Espíritu de Dios. Sed intrépidos en este testimonio. Esforzaos por difundir la luz de Cristo, que guía y da motivación para toda vida, haciendo posible para todos una alegría y una felicidad duraderas.

Queridos jóvenes, hasta nuestro encuentro en Sydney, que el Señor os proteja a todos. Encomendemos estos preparativos a nuestra Señora de la Cruz del Sur, Auxilio de los cristianos. Con ella, oremos: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor».

lunes, 15 de octubre de 2007

San Agustín "Confesiones"

F.V.D.

"Cuando yo me adhiriere a ti con tomo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será viva, llena toda de ti. Mas ahora, como al que tú llenas lo elevas, me soy carga a mí mismo, porque no estoy lleno de ti."

"Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de alegría, y no sé de qué parte está la victoria. Contienden mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé de qué parte está la victoria. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! ¡Ay de mí!"


"¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo. reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abraséme en tu paz"

sábado, 13 de octubre de 2007

Santa Teresa de Lisieux (1873-1897)

F.V.D.

"En lugar de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad"

"La santidad consiste en la disposición del corazón"

viernes, 12 de octubre de 2007

Siervo de Dios Luis María Etcheverry Boneo (1917 - 1971)

F.V.D.
"Tenemos que ser católicos sin adjetivos"
Nace en Buenos Aires el 18 de septiembre de 1917 en el seno de una familia profundamente cristiana. A los 12 años plantea su vocación, pero consultado su tío Monseñor Agustín Boneo -entonces primer Obispo de Santa Fe- aconseja esperar a concluir los estudios secundarios.

El 19 de marzo de 1936 ingresa al Seminario Metropolitano de Buenos Aires y en septiembre del mismo año es enviado al Colegio Pío Latino Americano de Roma para realizar los estudios eclesiásticos en la Pontificia Universidad Gregoriana donde obtiene la licenciatura en Teología (1941) y en Filosofía (1942) y la medalla de oro de su promoción y es considerado no sólo por su inteligencia y dedicación en sus estudios, sino por su trabajo ascético y el cuidado de su vida espiritual.

El 12 de abril de 1941 es ordenado sacerdote y en esa ocasión escribe -como recordará en la Homilía de la Misa exequial su amigo y compañero Monseñor Dr. Manuel Cárdenas, entonces Obispo Auxiliar de Buenos Aires- que su vida había llegado a ser como "un poema divino".
Quiere hacer su tesis doctoral sobre "La posibilidad de una cultura cristiana" dado su permanente interés por las realidades terrenas y el quehacer temporal como quehacer santo, pero no le aceptan su propuesta porque entienden que no hay suficientes antecedentes sobre el tema. Con motivo de la situación bélica es llamado por el Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Santiago Luis Copello.

Llega a Buenos Aires el 10 de noviembre de 1943. En la Arquidiócesis es Vicario Cooperador de la parroquia Ntra. Sra. de Monserrat (1943-1044); Capellán del Colegio Ntra. Sra. de la Misericordia de Belgrano (1944-1949); Prosecretario y vicecanciller en el Arzobispado de Buenos Aires (1944-1947), Juez Provisor (1947-1953) y Canónigo del Cabildo Metropolitano (desde 1946). Es director de los Cursos de Cultura Católica y luego del Pontificio Instituto Católico de Cultura (1946-1957), antecedente de la Pontificia Universidad Católica Argentina en cuya fundación participa activamente siendo su Secretario General y Director del Instituto de Ciencias de la Cultura (1958-1961) y promoviendo la validez de sus títulos a través de contactos con autoridades estatales de las cuales obtiene, junto a otros gestores, la libertad de enseñanza universitaria. En los Cursos de Cultura Católica y en el Pontificio Instituto comienza con jóvenes economistas profesionales un Seminario sobre Teología de la economía y sus conferencias inaugurales de los cursos lectivos en las que trata sobre La posibilidad de una teología de las realidades terrenas (1952) y La sacramentalización de lo social, función de la inteligencia católica contemporánea (1953) entre otras, en las que desarrolla su temática sobre filosofía y teología de la cultura. Como Director del Instituto de Ciencias de la Cultura de la Universidad Católica Argentina, comienza sus cursos sobre "Teología de la cultura" y un Seminario interdisciplinario con jóvenes investigadores de las distintas ciencias.

A la vez, en 1947 funda la Sociedad Argentina de Cultura de la que dependerán cinco Colegios Universitarios masculinos, así como el Colegio San Pablo, con cursos primarios y secundarios para varones (1953-1971). En el mismo año crea el Círculo Santa Teresa del Niño Jesús para universitarias; en 1952 entrega a la Iglesia una nueva forma de vida consagrada con la fundación de las "Servidoras" a las que da como carisma "el servicio a la Iglesia"; crea luego la Asociación Argentina de Cultura (1954) de la que surgirán Colegios Universitarios femeninos y el Colegio San Pablo femenino (1969) (hoy Colegio Padre Luis María Etcheverry Boneo, en honor de su Fundador) con cursos primarios y secundarios, así como muchas otras obras apostólicas al servicio de la Iglesia en la Argentina y en Roma.

Asimismo, siempre en el ámbito de la evangelización de la Cultura, en 1961 crea la Fundación Cultural Argentina, cuya principal labor se realiza en la estancia Santa María de la Armonía, en Cobo (Mar del Plata).

Junto con todo lo anterior, están sus cursos, cursillos, conferencias, predicaciones diversas y numerosos retiros espirituales, recogidos en grabaciones por sus discípulos, que abarcan miles de folios, estimando los destinatarios de ese pensamiento teológico y espiritual que se da una gran sintonía con el pensamiento de Juan Pablo II.

Pero, de esa acción que alguien ha calificado de "volcánica", el mayor tiempo y energías del Padre Etcheverry Boneo están dedicados a la dirección espiritual, a la formación de personas, orientándolas hacia la santidad en sus distintas vocaciones. De dicha labor surgen profesionales y matrimonios ejemplares y más de 150 vocaciones sacerdotales y de vida consagrada. Se preocupa también por el bien material, dando a su prójimo siempre más y mejor de lo que se le solicita.

Su personalidad con verdadera fortaleza sobrenatural y a la vez paciente paternidad le permite afrontar serias dificultades de las cuales no es la menor el problema económico financiero del país y sobre todo las corrientes entonces llamadas "progresistas" y "conservadoras" en el seno de la Iglesia; pero se mantuvo con valentía en la línea del santo Padre y del Concilio Vaticano II y decía: "tenemos que ser católicos sin adjetivos", lo cual le valió serias críticas de ambos extremos.

El Padre Etcheverry Boneo encarna en su persona lo que enseña y conduce a amar a todos "como Dios los ama"; atiende con igual paternidad a profesionales y obreros. El lema que impulsa toda su acción es "instaurar todas las cosas en Cristo" y tiene y extiende siempre una gran devoción a la Virgen.

Su muerte, ocurrida en Madrid el 18 de marzo de 1971 en el Sanatorio Hospital San Pedro para sacerdotes, tras ocho días de gran sufrimiento, fue calificada por médicos, sacerdotes y religiosas que lo atendieron y visitaron como un excepcional testimonio de santidad. Su Misa exequial y su entierro admiran a los empleados del Cementerio por la cantidad de gente y el silencio devoto que lo acompañó y sigue admirando a cuántas personas van a rezar junto a sus restos.
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"Instaurar todo en Cristo"

lunes, 8 de octubre de 2007

ADORACION EUCARISTICA 11 DE OCTUBRE

F.V.D.

"Quedaos aqui y velad conmigo" (Mt. 26,38)

Jueves 11 de Octubre

20 hs

Colegio San Pablo

(esq. de Melo y Larrea)

domingo, 7 de octubre de 2007

PARA JÓVENES QUE BUSCAN LA SANTIDAD… POR ENRIQUE CARRIQUIRI

F.V.D.

“La voluntad de Dios es que sean santos…” (1 Tes 4,3)


Dios nos llama a su Presencia; es el Señor Jesús, Dios y hombre, que nos quiere hacer santos. Nos llama a vivir la aventura de su Amor. ¿Qué más puede querer un joven, caldera de ideales y sueños…? ¿Qué más que lanzarse a la aventura de la santidad, de vivir del Amor de Dios?

Dios no nos trajo al mundo para sobrevivir, y para que cada uno se haga camino según lo que piensa… ¡No! Ese es el camino de la no-felicidad, camino que es mentira y que termina en la muerte. El Señor Jesús nos hizo para Él, para que seamos felices en la Verdad, felices de verdad. Para que Él sea nuestro Camino y para que así tengamos Vida… ¡en abundancia! Nosotros pensamos que si hacemos algo que “mas o menos” nos gusta vamos a ser “mas o menos” felices… Y esto es un poroto al lado de lo que nos propone el Señor.

Él nos llama a vivir una aventura única e irrepetible, pensada para nosotros, hecha y preparada desde toda la eternidad, y a lo largo de toda la historia, para nosotros, a nuestra medida exacta. No es un molde; no. Es una aventura de felicidad que tiene nuestro nombre y apellido, y lo que ya hemos vivido entra en esta aventura. Nuestro corazón fue hecho para este plan, y sólo será verdadera y profundamente feliz arrojándose en este desafío. Porque los gustos o inclinaciones, deseos e inquietudes de nuestro corazón han sido sembrados por nuestro Señor. Y a Él nada se le escapa. Todo lo que queremos profundamente Jesús lo conoce, por eso nos ha trazado un camino y nos invita a seguirlo.

Este camino personal, el de nuestra felicidad eterna, indudablemente pasa por la cruz… “El que me quiere seguir que renuncie a sí mismo y cargue con su cruz” nos dice el Señor. Esto es claro, el hombre alcanza su felicidad con otros, en comunión. Por eso es preciso “renunciar a uno mismo”, porque este camino estará signado por el servicio, porque Jesús, después de haber lavado los pies a sus discípulos nos dice “ustedes serán felices si sabiendo estas cosas las practican”. La entrega al otro está en la esencia del alma del alma humana: nadie es feliz solo.

Nuestro corazón debe decidirse, tomar conciencia de que fue creado para amar y ser amado… Pero para dar este salto, para lanzarse de lleno a la vocación, es necesario tener viva experiencia del Amor que Dios nos tiene, Amor que sobrepasa “todo lo que podemos pensar o imaginar”, Amor que nos ha llamado a la Vida y que Jesús nos muestra.

Pidamos el Espíritu Santo, pidámosle a la Virgen que se derrame en nosotros una fuerte efusión del Espíritu Santo; pidámosle a la Virgen, Madre nuestra, que el Espíritu Santo nos manifieste en lo más hondo de nuestro corazón el Amor indescriptible que Jesús tiene por cada uno de nosotros.


Cuando el Espíritu nos manifiesta el Amor de Cristo, nos unge, nos llena de alegría, y Él mismo es el Amor que deseamos llevar a los demás, el Amor que “no podemos callar”. Envueltos y llenos de este Amor descubrimos quiénes somos: sí, ¡hijos de Dios Padre en Jesús! Identidad más profunda y común a todos los bautizados. Así, el Espíritu nos mueve a realizar nuestra misión: anunciar esta Buena Noticia al mundo. A todos llevar el Amor de Dios con nuestra vida, Amor que nos hace vivir en alegría y esperanza de la Vida definitiva, Amor que trasmitimos con gestos concretos todos los días, y que queda probado en el rechazo, en la “locura de la cruz”, y que es signo, para los hombres, que Cristo vive glorioso y Resucitado “a la derecha de Dios Padre”, y por esto también en cada de uno de nosotros…

“¡La Paz esté con ustedes!” “¡Reciban el Espíritu Santo!”

Enrique Carriquiri

miércoles, 3 de octubre de 2007

Homilía del cardenal Ratzinger en la misa de exequias de Juan Pablo II

F.V.D.

«Está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos
bendice»

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 8 abril 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció el cardenal Joseph Ratzinger, decano del Colegio Cardenalicio, durante la misa de exequias por Juan Pablo II que presidió este viernes en la plaza de San Pedro del Vaticano.


«Sígueme», dice el Señor resucitado a Pedro, como última palabra a este discípulo elegido para apacentar a sus ovejas. «Sígueme», esta palabra lapidaria de Cristo puede considerarse como la clave para comprender el mensaje que deja la vida de nuestro difunto y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos depositamos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud.

Con estos sentimientos y este espíritu, hermanos y hermanas en Cristo, nos encontramos en la plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros diferentes lugares de la ciudad de Roma,
poblada en estos días por una inmensa multitud silenciosa y orante. Saludo a todos cordialmente. En nombre del Colegio de los cardenales saludo con deferencia a los jefes de Estado, de gobierno y a las delegaciones de los diferentes países. Saludo a las autoridades y a los representantes de las Iglesias y comunidades cristianas, al igual que a los de las diferentes religiones. Saludo a los
arzobispos, a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, llegados de todos los continentes; de forma especial a los jóvenes a los que Juan Pablo II definía como el futuro y la
esperanza de la Iglesia. Mi saludo alcanza también a todos los que en cualquier lugar del mundo están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión, en esta participación conjunta en el solemne rito de despedida del querido pontífice.

«Sígueme». Cuando era joven estudiante, Karol Wojtyla era un apasionado de la literatura, del teatro, de la poesía. Mientras trabajaba en una fábrica química, rodeado y amenazado por el terror nazi, escuchó la voz del Señor: ¡Sígueme! En este contexto tan particular comenzó a leer libros de filosofía y de teología, entró después en el seminario clandestino creado por el cardenal Sapieha y después de la guerra pudo completar sus estudios en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica de Cracovia. Muchas veces en sus cartas a los sacerdotes y en sus libros autobiográficos nos habló de su sacerdocio, en el que fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En esos textos interpreta su sacerdocio a partir de tres frases del Señor. Ante todo ésta: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Juan 15, 16).


La segunda palabra es: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10, 11). Y por último: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor» (Juan 15, 9).

En estas tres frases podemos ver el alma entera de nuestro Santo Padre. Realmente ha ido a todos los lugares sin descanso para llevar fruto, un fruto que permanece. «Levantaos, vamos», es el título de su penúltimo libro. «Levantaos, vamos». Con esas palabras nos ha
despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y hoy. «Levantaos, vamos», nos dice hoy también a nosotros. El Santo Padre fue además sacerdote hasta el final porque ofreció su vida a Dios por sus ovejas y por toda la familia humana, en una entrega cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las duras pruebas de los últimos meses. Así se ha convertido en una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama sus ovejas. Y finalmente «permaneced en mi amor»: el Papa, que buscó el encuentro con todos, que tuvo una capacidad de perdón y de apertura de corazón para todos, nos dice hoy también con estas palabras del Señor: «Permaneciendo en el amor de Cristo, aprendemos, en la escuela de Cristo, el arte del verdadero amor».

«Sígueme». En julio de 1958 comienza para el joven sacerdote Karol Wojtyla una nueva etapa en el camino con el Señor y tras el Señor. Karol fue, como era habitual, con un grupo de jóvenes apasionados de canoa a los lagos Masuri para pasar unos días de vacaciones juntos. Pero llevaba consigo una carta que le invitaba a presentarse ante el primado de Polonia, el cardenal Wyszynski, y podía adivinar el motivo del encuentro: su nombramiento como obispo auxiliar de Cracovia. Dejar la docencia universitaria, dejar esta comunión estimulante con los jóvenes, dejar la gran liza intelectual para conocer e interpretar el misterio de la criatura humana, para hacer presente en el mundo de hoy la interpretación cristiana de nuestro ser, todo aquello debíaparecerle como un perderse a sí mismo, perder aquello que constituía la identidad humana de ese joven sacerdote. Sígueme, Karol Wojtyla aceptó, escuchando en la llamada de la Iglesia la voz de Cristo. De este modo, se dio cuenta de que es verdadera la palabra del Señor: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará» (Lucas 17, 33). Nuestro Papa, todos lo sabemos, nunca quiso salvar su propia vida, guardársela; se entregó sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y por nosotros. De esa forma experimentó que todo lo que
había puesto en manos del Señor se lo devolvía de una nueva manera: el amor a la palabra, a la poesía, a las letras fue una parte esencial de su misión pastoral y dio nueva frescura, actualidad nueva, atracción nueva al anuncio del Evangelio, precisamente cuando éste es signo de contradicción.


«Sígueme». En octubre de 1978 el cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia: «Simón de Juan, ¿me quieres?... Apacienta mis ovejas». A la pregunta del Señor: Karol ¿me quieres?, el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: « Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo arraigamiento en Cristo pudo llevar un peso, que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de
Cristo, de su Iglesia universal. Éste no es el momento de hablar de los diferentes aspectos de un pontificado tan rico. Quisiera leer solamente dos pasajes de la liturgia de hoy, en los que aparecen elementos centrales de su anuncio. En la primera lectura dice San Pedro --y el Papa nos dice con San Pedro--: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato. Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos» (Hechos 10, 34-36). Y en la segunda lectura, San Pablo --con San Pablo nuestro Papa difunto-- nos exhorta intensamente: «Por tanto, hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor» (Filipenses 4, 1).

¡Sígueme! Junto al mandato de apacentar su rebaño, Cristo anunció a Pedro su martirio. Con esta palabra conclusiva, que resume el diálogo sobre el amor y sobre el mandato de pastor universal, el Señor recuerda otro diálogo, que tuvo lugar en la Última Cena. Esa vez, Jesús dijo: «Adonde yo voy, vosotros no podéis venir». Pedro dijo: «Señor, ¿a dónde vas?». Le respondióJesús: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.» (Juan 13, 33.36). Jesús va de la Cena a la Cruz y a la Resurrección y entra en el misterio pascual; Pedro, sin embargo, todavía no le puede seguir. Ahora, tras la Resurrección, llegó este momento, este «más tarde». Apacentando el rebaño de Cristo, Pedro entra en el misterio pascual, se dirige hacia la Cruz y la Resurrección. El Señor lo dice con estas palabras, «cuando eras joven…, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras» (Juan 21, 18). En el primer período de su pontificado el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Perodespués compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: «Otro te ceñirá...». Y precisamente en esta comunión con el Señor que sufre anunció el Evangelio infatigablemente y con renovada intensidad el misterio del amor hasta el fin.

Él nos ha interpretado el misterio pascual como misterio de la divina misericordia. Escribe en su último libro: El límite impuesto al mal «es en definitiva la divina misericordia» («Memoria e identidad», página 70). Y reflexionando sobre el atentado dice: «Cristo, sufriendo por todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien» (página 199). Alentado por esta visión, el Papa ha sufrido y amado en comunión con Cristo, y por eso, el
mensaje de su sufrimiento y de su silencio ha sido tan elocuente y fecundo.

Divina Misericordia: El Santo Padre encontró el reflejo más puro de la misericordia de Dios en la Madre de Dios. El, que había perdido a su madre cuando era muy joven, amó todavía más a la Madre de Dios. Escuchó las palabras del Señor crucificado como si estuvieran dirigidas a él personalmente: «¡Aquí tienes a tu madre!». E hizo como el discípulo predilecto: la acogió en lo íntimo de su ser («eis ta idia»: Juan 19,27) -- Tous tuus. Y de la madre aprendió a conformarse con Cristo.

Ninguno de nosotros podrá olvidar que en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano e impartió la bendición «Urbi et Orbi» por última vez. Podemos estar seguros de
que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro.

Amén.