domingo, 30 de diciembre de 2007

La Familia de Nazaret, “prototipo” de cada familia cristiana


CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 1 enero 2007 - Publicamos la intervención de Benedicto XVI al rezar el pasado domingo, festividad de la Sagrada Familia de Nazaret, la oración mariana del Ángelus, junto a miles de fieles y peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.


¡Queridos hermanos y hermanas! En este último domingo del año celebramos la fiesta de la Sagrada Famiglia de Nazaret. Con alegría dirijo un saludo a todas las familias del mundo, deseándoles la paz y el amor que Jesús nos ha dado, vieniendo entre nosotros en Navidad. En el Evangelio no hallamos discursos sobre la familia, sino un acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De esta manera la ha consagrado como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad. En la vida que pasó en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo José, permaneciendo sometido a la autoridad de ellos durante todo el tiempo de su infancia y adolescencia (Lc 2,51-52). De tal forma puso en evidencia el valor primario de la familia en la educación de la persona.


Por María y José, Jesús fue introducido en la comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de Nazaret. Con ellos aprendió a realizar la peregrinación a Jerusalén, como relata el pasaje del Evangelio que la liturgia del día propone para nuestra meditación. Cuando cumplió doce años, se quedó en el Templo, y sus padres necesitaron tres días para encontrarle. Con aquel gesto les dió a entender que Él se debía “ocupar de las cosas de su Padre”, esto es, de la misión que le había confiado Dios (Lc 2,41-52). Este episodio evangélico revela la más auténtica y profunda vocación de la familia: la de acompañar a cada uno de sus miembros en el camino del descubrimiento de Dios y del proyecto que Él ha dispuesto para ellos. María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus Padres, Él conoció toda la belleza de la fe, del amor por Dios y por su Ley, así como las exigencias de la justicia, que halla pleno cumplimiento en el amor (Rm 13,10).
De ellos aprendió que en primer lugar hay que hacer la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre. La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente el “prototipo” de cada familia cristiana que, unida en el Sacramento del matrimonio y alimentada de la Palabra y de la Eucaristía, está llamada a llevar a cabo la estupenda vocación y misión de ser célula viva no sólo de la sociedad, sino de la Iglesia, signo e instrumento de unidad para todo el género humano.


Invoquemos ahora juntos la protección de María Santísima y de San José para cada familia, especialmente para aquellas en dificultad. Que las sostengan para que sepan resistir a los impulsos disgregadores de cierta cultura contemporánea que mina las bases mismas de la institución familiar. Que ayuden a las familias cristianas a ser, en toda parte del mundo, imagen viva del amor de Dios.
Benedicto XVI

martes, 25 de diciembre de 2007

Mensaje de Navidad de Benedicto XVI

F.V.D.
«Nos ha amanecido un día sagrado:
venid, naciones, adorad al Señor, porque
hoy una gran luz ha bajado a la tierra»



Queridos hermanos y hermanas: «Nos ha amanecido un día sagrado». Un día de gran esperanza: hoy el Salvador de la humanidad ha nacido. El nacimiento de un niño trae normalmente una luz de esperanza a quienes lo aguardan ansiosos. Cuando Jesús nació en la gruta de Belén, una «gran luz» apareció sobre la tierra; una gran esperanza entró en el corazón de cuantos lo esperaban: «lux magna», canta la liturgia de este día de Navidad. Ciertamente no fue «grande» según el mundo, porque, en un primer momento, sólo la vieron María, José y algunos pastores, luego los Magos, el anciano Simeón, la profetisa Ana: aquellos que Dios había escogido. Sin embargo, en lo recóndito y en el silencio de aquella noche santa se encendió para cada hombre una luz espléndida e imperecedera; ha venido al mundo la gran esperanza portadora de felicidad: «el Verbo se hizo carne y nosotros hemos visto su gloria» (Jn 1,14)

«Dios es luz -afirma san Juan- y en él no hay tinieblas» (1 Jn 1,5). En el Libro del Génesis leemos que cuando tuvo origen el universo, «la tierra era un caos informe; sobre la faz del Abismo, la tiniebla». «Y dijo Dios: "que exista la luz". Y la luz existió» (Gn 1,2-3). La Palabra creadora de Dios -Dabar en hebreo, Verbum en latín, Logos en griego- es Luz, fuente de la vida. Por medio del Logos se hizo todo y sin Él no se hizo nada de lo que se ha hecho (cf. Jn 1,3). Por eso todas las criaturas son fundamentalmente buenas y llevan en sí la huella de Dios, una chispa de su luz. Sin embargo, cuando Jesús nació de la Virgen María, la Luz misma vino al mundo: «Dios de Dios, Luz de Luz», profesamos en el Credo. En Jesús, Dios asumió lo que no era, permaneciendo en lo que era: «la omnipotencia entró en un cuerpo infantil y no se sustrajo al gobierno del universo» (cf. S. Agustín, Serm 184, 1 sobre la Navidad). Aquel que es el creador del hombre se hizo hombre para traer al mundo la paz. Por eso, en la noche de Navidad, el coro de los Ángeles canta: «Gloria a Dios en el cielo / y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).

«Hoy una gran luz ha bajado a la tierra». La Luz de Cristo es portadora de paz. En la Misa de la noche, la liturgia eucarística comenzó justamente con este canto: «Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros» (Antífona de entrada). Más aún, sólo la «gran» luz que aparece en Cristo puede dar a los hombres la «verdadera» paz. He aquí por qué cada generación está llamada a acogerla, a acoger al Dios que en Belén se ha hecho uno de nosotros.

La Navidad es esto: acontecimiento histórico y misterio de amor, que desde hace más de dos mil años interpela a los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Es el día santo en el que brilla la «gran luz» de Cristo portadora de paz. Ciertamente, para reconocerla, para acogerla, se necesita fe, se necesita humildad. La humildad de María, que ha creído en la palabra del Señor, y que fue la primera que, inclinada ante el pesebre, adoró el Fruto de su vientre; la humildad de José, hombre justo, que tuvo la valentía de la fe y prefirió obedecer a Dios antes que proteger su propia reputación; la humildad de los pastores, de los pobres y anónimos pastores, que acogieron el anuncio del mensajero celestial y se apresuraron a ir a la gruta, donde encontraron al niño recién nacido y, llenos de asombro, lo adoraron alabando a Dios (cf. Lc 2,15-20). Los pequeños, los pobres en espíritu: éstos son los protagonistas de la Navidad, tanto ayer como hoy; los protagonistas de siempre de la historia de Dios, los constructores incansables de su Reino de justicia, de amor y de paz.


En el silencio de la noche de Belén Jesús nació y fue acogido por manos solícitas. Y ahora, en esta nuestra Navidad en la que sigue resonando el alegre anuncio de su nacimiento redentor, ¿quién está listo para abrirle las puertas del corazón? Hombres y mujeres de hoy, Cristo viene a traernos la luz también a nosotros, también a nosotros viene a darnos la paz. Pero ¿quién vela en la noche de la duda y la incertidumbre con el corazón despierto y orante? ¿Quién espera la aurora del nuevo día teniendo encendida la llama de la fe? ¿Quién tiene tiempo para escuchar su palabra y dejarse envolver por su amor fascinante? Sí, su mensaje de paz es para todos; viene para ofrecerse a sí mismo a todos como esperanza segura de salvación.


Que la luz de Cristo, que viene a iluminar a todo ser humano, brille por fin y sea consuelo para cuantos viven en las tinieblas de la miseria, de la injusticia, de la guerra; para aquellos que ven negadas aún sus legítimas aspiraciones a una subsistencia más segura, a la salud, a la educación, a un trabajo estable, a una participación más plena en las responsabilidades civiles y políticas, libres de toda opresión y al resguardo de situaciones que ofenden la dignidad humana. Las víctimas de sangrientos conflictos armados, del terrorismo y de todo tipo de violencia, que causan sufrimientos inauditos a poblaciones enteras, son especialmente las categorías más vulnerables, los niños, las mujeres y los ancianos. A su vez, las tensiones étnicas, religiosas y políticas, la inestabilidad, la rivalidad, las contraposiciones, las injusticias y las discriminaciones que laceran el tejido interno de muchos países, exasperan las relaciones internacionales. Y en el mundo crece cada vez más el número de emigrantes, refugiados y deportados, también por causa de frecuentes calamidades naturales, como consecuencia a veces de preocupantes desequilibrios ambientales.

En este día de paz, pensemos sobre todo en donde resuena el fragor de las armas: en las martirizadas tierras del Dafur, de Somalia y del norte de la República Democrática del Congo, en las fronteras de Eritrea y Etiopía, en todo el Medio Oriente, en particular en Irak, Líbano y Tierra Santa, en Afganistán, en Pakistán y en Sri Lanka, en las regiones de los Balcanes, y en tantas otras situaciones de crisis, desgraciadamente olvidadas con frecuencia. Que el Niño Jesús traiga consuelo a quien vive en la prueba e infunda a los responsables de los gobiernos sabiduría y fuerza para buscar y encontrar soluciones humanas, justas y estables. A la sed de sentido y de valores que hoy se percibe en el mundo; a la búsqueda de bienestar y paz que marca la vida de toda la humanidad; a las expectativas de los pobres, responde Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, con su Natividad. Que las personas y las naciones no teman reconocerlo y acogerlo: con Él, «una espléndida luz» alumbra el horizonte de la humanidad; con Él comienza «un día sagrado» que no conoce ocaso. Que esta Navidad sea realmente para todos un día de alegría, de esperanza y de paz.

«Venid, naciones, adorad al Señor». Con María, José y los pastores, con los magos y la muchedumbre innumerable de humildes adoradores del Niño recién nacido, que han acogido el misterio de la Navidad a lo largo de los siglos, dejemos también nosotros, hermanos y hermanas de todos los continentes, que la luz de este día se difunda por todas partes, que entre en nuestros corazones, alumbre y dé calor a nuestros hogares, lleve serenidad y esperanza a nuestras ciudades, y conceda al mundo la paz. Éste es mi deseo para quienes me escucháis. Un deseo que se hace oración humilde y confiada al Niño Jesús, para que su luz disipe las tinieblas de vuestra vida y os llene del amor y de la paz. El Señor, que ha hecho resplandecer en Cristo su rostro de misericordia, os colme con su felicidad y os haga mensajeros de su bondad. ¡Feliz Navidad!

lunes, 24 de diciembre de 2007

Cristo ha nacido por amor a los hombres

“Ya casi hemos llegado a la santa Navidad, fiesta muy entrañable para las familias cristianas. Mi pensamiento va naturalmente a vuestras familias y a todas las familias del mundo. Al volver a vuestra casa, llevad a vuestros seres queridos el saludo del Papa y sus mejores deseos de serenidad y de paz. Pensad, al mismo tiempo, en cuantos no podrán vivir con serena alegría estos días de fiesta.

La Navidad es un día singular que nos invita a la solidaridad y al amor; nos invita a abrir nuestro corazón a los hermanos, especialmente a los necesitados.

El Niño Jesús, al nacer en Belén, trajo al mundo el don valioso del amor, para que, como luz resplandeciente, ahuyente del corazón del hombre las tinieblas del egoísmo y de la tristeza y colme su corazón de auténtica alegría.

A cada uno de vosotros… os deseo que redescubráis el amor divino, que envuelve y da sentido pleno a la existencia humana. La Virgen, que en Belén dio al mundo a nuestro Redentor, os ayude a acogerlo en vuestro corazón.”

  1. Christus natus est nobis, venite, adoremus!
    ¡Cristo ha nacido por nosotros, venid, a adorarlo!
    Vamos hacia Ti, en este día solemne,
    dulce Niño de Belén,
    que al nacer has escondido tu divinidad
    para compartir nuestra frágil naturaleza humana.
    Iluminados por la fe, Te reconocemos
    como verdadero Dios encarnado por amor nuestro.
    ¡Tú eres el único Redentor del hombre!

    2. Ante el pesebre donde yace indefenso,
    que cesen tantas formas de creciente violencia,
    causa de indecibles sufrimientos;
    que se apaguen tantos focos de tensión,
    que corren el riesgo de degenerar en conflictos abiertos;
    que se consolide la voluntad de buscar soluciones pacíficas,
    respetuosas de las legítimas aspiraciones de los hombres y de los pueblos.

    3. Niño de Belén, Profeta de paz,
    alienta las iniciativas de diálogo y de reconciliación,
    apoya los esfuerzos de paz que aunque tímidos,
    pero llenos de esperanza, se están haciendo actualmente
    por un presente y un futuro más sereno
    para tantos hermanos y hermanas nuestros en el mundo.
    Pienso en África, en la tragedia de Darfur en Sudán,
    en Costa de Marfil y en la región de los Grandes Lagos.
    Con gran aprensión sigo los acontecimiento de Irak.
    Y ¿cómo no mirar con ansia compartida,
    pero también con inquebrantable confianza,
    a la tierra de la que Tú eres Hijo?

    4. ¡Por doquier se ve la necesidad de paz!
    Tú, que eres el Príncipe de la verdadera paz,
    ayúdanos a comprender que la única vía para construirla
    es huir horrorizados del mal
    y buscar siempre y con valentía el bien.
    ¡Hombres de buena voluntad de todos los pueblos de la tierra,
    venid con confianza al pesebre del Salvador!
    «No quita los reinos humanos
    quien da el Reino de los cielos» (cf. himno litúrgico).
    Llegad para encontraros con Aquél
    que viene para enseñarnos
    el camino de la verdad, de la paz y del amor.

Juan Pablo II


sábado, 22 de diciembre de 2007

Nunca te quejes

Nunca te quejes de nadie, ni de nada
porque fundamentalmente tú has hecho

lo que querías en tu vida.


Acepta la dificultad de edificarte a ti mismo
y el valor de empezar corrigiéndote.
El triunfo del verdadero hombre surge

de las cenizas de su error.


Nunca te quejes de tu soledad o de tu suerte,
enfréntala con valor y acéptala.
De una manera u otra es el resultado de tus actos

No te amargues de tu propio fracaso
ni se lo cargues a otro, acéptate ahora...
Recuerda que cualquier momento es bueno

para comenzar y que ninguno es tan terrible
para claudicar.


No olvides que la causa de tu presente es tu pasado
así como la causa de tu futuro será tu presente...

Aprende a nacer desde el dolor
y a ser más grande
que el más grande de los obstáculos...
Tu mismo eres tu destino.

Levántate y mira el sol por las mañanas
y respira la luz del amanecer.
Tu eres parte de la fuerza de tu vida,
decídete y triunfaras en la vida:
nunca pienses en la suerte,
porque la suerte es:
"el pretexto de los fracasados"



Pablo Neruda

jueves, 20 de diciembre de 2007

Homilía del Papa Pablo VI, Manila el 29 de Noviembre de 1970

F.V.D.

¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!. Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy Apóstol y Testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia nos apremia el amor. Debo predicar su nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo; Él es quien nos ha revelado al Dios Invisible, Él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en Él. Él es también el Maestro y Redentor de los hombres; Él nació, murió y resucitó por nosotros.

Él es el centro de la historia y del Universo; Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; Él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro Juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.

Yo nunca me cansaría de hablar de Él; Él es la Luz, la Verdad, más aún, el Camino, y la Verdad y la Vida; Él el Pan y la fuente de agua viva que satisface nuestra hambre y nuestra sed, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el Nuevo Reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.

Este es Jesucristo, de quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os repito su nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el Principio y el Fin, el Alfa y la Omega, el Rey del mundo, la arcana y suprema Razón de la historia humana y de nuestro destino; Él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; Él es el hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del Cuerpo Místico.

¡JESUCRISTO! Recordadlo: Él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos.


Pablo VI
Manila 29 noviembre 1970

domingo, 16 de diciembre de 2007

Frases sobre la santidad de la Madre Santa Maravillas de Jesús

F.V.D.

“La santidad es muy sencilla, dejarse confiada y amorosamente en brazos de Dios, queriendo y haciendo lo que creemos que Él quiere”

“La santificación se forja cuando Dios va quitando al alma todo, y la deja como en un inmenso desierto”


“Los santos fueron santos, porque quisieron, con inmenso querer, ser fieles”

“Los santos son los que verdaderamente son poderosos, porque tienen al mismo Señor con ellos”

“El camino de la propia santificación es el santo misterio de la cruz”

“Nada estorba a la santidad si somos fieles”

“Si de veras le servimos y le amamos, eso es la santidad”

Madre Maravillas de Jesús

viernes, 14 de diciembre de 2007

Benedicto XVI a los jóvenes (fragmentos)

F.V.D.
Queridos jóvenes:

“¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!” Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida.

Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario.
¡No tengan miedo!, Cristo puede colmar las aspiraciones más íntimas de su corazón. ¿Hay, quizá, sueños irrealizables cuando el que los suscita y los cultiva en el corazón es el Espíritu de Dios? ¿Hay algo que puede bloquear nuestro entusiasmo si estamos unidos a Cristo? Nada ni nadie, diría al apóstol Pablo, podrá separarnos del amor de Dios, en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Cf Rm 8, 35-39).

No deben tener miedo de soñar con los ojos abiertos grandes proyectos de bien, y no deben dejarse desanimar por las dificultades. Cristo tiene confianza en ustedes y desea que puedan realizar cada uno de sus más nobles y altos sueños de autentica felicidad. Nada es imposible para quien confía en Dios y se confía a Él. No temas. No tengas miedo. El Espíritu Santo está con ustedes y no los abandona jamás. Para quien confía en Dios nada le es imposible.

Queridos amigos, meditad a menudo la palabra de Dios, y dejad que el Espíritu Santo sea vuestro maestro. Descubriréis entonces que el pensar de Dios no es el de los hombres; seréis llevados a contemplar al Dios verdadero y gustaréis en plenitud la alegría que nace de la verdad.

Es urgente que surja una nueva generación de apóstoles enraizados en la palabra de Cristo, capaces de responder a los desafíos de nuestro tiempo y dispuestos a para difundir el Evangelio por todas partes. ¡Esto es lo que os pide el Señor, a esto os invita la Iglesia, esto es lo que el mundo —aun sin saberlo— espera de vosotros! Y si Jesús os llama, no tengáis miedo de responderle con generosidad, especialmente cuando os propone de seguirlo en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. No tengáis miedo; fiaos de Él y no quedaréis decepcionados.

Que Maria os enseñe a acoger la palabra de Dios, a conservarla y a meditarla en vuestro corazón (cfr. Lc 2,19) como lo hizo Ella durante toda la vida. Que os aliente a decir vuestro “sí” al Señor, viviendo la “obediencia de la fe”. Que os ayude a estar firmes en la fe, constantes en la esperanza, perseverantes en la caridad, siempre dóciles a la palabra de Dios. Os acompaño con mi oración, mientras a todos os bendigo de corazón.

Queridos jóvenes, si participáis frecuentemente en la Celebración eucarística, si consagráis un poco de vuestro tiempo a la adoración del Santísimo Sacramento, a la Fuente del amor, que es la Eucaristía, os llegará esa gozosa determinación de dedicar la vida a seguir las pautas del Evangelio. Al mismo tiempo, experimentaréis que donde no llegan nuestras fuerzas, el Espíritu Santo nos transforma, nos colma de su fuerza y nos hace testigos plenos del ardor misionero de Cristo resucitado.

¿Cómo insertarse en un mundo marcado por numerosas y graves injusticias y sufrimientos? ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la violencia que a veces parecen prevalecer? ¿Cómo dar sentido pleno a la vida? ¿Cómo contribuir para que los frutos del Espíritu que hemos recordado precedentemente, «amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí» (n. 6), inunden este mundo herido y frágil, el mundo de los jóvenes sobre todo? ¿En qué condiciones el Espíritu vivificante de la primera creación, y sobre todo de la segunda creación o redención, puede convertirse en el alma nueva de la humanidad? No olvidemos que cuanto más grande es el don de Dios –y el del Espíritu de Jesús es el máximo– tanto más lo es la necesidad del mundo de recibirlo y, en consecuencia, más grande y apasionante es la misión de la Iglesia de dar un testimonio creíble de él.

Una vez más os repito que sólo Cristo puede colmar las aspiraciones más íntimas del corazón del hombre; sólo Él es capaz de humanizar la humanidad y conducirla a su «divinización». ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida.
Benedicto XVI

lunes, 10 de diciembre de 2007

Como el ciervo desea las fuentes…del Beato Rafael

F.V.D.

9 de diciembre 1936 – miércoles – a sus 25 años
Mi cuaderno – San Isidro

Ansias de vida eterna… Ansias de volar a la verdadera vida. Ansias del alma que, sujeta al cuerpo, gime por ver a Dios.

Grande es el sufrimiento de vivir, cuando en la vida queda la ilusión de morir… La ilusión de la muerte… la esperanza de acabar, para empezar… Duro es vivir, pero todo se suaviza con la esperanza de que todo acaba.

Ansias de vida eterna revolotean por el coro de la Iglesia, cuando aun las tinieblas de la noche envuelven al monasterio.

En el reloj suenan las cuatro y media… El frío penetra muy hondo, muy hondo; el cuerpo ligeramente alguna vez se estremece; no importa…, llegara el mediodía, y con él, el sol, y habrá calor y luz, y la alegría de su resplandor, se comunicará a ese cuerpo de hombre, que ahora tirita en el coro de la Iglesia.

El alma también tiene frío… Allá en uno de sus rincones llamea una lucecita…, una centellica muy débil de amor a Dios. El alma la ve y se esfuerza e animar esa llama que tan débil brilla en la oscuridad de todo. Ansias de amar a Dios, padece el alma…, ansias de estar con Cristo…

Es inútil volar con cadenas, y cadena fría es la vida para el alma.

Ansias de morir, deseos de libertad y de amor de Dios. En la tierra hace frío… Es el frío de la vida mortal… Es el frío del peregrino sin casa ni hogar, en una “tierra desierta en intransitable” [1]
Suspira el alma por verse pronto libre de la carne que la aprisiona y atormenta…, todo es lucha, en el silencio de la Iglesia… El espíritu que quiere volar y la carne que se arrastra. El alma que llora de no ver aún a Dios, y unos ojos que se cierran por el sueño y la vigilia.

Señor, Señor… murmuran los labios…, como el “ciervo desea las fuentes” [2], como el cervatillo sediento olfatea el aire buscando con qué mitigar su sed, así mi alma suspira de sed de vida… Vida eterna, vida que es espacio y luz, vida en la cual esa centellica que tengo dentro se dilatará, se inflamará y a la vista de tu rostro, dará más luz que el sol…
Señor, Señor, como el ciervo desea las fuentes, así está mi alma[3].

Fuera del monasterio lucha el sol con lo último que queda de la noche… Todo llega y todo pasa. Pasarán los fríos y las nieves, pasarán los días y los años. Pasará esta noche y llegará el día… Todo consiste en saber esperar, y al final, allá, cuando se acabe la vida, nuestra alma apagará su sed en la única fuente que es Dios.

Grande es la misericordia divina, cuando pone a un alma en este estado, en el cual, todo contribuye a elevar el corazón por encima de todo lo criado y todo lo terreno. Cuando el alma pena de no ver a Dios, ¿qué le puede interesar el mundo? Cuando el espíritu se abisma en la consideración de la eternidad, ¿con qué interés puede mirar el pequeño y limitado tiempo de su vida? Cuando el corazón suspira por la patria del cielo y su unión con el eterno, ¿con qué indiferencia no mirará este valle de lágrimas que es destierro por poco tiempo?

En esos momentos todo se achica y desaparece… se olvida el mundo tan ruin y pequeño… Se olvida a los hombres tan ocupados en sus afanes, sus luchas y sus miserias… El alma sufre por estar aún en la tierra y como es natural no concibe apego a nada que no sea el cielo, o sea Dios. Se extraña de que haya alguna vez buscado postura en este lugar tan de paso y tan sin importancia. Se maravilla de que haya hombres que amen a Dios y, sin embargo, discutan y se preocupen del lugar que ocupan o han de ocupar en este mundo.

¡Qué pequeño es todo para el que siente vértigos de amor a Dios! ¡Qué pequeño le parece el mundo entero con todos los siglos, al que espera impaciente toda una eternidad! ¡Qué mezquinas resultan las ilusiones de los hombres, que se afanan por conseguir algo terreno!

Qué importa la salud… Qué más da el sitio éste o aquel…, ser querido o despreciado, ser pobre o ser rico… Todo es nada, para el alma que de veras vive más de la ilusión del cielo que de las realidades terrenas.

Qué bien se entienden aquellos versos de santa Teresa de Jesús que dicen:
“Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero”

Qué grandes debían ser las ansias de Teresa de Jesús que la hacían morir.

Pobre de mí, infeliz trapense…, que también padezco una chispita, de la gran hoguera del corazón de Teresa… También en mi pequeñez tengo esas ansias de vida eterna… ese “no vivir en mí” y ese “morir porque no muero”.


Qué grande es la misericordia de Dios que pone al alma en trance tal… Se llega a no sentir el frío, ni el sueño; se abisma el espíritu en la inmensidad de Dios, en su Amor infinito. Se extasía el alma de solamente pensar en ese mundo sobrenatural que nos espera al final de la vida, en el cual no hay dolor, ni lágrimas; en el cual nuestra única ocupación será gozar de Dios sin ya jamás poder ofenderle.

¡¡Ansias de Cristo!! ¿Cómo no tenerlas? ¿Cómo es posible amar esta vida que es la que nos separa de Dios? Creérase que más propio de ángeles que de hombres gemir por la vida eterna es una equivocación. Cuanto más hombre se es, y mas humanamente sentimos, más y con mayor ansia, se llora la vida y se desea morir.

El ciervo con sed… es el animal acosado por los cazadores… Su sed le viene de su continuo correr por los montes, los riscos y las breñas. Busca con locura la fuente escondida donde sabe, hallará descanso su fatiga, y el agua que templará sus ardores.

El ciervo sediento es ciervo que huye. También el alma que busca las fuentes de Dios, es alma que sufre… El hombre que ansía la vida inmortal, es hombre acosado también como el ciervo, de peligros mortales: cazadores le acechan, miserias le afligen, pasiones le turban.

El alma con ansias de cielo, es alma que ve sus flaquezas; el hombre que busca la fuente de Cristo, es que está sediento, y la sed, es de hombres y no de ángeles.

Bien sabe el Señor que cuando más débil me siento, cuando más lucho con la materia que tira hacia abajo, cuando el corazón se ve sujeto a tantas cosas, y mi alma sufre con un dolor más humano que divino, entonces es cuando arrodillado delante del Sagrario, y en el silencio de la noche, gimo, y lloro como el ciervo sediento…

Entonces es cuando veo que sólo en Cristo se halla descanso… Entonces notamos que el amor que le tenemos es débil y flojo…, es la centellica que apenas llamea… Vemos nuestra nada y nuestra pequeñez, vemos egoísmos y vemos que el mundo con sus cazadores, sus trampas y sus mañas, es el que acosándonos nos empuja a buscar con afán lo que no es mentira ni engaño, lo que es amor verdadero y felicidad perfecta, lo que únicamente puede apagar nuestra sed… Cristo.

Entonces, cuando el alma divisa de lejos el lugar de su descanso, cuando en plena oscuridad de todo, comprende que allá en el cielo, la llama pequeñica de su amor a Dios, se convertirá en luminaria potente… Entonces, cuando el alma ve lo pequeño que es todo, y lo grande que es Dios… Cuando se da cuenta de que lo que tiene es sed…, sed de amores divinos, pena de aún vivir… ansias de vida eterna, entonces, pero no antes, es cuando cesa el sufrir y el penar es sabroso, y todo desaparece: el mundo y el hombre, las tinieblas y el sol…, todo lo criado, todo lo existente se reduce a un alma que mira a su Dios, y unas veces ríe, otras veces llora, pero siempre rumiando la misma canción… Señor, Señor, como el ciervo sediento busca las fuentes…

Suena pausado y grave el reloj de la Iglesia. El frío del amanecer penetra muy hondo, muy hondo, pero no importa. Es el frío pasajero de un momento…, de una vida, y una vida es un instante en la eternidad, un instante que apenas merece nuestra atención.

Beato Rafael


[1] Cfr. Salmo 62,2 y 143,6.
[2] Ídem 41,2
[3] Ídem

domingo, 9 de diciembre de 2007

Adoración Eucarística 13 de Diciembre

F.V.D.

“Mi carne es la verdadera comida y mi sangre es la verdadera bebida”


Jueves 13 de Diciembre

20 hs

Colegio San Pablo
(esq. de Melo y Larrea)

sábado, 8 de diciembre de 2007

La Inmaculada Concepción

"Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28).

¡Con qué especialísima bendición Dios se ha dirigido a María desde el inicio de los tiempos! ¡Verdaderamente bendita, María, entre todas las mujeres! (cf. Lc, 1, 42).

El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuera santa e inmaculada ante él por el amor, predestinándola como primicia a la adopción filial por obra de Jesucristo (cf. Ef 1, 4-5).

En previsión de la muerte salvífica de él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y de todo otro pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de los redimidos. Así, la Inmaculada es signo de esperanza para todos los vivientes, que han vencido a Satanás en virtud de la sangre del Cordero (cf. Ap 12, 11).

El "sí" de la Virgen al anuncio del ángel se sitúa en lo concreto de nuestra condición terrena, como humilde obsequio a la voluntad divina de salvar a la humanidad, no de la historia, sino en la historia. En efecto, preservada inmune de toda mancha de pecado original, la "nueva Eva" se benefició de modo singular de la obra de Cristo como perfectísimo Mediador y Redentor. Ella, la primera redimida por su Hijo, partícipe en plenitud de su santidad, ya es lo que toda la Iglesia desea y espera ser.

A ti, Virgen inmaculada, predestinada por Dios sobre toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, te renuevo hoy, de modo especial, la consagración de toda la Iglesia.

Guía tú a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la palabra de Dios.

Acompaña tú a todos los cristianos por el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de la verdadera belleza, que es siempre huella y reflejo de la Belleza divina.

Obtén tú, una vez más, paz y salvación para todas las gentes. El Padre eterno, que te escogió para ser la Madre inmaculada del Redentor, renueve también en nuestro tiempo, por medio de ti, las maravillas de su amor misericordioso. Amén.

Virgen Inmaculada
Tu intacta belleza espiritual
es para nosotros manantial vivo
de confianza y esperanza.

Tenerte como Madre, Virgen santísima,
nos alienta en el camino de la vida
como prenda de salvación eterna.

Por eso, a ti, oh María,
recurrimos confiados.

Ayúdanos a construir un mundo
donde la vida del hombre se ame
y defienda siempre,
donde se destierre toda forma de violencia
y todos busquen tenazmente la paz.

Virgen Inmaculada!
En este Año de la Eucaristía,

concédenos celebrar y adorar
con fe renovada y ardiente amor
el santo misterio del Cuerpo
y la Sangre de Cristo.

En tu escuela, oh Mujer eucarística,
enséñanos a recordar las obras admirables
que Dios no cesa de realizar
en el corazón de los hombres.

Con solicitud materna, Virgen María,
guía siempre nuestros pasos
por las sendas del bien.

Amén.

Juan Pablo II

Homilía del 8 de diciembre de 2004


jueves, 6 de diciembre de 2007

San Juan de la Cruz (1542-1591)

F.V.D.
VIVO SIN VIVIR EN MI

Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero,
porque no muero.

En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo,
pues sin él, y sin mí quedo,
¿este vivir qué será?
mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo, porque no muero.

Esta vida, que yo vivo
es privación de vivir,y así es continuo morir,
hasta que viva contigo:
oye mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero,
que muero, porque no muero.

Estando ausente de ti,
¿qué vida puedo tener,
sino muerte padecer,
la mayor que nunca vi?
lástima tengo de mí,
pues de fuerte persevero,
que muero, porque no muero.

El pez que del agua sale,
Aún de alivio no carece,
que la muerte que padece,
al fin la muerte le vale;
¿qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero,
pues si más vivo, más muero?

Cuando me empiezo aliviar
de verte en el Sacramento,
háceme más sentimiento,
el no te poder gozar:
todo es para más penar,
y mi mal es tan entero,
que muero, porque no muero.

Y si me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
en ver que puedo perderte,
se me dobla mi dolor,
viviendo en tanto pavor,
y esperando, como espero,
me muero, porque no muero.


Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida,
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte,
mira que muero por verte,
y de tal manera espero,
que muero, porque no muero.

Lloraré mi muerte ya,
y lamentaré mi vida,
en tanto, que detenida
por mis pecados está:
¡oh mi Dios, cuándo será,
cuando yo diga de vero
vivo ya, porque no muero!

San Juan de la Cruz

domingo, 2 de diciembre de 2007

San Bernardo de Claraval

F.V.D.

Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: invoca a María!.

Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia, de la envidia, mira a la estella, invoca a María!

Si la cólera, la avaricia, la sensualidad de tus sentidos quieren hundir la barca de tu espíritu, que tus ojos vayan a esa estrella: invoca a María!

Si ante el recuerdo desconsolador de tus muchos pecados y de la severidad de Dios, te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación, lánzale una mirada a la estrella, e invoca a la Madre de Dios.


En medio de tus peligros, de tus angustia, de tus dudas, piensa en María, invoca a María!

El pensar en Ella y el invocarla, sean dos cosas que no se parten nunca ni de tu corazón ni de tus labios. Y para estar más seguro de su protección no te olvides de imitar sus ejemplos.

Siguiéndola no te pierdes en el camino!

¡Implorándola no te desesperarás! ¡Pensando en Ella no te descarriarás!

Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir. Bajo su manto nada hay que temer.

¡Bajo su guía no habrá cansancio, y con su favor llegarás felizmente al Puerto de la Patria Celestial!

Amén!

San Bernardo