"Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28).
¡Con qué especialísima bendición Dios se ha dirigido a María desde el inicio de los tiempos! ¡Verdaderamente bendita, María, entre todas las mujeres! (cf. Lc, 1, 42).
El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuera santa e inmaculada ante él por el amor, predestinándola como primicia a la adopción filial por obra de Jesucristo (cf. Ef 1, 4-5).
En previsión de la muerte salvífica de él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y de todo otro pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de los redimidos. Así,
El "sí" de
A ti, Virgen inmaculada, predestinada por Dios sobre toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, te renuevo hoy, de modo especial, la consagración de toda
Guía tú a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la palabra de Dios.
Acompaña tú a todos los cristianos por el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de la verdadera belleza, que es siempre huella y reflejo de
Obtén tú, una vez más, paz y salvación para todas las gentes. El Padre eterno, que te escogió para ser
Virgen Inmaculada
Tu intacta belleza espiritual
es para nosotros manantial vivo
de confianza y esperanza.
Tenerte como Madre, Virgen santísima,
nos alienta en el camino de la vida
como prenda de salvación eterna.
Por eso, a ti, oh María,
recurrimos confiados.
Ayúdanos a construir un mundo
donde la vida del hombre se ame
y defienda siempre,
donde se destierre toda forma de violencia
y todos busquen tenazmente la paz.
Virgen Inmaculada!
En este Año de la Eucaristía,
concédenos celebrar y adorar
con fe renovada y ardiente amor
el santo misterio del Cuerpo
y
En tu escuela, oh Mujer eucarística,
enséñanos a recordar las obras admirables
que Dios no cesa de realizar
en el corazón de los hombres.
Con solicitud materna, Virgen María,
guía siempre nuestros pasos
por las sendas del bien.
Amén.
Juan Pablo II
Homilía del 8 de diciembre de 2004
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