domingo, 30 de diciembre de 2007

La Familia de Nazaret, “prototipo” de cada familia cristiana


CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 1 enero 2007 - Publicamos la intervención de Benedicto XVI al rezar el pasado domingo, festividad de la Sagrada Familia de Nazaret, la oración mariana del Ángelus, junto a miles de fieles y peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.


¡Queridos hermanos y hermanas! En este último domingo del año celebramos la fiesta de la Sagrada Famiglia de Nazaret. Con alegría dirijo un saludo a todas las familias del mundo, deseándoles la paz y el amor que Jesús nos ha dado, vieniendo entre nosotros en Navidad. En el Evangelio no hallamos discursos sobre la familia, sino un acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De esta manera la ha consagrado como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad. En la vida que pasó en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo José, permaneciendo sometido a la autoridad de ellos durante todo el tiempo de su infancia y adolescencia (Lc 2,51-52). De tal forma puso en evidencia el valor primario de la familia en la educación de la persona.


Por María y José, Jesús fue introducido en la comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de Nazaret. Con ellos aprendió a realizar la peregrinación a Jerusalén, como relata el pasaje del Evangelio que la liturgia del día propone para nuestra meditación. Cuando cumplió doce años, se quedó en el Templo, y sus padres necesitaron tres días para encontrarle. Con aquel gesto les dió a entender que Él se debía “ocupar de las cosas de su Padre”, esto es, de la misión que le había confiado Dios (Lc 2,41-52). Este episodio evangélico revela la más auténtica y profunda vocación de la familia: la de acompañar a cada uno de sus miembros en el camino del descubrimiento de Dios y del proyecto que Él ha dispuesto para ellos. María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus Padres, Él conoció toda la belleza de la fe, del amor por Dios y por su Ley, así como las exigencias de la justicia, que halla pleno cumplimiento en el amor (Rm 13,10).
De ellos aprendió que en primer lugar hay que hacer la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre. La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente el “prototipo” de cada familia cristiana que, unida en el Sacramento del matrimonio y alimentada de la Palabra y de la Eucaristía, está llamada a llevar a cabo la estupenda vocación y misión de ser célula viva no sólo de la sociedad, sino de la Iglesia, signo e instrumento de unidad para todo el género humano.


Invoquemos ahora juntos la protección de María Santísima y de San José para cada familia, especialmente para aquellas en dificultad. Que las sostengan para que sepan resistir a los impulsos disgregadores de cierta cultura contemporánea que mina las bases mismas de la institución familiar. Que ayuden a las familias cristianas a ser, en toda parte del mundo, imagen viva del amor de Dios.
Benedicto XVI

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