sábado, 20 de febrero de 2010

Llamados a la santidad


¿Cuál es la voluntad de Dios respecto a nosotros? Debes ser santo. La santidad es el don más grande que Dios nos puede hacer porque nos ha creado para este fin. Para aquel o aquella que ama, someterse es más que un deber: es el secreto mismo de la santidad.

Como lo recordaba san Francisco, cada uno de nosotros es lo que es ante de los ojos de Dios, nada más ni nada menos. Todos somos llamados a ser santos. Y no hay nada de extraordinario en esta llamada. Todos hemos sido creados a imagen de Dios a fin de amar y ser amados. Jesús desea nuestra perfección con un indecible ardor. «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1Tes 4,3). Su Sagrado Corazón desborda de un deseo insaciable de vernos progresar hacia la santidad.

Cada día debemos renovar nuestra decisión de elevarnos a un fervor cada vez mayor, como si se tratara del primer día de nuestra conversión, diciendo: «Ayúdame, Señor Dios mío, en mis buenas resoluciones para tu santo servicio, y dame hoy mismo la gracia de empezar verdaderamente, porque lo que he hecho hasta hoy no es nada». No podemos ser renovados si no tenemos la humildad de reconocer lo que nos falta para ser santos.


Beata Teresa de Calcuta (1910-1997)




miércoles, 17 de febrero de 2010

Tiempo de purificación



«Ahora es el tiempo de la gracia,
ahora es el día de la salvación»
(2C 6,2)


«¡Este es el día de la salvación!» Ciertamente que no hay estación que no esté llena de los dones divinos; la gracia de Dios nos procura en todo tiempo el acceso a su misericordia. Sin embargo, es ahora que todos los corazones deben ser estimulados con más ardor a su crecimiento espiritual y animados a una confianza mayor, porque el día en que fuimos rescatados nos invita a todas las obras espirituales para su regreso. Así, con el cuerpo y el alma purificados, celebraremos el misterio que sobrepasa a todos los demás: el sacramento de la Pascua del Señor.

Tales misterios exigirían un esfuerzo espiritual constante..., para permanecer constantemente bajo la mirada de Dios, tal como debería encontrarnos la fiesta de Pascua. Pero esta fuerza espiritual se encuentra sólo en un reducido número de personas; a nosotros, en medio de las actividades de esta vida, a causa de la debilidad de la carne, el celo se afloja... El Señor, para devolver la pureza a nuestras almas ha previsto el remedio del entrenamiento durante cuarenta días en los cuales, las faltas cometidas en otro tiempo puedan ser rescatadas al precio de las buenas obras y hechas desaparecer por los santos ayunos... Procuremos con solicitud obedecer el mandamiento de san Pablo: «Purificaos de toda suciedad tanto de la carne como del espíritu» (2C 7,1).

Ahora bien, que nuestra forma de vivir esté en consonancia con nuestra abstinencia. El auténtico ayuno no supone tan sólo abstenerse de alimentos; no aprovecha nada quitar los alimentos al cuerpo si el corazón no se vuelve contra la injusticia, si la lengua no se abstiene de la calumnia... Este es el tiempo de la suavidad, de la paciencia, de la paz...; que hoy, el alma fuerte se acostumbre a perdonar las injusticias, a no tener en cuenta las afrentas, a olvidar las injurias... Pero que la penitencia espiritual no sea hecha con tristeza sino santa. Que nadie pueda oír el murmullo lamentoso porque nunca faltará la consolación de las alegrías santas a los que viven como se ha dicho.


San León Magno