lunes, 28 de enero de 2008

Giorgio La Pira (1904-1977)

F.V.D.

El Papa Juan Pablo II recuerda a Giorgio La Pira, alcalde de Florencia y cristiano ejemplar


CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 8 noviembre 2004 (ZENIT.org).- En el marco de la celebración del centenario del nacimiento de Giorgio La Pira (1904-1977), que fue alcalde de Florencia, Juan Pablo II ha subrayado su compromiso civil y político, fruto de la oración y la contemplación, así como sus «intuiciones premonitorias» respecto al «camino de la Iglesia y del mundo».

En el mensaje, leído el 5 de noviembre pasado, en el curso de la solemne concelebración en Santa Maria de la Flor, catedral de Florencia, con motivo del vigésimo séptimo aniversario de su muerte, el Santo Padre alaba las «grandes energías intelectuales y morales, potenciadas y afinadas en el ejercicio diario del estudio, la reflexión, la ascesis y la oración».

«Por naturaleza intuitivo, se sintió llamado a desarrollar su compromiso de cristiano tras las huellas de Jesús ‘enviado a anunciar a los pobres un gozoso mensaje’. Era necesario evitar la ‘tentación del Tabor’, como la llamaba, para descender a la llanura de la cotidiana dedicación a las muchas exigencias del prójimo en dificultad», dice el mensaje enviado por el Papa.

Giorgio La Pira nació en Pozzallo (Ragusa), el 9 de enero de 1904, en el seno de una familia modesta. Obtenida la licenciatura en Derecho, se traslada a Florencia donde, en 1934, obtiene la cátedra de Derecho Romano e inicia una actividad denominada la «Misa de San Próculo» para ofrecer ayuda espiritual y material a los pobres.

Entre 1929 y 1939, desarrolla una intensa actividad como profesor universitario que le pone en contacto con la Universidad Católica de Milán. Se dedica de lleno a la Acción Católica juvenil y a las publicaciones católicas, escribiendo en numerosas revistas, entre ellas la muy conocida «Frontespizio». En 1939, funda y dirige la revista «Principi» («Principios») en la que, en pleno régimen fascista que prohibirá la publicación, presenta las premisas cristianas de una auténtica democracia.

En 1943, crea la publicación clandestina «San Marco», mientras la policía secreta trata de arrestarlo. Se traslada a Roma y, al año siguiente, imparte en el Ateneo Pontificio Lateranense, por iniciativa del Instituto Católico de Actividades Sociales, un curso cuyo contenido fue publicado con el título «Las premisas de la política».

«De la fecunda tensión entre la contemplación y la acción (...) deriva también la heredad espiritual que ha dejado a la Iglesia de Florencia y a toda la comunidad eclesial», añade el Pontífice en su mensaje.

Alcalde de Florencia de 1951 a 1958, y luego nuevamente de 1961 a 1965, dejó un rastro indeleble en la conciencia y en el rostro de esta ciudad, a través de las numerosas realizaciones administrativas y las extraordinarias iniciativas de carácter político y social. Promovió muchas obras de reconstrucción en la periferia y fue constante su empeño en la defensa de los trabajadores y la ayuda a los pobres.

Desempeñó un papel importante en la elaboración de la Constitución italiana, apoyando el valor inmanente de la persona humana y la inviolabilidad de sus derechos fundamentales; asimismo luchó por la introducción del derecho al trabajo como elemento inalienable de la dignidad del ser humano.

«La suya ha sido una espiritualidad, digamos, ‘immanente’ a la actividad cotidiana: no había para él solución de continuidad entre la comunión eucarística, la meditación, el compromiso cultural, y la acción social y política», afirma el Santo Padre.

Giorgio La Pira profesaba una devoción especial a la Santísima Trinidad «que atraía y recogía su alma en la contemplación y la adoración», recuerda la misiva pontificia, impulsándole también a escribir palabras como estas: «La raíz de la acción está siempre aquí: en este ‘éxtasis’ del alma enamorada que derrama lágrimas diciendo al Señor: ¡Señor mío y Dios mío! ¡Mi Dios y mi todo!».

«Su mente iluminada por la fe fue capaz de intuiciones premonitorias para el camino de la Iglesia y el mundo, especialmente respecto a la necesidad de la paz entre los pueblos y la superación de las ideologías ateas y materialistas», añade Juan Pablo II.

En un viaje en 1959 a la Unión Soviética, La Pira, ante el Soviet Supremo, en el Kremlin, afrontó no sólo la cuestión del desarme sino el tema de la libertad religiosa, como elemento esencial de un proceso completo de construcción pacífica.
Su empeño en el campo del diálogo interreligioso fue subrayado por el Papa el pasado 26 de abril, al recibir en audiencia a los participantes en el encuentro promovido por la Asociación Nacional de Municipios Italianos. En esa ocasión, recordó como «emblemáticos» los «Congresos por la paz y la civilización cristiana», promovidos por La Pira en Florencia, de 1952 a 1956, «con el fin de favorecer la amistad entre cristianos, judíos y musulmanes».

«Fiel al Magisterio de la Iglesia», afirma el Papa, «entendió la función pública como servicio al bien común, fuera de los condicionamientos del poder y de la búsqueda de prestigio o interés personal».

«Oremos para que su ejemplo estimule y anime a cuantos se esfuerzan en testimoniar con su existencia el Evangelio en la sociedad actual y se ponen el servicio de los demás, de modo especial de los pobres que tuvieron siempre en él un amigo solícito y fiel», concluye el mensaje.

El cardenal Ennio Antonelli, arzobispo de Florencia, tras leer el mensaje papal, en su homilía, destacó de La Pira el continuo proclamarse «cristiano, es decir uno que es de Cristo» y la afirmación: «Tengo sólo un carnet, el del bautismo».

La Pira contemplaba a Cristo Resucitado «como levadura transformadora y como modelo elevador y capaz de atraer» a todas las cosas, añadió el cardenal citando una carta escrita por el que fue alcalde de Florencia a un amigo en Pascua.

En cuanto a la importancia de la Eucaristía, La Pira afirmaba: «El cristianismo se resume en la Eucaristía». «Así se edifica el cuerpo de Cristo, el pueblo cristiano, la ciudad de Dios y, bajo su modelo, la ciudad humana. La Eucaristía organiza el pueblo del Señor, edifica las ciudades, los pueblos, las naciones y la civilización», afirmó el cardenal.

El próximo 9 de enero podría celebrarse la conclusión de la causa diocesana de beatificación de Giorgio La Pira (1904-1977), según anunció el cardenal Antonelli.

La causa había sido iniciada el 9 de enero de 1986, en la basílica dominica de San Marcos en Florencia, en cuyo convento La Pira vivió muchos.



sábado, 19 de enero de 2008

ORACION DE ABANDONO

F.V.D.

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Padre mio,
en tus manos me pongo,
haz de mi lo que quieras.

Por todo lo que hagas de mi,
te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo,lo acepto todo,
con tal de que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi alma entre Tus manos,
te la doy, Dios mío,
con todo el ardor de mi corazón porque te amo,
y es para mi necesidad de amor el darme,
el entregarme entre tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre.
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Hermano Carlos de Jesús
Padre Charles de Foucauld

martes, 15 de enero de 2008

LA ORACIÓN PARA SAN AGUSTÍN DE HIPONA (354 - 430)

F.V.D.


1. "Vete al Señor mismo, al mismo con quien la familia descansa, y llama con tu oración a su puerta, y pide, y vuelve a pedir. No será El como el amigo de la parábola: se levantará y te socorrerá; no por aburrido de ti: está deseando dar; si ya llamaste a su puerta y no recibiste nada, sigue llamando que está deseando dar. Difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele no apreciarse lo aprisa concedido". (Sermón 105).

2. "Vergüenza para la desidia humana. Tiene El más ganas de dar que nosotros de recibir; tiene más ganas El de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres de nuestras miserias". (Sermón 105).

3. "La oración que sale con toda pureza de lo intimo de la fe se eleva como el incienso desde el altar sagrado. Ningún otro aroma es más agradable a Dios que éste; este aroma debe ser ofrecido a él por los creyentes". (Coment. sobre el Salmo 140).

4. "Si la fe falta, la oración es imposible. Luego, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe". (Catena Aurea).

5. "Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala. Mali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros". (La ciudad de Dios, 20, 22).

6. "Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Dilatad vuestro corazón". (Carta 130, a Proba).

7. "Con objeto de mantener vivo este deseo de Dios, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que de algún modo nos distraen de él, y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal; no vaya a ocurrir que nuestro deseo comience a entibiarse y llegase a quedar totalmente frío, y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabe por extinguirse del todo". (Carta 130, a Proba).
8. "Lejos de la oración las muchas palabras; pero no falte la oración continuada, si la intención persevera fervorosa. Hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas: orar mucho es mover, con ejercicio continuado del corazón, a aquel a quien suplicamos, pues, de ordinario, este negocio se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas que con palabras." (Carta 121 a Proba).

9."Haz tú lo que puedas, pide lo que no puedes, y Dios te dará para que puedas". (Sermón 43, sobre la naturaleza y la gracia).

10. "Si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical (Padrenuestro)". (Carta 130, a Proba).


miércoles, 9 de enero de 2008

SANTA TERESA DE ÁVILA (1515-1582)

F.V.D.
NADA TE TURBE

Nada te turbe, Nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.

Eleva tu pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
nada te turbe.

A Jesucristo sigue
con pecho grande,y, venga lo que venga,
nada te espante.


¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana; nada tiene de estable,
todo se pasa.

Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.

Ámala cual merece
bondad inmensa;
pero no hay amor fino
sin la paciencia.

Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
todo lo alcanza.

Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;siendo Dios tu tesoro
nada te falta.

Id, pues, bienes del mundo;
id dichas vanas;
aunque todo lo pierda,
sólo Dios basta.

Santa Teresa de Avila

sábado, 5 de enero de 2008

Gilbert K. Chesterton...Por que me convertí al catolicismo

F.V.D.

Aunque sólo hace algunos años que soy católico, sé sin embargo que el problema "por qué soy católico" es muy distinto del problema "por qué me convertí al catolicismo". Tantas cosas han motivado mi conversión y tantas otras siguen surgiendo después... Todas ellas se ponen en evidencia solamente cuando la primera nos da el empujón que conduce a la conversión misma. Todas son también tan numerosas y tan distintas las unas de las otras, que, al cabo, el motivo originario y primordial puede llegar a parecernos casi insignificante y secundario. La "confirmación" de la fe, vale decir, su fortalecimiento y afirmación, puede venir, tanto en el sentido real como en el sentido ritual, después de la conversión. El convertido no suele recordar más tarde de qué modo aquellas razones se sucedían las unas a las otras. Pues pronto, muy pronto, este sinnúmero de motivos llega a fundirse para él en una sola y única razón.
Existe entre los hombres una curiosa especie de agnósticos, ávidos escudriñadores del arte, que averiguan con sumo cuidado todo lo que en una catedral es antiguo y todo lo que en ella es nuevo. Los católicos, por lo contrario, otorgan más importancia al hecho de si la catedral ha sido reconstruida para volver a servir como lo que es, es decir, como catedral.

¡Una catedral! A ella se parece todo el edificio de mi fe; de esta fe mía que es demasiado grande para una descripción detallada; y de la que, sólo con gran esfuerzo, puedo determinar las edades de sus distintas piedras.

A pesar de todo, estoy seguro de que lo primero que me atrajo hacia el catolicismo, era algo que, en el fondo, debería más bien haberme apartado de él. Estoy convencido también de que varios católicos deben sus primeros pasos hacia Roma a la amabilidad del difunto señor Kensit.

El señor Kensit, un pequeño librero de la City, conocido como protestante fanático, organizó en 1898 una banda que, sistemáticamente, asaltaba las iglesias ritualistas y perturbaba seriamente los oficios. El señor Kensit murió en 1902 a causa de heridas recibidas durante uno de esos asaltos. Pronto la opinión pública se volvió contra él, clasificando como "Kensitite Press" a los peores panfletos antirreligiosos publicados en Inglaterra contra Roma, panfletos carentes de todo juicio sano y de toda buena voluntad.
Recuerdo especialmente ahora estos dos casos: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable.

En el primer caso -creo que se trataba de Horton y Hocking- se mencionaba con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico, que escribía: "Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta, y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!" Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender.

En el segundo caso, alguien del diario "Daily News" (entonces yo mismo era todavía alguien del "Daily News"), como ejemplo típico del "formulismo muerto" de los oficios católicos, citó lo siguiente: un obispo francés se había dirigido a unos soldados y obreros cuyo cansancio físico les volvía dura la asistencia a Misa, diciéndoles que Dios se contentaría con su sola presencia, y que les perdonaría, sin duda, su cansancio y su distracción. Entonces yo me dije otra vez a mí mismo: "¡Qué sensata es esa gente! Si alguien corriera diez leguas para hacerme un gusto a mí, yo le agradecería muchísimo, también, que se durmiera enseguida en mi presencia".

Junto con estos dos ejemplos, podría citar aún muchos otros procedentes de aquella primera época en que los inciertos amagos de mi fe católica se nutrieron casi con exclusividad de publicaciones anticatólicas. Tengo un claro recuerdo de lo que siguió a estos primeros amagos. Es algo de lo cual me doy tanta más cuenta cuanto más desearía que no hubiese sucedido. Empecé a marchar hacia el catolicismo mucho antes de conocer a aquellas dos personas excelentísimas a quienes, a este respecto, debo y agradezco tanto: al reverendo Padre John O'Connor de Bradford y al señor Hilaire Belloc; pero lo hice bajo la influencia de mi acostumbrado liberalismo político; lo hice hasta en la madriguera del "Daily News".

Este primer empuje, después de debérselo a Dios, se lo debo a la historia y a la actitud del pueblo irlandés, a pesar de que no hay en mí ni una sola gota de sangre irlandesa. Estuve solamente dos veces en Irlanda y no tengo ni intereses allí ni sé gran cosa del país. Pero ello no me impidió reconocer que la unión existente entre los diferentes partidos de Irlanda se debe en el fondo a una realidad religiosa; y que es por esta realidad que todo mi interés se concentraba en ese aspecto de la política liberal. Fuí descubriendo cada vez con mayor nitidez, enterándome por la historia y por mis propias experiencias, cómo, durante largo tiempo, se persiguió por motivos inexplicables a un pueblo cristiano, y todavía sigue odiándosele. Reconocí luego que no podía ser de otra manera, porque esos cristianos eran tan profundos e incómodos como aquellos que Nerón hizo echar a los leones.

Creo que estas mis revelaciones personales evidencian con claridad la razón de mi catolicismo, razón que luego fué fortificándose. Podría añadir ahora cómo seguí reconociendo después, que a todos los grandes imperios, una vez que se apartaban de Roma, les sucedía precisamente lo mismo que a todos aquellos seres que desprecian las leyes o la naturaleza: tenían un leve éxito momentáneo, pero pronto experimentaban la sensación de estar enlazados por un nudo corredizo, en una situación de la que ellos mismos no podían librarse. En Prusia hay tan poca perspectiva para el prusianismo, como en Manchester para el individualismo manchesteriano.

Todo el mundo sabe que a un viejo pueblo agrario, arraigado en la fe y en las tradiciones de sus antepasados, le espera un futuro más grande o por lo menos más sencillo y más directo que a los pueblos que no tienen por base la tradición y la fe. Si este concepto se aplicase a una autobiografía, resultaría mucho más fácil escribirla que si se escudriñasen sus distintas evoluciones; pero el sistema sería egoísta. Yo prefiero elegir otro método para explicar breve pero completamente el contenido esencial de mi convicción: no es por falta de material que actúo así, sino por la dificultad de elegir lo más apropiado entre todo ese material numeroso. Sin embargo trataré de insinuar uno o dos puntos que me causaron una especial impresión.

Hay en el mundo miles de modos de misticismo capaces de enloquecer al hombre. Pero hay una sola manera entre todas de poner al hombre en un estado normal. Es cierto que la humanidad jamás pudo vivir un largo tiempo sin misticismo. Hasta los primeros sones agudos de la voz helada de Voltaire encontraron su eco en Cagliostro. Ahora la superstición y la credulidad han vuelto a expandirse con tan vertiginosa rapidez, que dentro de poco el católico y el agnóstico se encontrarán lado a lado. Los católicos serán los únicos que, con razón, podrán llamarse racionalistas. El mismo culto idolátrico por el misterio empezó con la decadencia de la Roma pagana a pesar de los "intermezzos" de un Lucrecio o de un Lucano.

No es natural ser materialista ni tampoco el serio da una impresión de naturalidad. Tampoco es natural contentarse únicamente con la naturaleza. El hombre, por lo contrario, es místico. Nacido como místico, muere también como místico, sobre todo si en vida ha sido un agnóstico. Mientras que todas las sociedades humanas consideran la inclinación al misticismo como algo extraordinario, tengo yo que objetar, sin embargo, que una sola sociedad entre ellas, el catolicismo, tiene en cuenta las cosas cotidianas. Todas las otras las dejan de lado y las menosprecian.

Un célebre autor publicó una vez una novela sobre la contraposición que existe entre el convento y la familia. (The cloister and the hearth). En aquel tiempo, hace 50 años, era realmente posible en Inglaterra imaginar una contradicción entre esas dos cosas. Hoy en día, la así llamada contradicción, llega a ser casi un estrecho parentesco. Aquellos que en otro tiempo exigían a gritos la anulación de los conventos, destruyen hoy sin disimulo la familia. Este es uno de los tantos hechos que testimonian la verdad siguiente: que en la religión católica, los votos y las profesiones más altas y "menos razonables" -por decido así- son, sin embargo, los que protegen las cosas mejores de la vida diaria.

Muchas señales místicas han sacudido el mundo. Pero una sola revolución mística lo ha conservado: el santo está al lado del hombre humilde; el peregrino demuestra amor por la familia; el monje la defiende. Entre nosotros, lo mejor no es enemigo de lo bueno. Entre nosotros, por lo contrario, lo superior es el mejor amigo de lo bueno. Toda otra aparente revelación se desvía al fin hacia una u otra filosofía indigna de la humanidad; a simplificaciones destructoras; al pesimismo, al optimismo, al fatalismo, a la nada y otra vez a la nada; al "nonsense", a la insensatez.


Es cierto que todas las religiones contienen algo bueno. Pero lo bueno, la quinta esencia de lo bueno, la humildad, el amor y el fervoroso agradecimiento "realmente existente" hacia Dios, no se hallan en ellas. Por más que las penetremos, por más respeto que les demostremos, con mayor claridad aún reconoceremos también esto: En lo más hondo de ellas hay algo distinto de lo puramente bueno; hay a vecese dudas metafísicas sobre la materia, a veces habla en ellas la voz fuerte de la naturaleza; otras, y esto en el mejor de los casos, existe un miedo a la Ley y al Señor.

Si se exagera todo esto nace en las religiones una deformación que llega hasta el diabolismo. Sólo pueden soportarse mientras se mantengan razonables y medidas. Mientras se estén tranquilas, pueden llegar hasta a ser estimadas, como sucedió con el protestantismo victoriano. Por lo contrario, la más fervorosa exaltación por la Santísima Virgen o la más extraña imitación de San Francisco de Asís, seguirían siendo, en su quintaesencia, una cosa sana y sólida. Nadie negará por ello su humanismo, ni despreciará a su prójimo. Lo que es bueno, jamás podrá llegar a ser DEMASIADO bueno. Esta es una de las características del catolicismo que me parece singular y universal a la vez.

Esta otra la sigue: Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo. El otro día, Bernard Shaw expresó el nostálgico deseo de que todos los hombres vivieran trescientos años en civilizaciones más felices. Tal frase nos demuestra cómo los santurrones sólo desean -como ellos mismos dicen- reformas prácticas y objetivas. Ahora bien: esto se dice con facilidad; pero estoy absolutamente convencido de lo siguiente: si Bernard Shaw hubiera vivido durante los últimos trescientos años, se habría convertido hace ya mucho tiempo al catolicismo. Habría comprendido que el mundo gira siempre en la misma órbita y que poco se puede confiar en su así llamado progreso. Habría visto también cómo la Iglesia fué sacrificada por una superstición bíblica, y la Biblia por una superstición darwinista. Y uno de los primeros en combatir estos hechos hubiera sido él. Sea como fuere, Bernard Shaw deseaba para cada uno una experiencia de trescientos años. Y los católicos, muy al contrario de todos los otros hombres, tienen una experiencia de diez y nueve siglos. Una persona que se convierte al catolicismo, llega, pues, a tener de repente dos mil años. Esto significa, si lo precisamos todavía más, que una persona, al convertirse, crece y se eleva hacia el pleno humanismo. Juzga las cosas del modo como ellas conmueven a la humanidad, y a todos los países y en todos los tiempos; y no sólo según las últimas noticias de los diarios.

Si un hombre moderno dice que su religión es el espiritualismo o el socialismo, ese hombre vive íntegramente en el mundo más moderno posible, es decir, en el mundo de los partidos. El socialismo es la reacción contra el capitalismo, contra la insana acumulación de riquezas en la propia nación. Su política resultaría del todo distinta si se viviera en Esparta o en el Tibet. El espiritualismo no atraería tampoco tanto la atención si no estuviese en contradicción deslumbrante con el materialismo extendido en todas partes. Tampoco tendría tanto poder, si se reconocieran más los valores sobrenaturales. Jamás la superstición ha revolucionado tanto el mundo como ahora. Sólo después que toda una generación declaró dogmáticamente y una vez por todas, la IMPOSIBILIDAD de que haya espíritus, la misma generación se dejó asustar por un pobre pequeño espíritu. Estas supersticiones son invenciones de su tiempo -podría decirse en su excusa. Hace ya mucho, sin embargo, que la Iglesia Católica probó no ser ella una invención de su tiempo: es la obra de su Creador, y sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez que en su primera juventud: y sus enemigos, en lo más profundo de sus almas, han perdido ya la esperanza de verla morir algún día.

viernes, 4 de enero de 2008

Padre Luis María Etcheverry Boneo

F.V.D.


"Alcanzar el cielo construyendo la tierra...construir la tierra mirando el cielo"


Padre Luis María Etcheverry Boneo