“La voluntad de Dios es que sean santos…” (1 Tes 4,3)
Dios nos llama a su Presencia; es el Señor Jesús, Dios y hombre, que nos quiere hacer santos. Nos llama a vivir la aventura de su Amor. ¿Qué más puede querer un joven, caldera de ideales y sueños…? ¿Qué más que lanzarse a la aventura de la santidad, de vivir del Amor de Dios?
Dios no nos trajo al mundo para sobrevivir, y para que cada uno se haga camino según lo que piensa… ¡No! Ese es el camino de la no-felicidad, camino que es mentira y que termina en la muerte. El Señor Jesús nos hizo para Él, para que seamos felices en la Verdad, felices de verdad. Para que Él sea nuestro Camino y para que así tengamos Vida… ¡en abundancia! Nosotros pensamos que si hacemos algo que “mas o menos” nos gusta vamos a ser “mas o menos” felices… Y esto es un poroto al lado de lo que nos propone el Señor.
Él nos llama a vivir una aventura única e irrepetible, pensada para nosotros, hecha y preparada desde toda la eternidad, y a lo largo de toda la historia, para nosotros, a nuestra medida exacta. No es un molde; no. Es una aventura de felicidad que tiene nuestro nombre y apellido, y lo que ya hemos vivido entra en esta aventura. Nuestro corazón fue hecho para este plan, y sólo será verdadera y profundamente feliz arrojándose en este desafío. Porque los gustos o inclinaciones, deseos e inquietudes de nuestro corazón han sido sembrados por nuestro Señor. Y a Él nada se le escapa. Todo lo que queremos profundamente Jesús lo conoce, por eso nos ha trazado un camino y nos invita a seguirlo.
Este camino personal, el de nuestra felicidad eterna, indudablemente pasa por la cruz… “El que me quiere seguir que renuncie a sí mismo y cargue con su cruz” nos dice el Señor. Esto es claro, el hombre alcanza su felicidad con otros, en comunión. Por eso es preciso “renunciar a uno mismo”, porque este camino estará signado por el servicio, porque Jesús, después de haber lavado los pies a sus discípulos nos dice “ustedes serán felices si sabiendo estas cosas las practican”. La entrega al otro está en la esencia del alma del alma humana: nadie es feliz solo.
Nuestro corazón debe decidirse, tomar conciencia de que fue creado para amar y ser amado… Pero para dar este salto, para lanzarse de lleno a la vocación, es necesario tener viva experiencia del Amor que Dios nos tiene, Amor que sobrepasa “todo lo que podemos pensar o imaginar”, Amor que nos ha llamado a la Vida y que Jesús nos muestra.
Pidamos el Espíritu Santo, pidámosle a la Virgen que se derrame en nosotros una fuerte efusión del Espíritu Santo; pidámosle a la Virgen, Madre nuestra, que el Espíritu Santo nos manifieste en lo más hondo de nuestro corazón el Amor indescriptible que Jesús tiene por cada uno de nosotros.
Cuando el Espíritu nos manifiesta el Amor de Cristo, nos unge, nos llena de alegría, y Él mismo es el Amor que deseamos llevar a los demás, el Amor que “no podemos callar”. Envueltos y llenos de este Amor descubrimos quiénes somos: sí, ¡hijos de Dios Padre en Jesús! Identidad más profunda y común a todos los bautizados. Así, el Espíritu nos mueve a realizar nuestra misión: anunciar esta Buena Noticia al mundo. A todos llevar el Amor de Dios con nuestra vida, Amor que nos hace vivir en alegría y esperanza de la Vida definitiva, Amor que trasmitimos con gestos concretos todos los días, y que queda probado en el rechazo, en la “locura de la cruz”, y que es signo, para los hombres, que Cristo vive glorioso y Resucitado “a la derecha de Dios Padre”, y por esto también en cada de uno de nosotros…
“¡La Paz esté con ustedes!” “¡Reciban el Espíritu Santo!”
Enrique Carriquiri
1 comentario:
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