lunes, 20 de diciembre de 2010
Juan Pablo II: El sacerdote es el hombre de la Eucaristía
El sacerdote es el hombre de la Eucaristía. En el arco de casi cincuenta años de sacerdocio, la celebración de la Eucaristía sigue siendo para mí el momento más importante y más sagrado. Tengo plena conciencia de celebrar en el altar in persona Christi. Jamás en el curso de estos años, he dejado la celebración del santísimo sacrificio. Si esto sucedió alguna vez, fue sólo por motivos independientes de mi voluntad. La santa misa es de modo absoluto el centro de mi vida y de toda mi jornada. Ella se encuentra en el centro de la teología del sacerdocio, una teología que he aprendido no tanto de los libros de texto, cuanto de modelos vivos de santos sacerdotes. Ante todo, del santo párroco de Ars, Juan María Vianney. Todavía hoy me acuerdo de la biografía escrita por el padre Trochu, que literalmente me conmovió. Nombro al párroco de Ars, pero no es el único modelo de sacerdote que me ha impresionado. Ha habido muchos otros santos sacerdotes a los que he admirado, habiéndolos conocido tanto a través de sus hagiografías como personalmente, porque son contemporáneos. Los miraba y aprendía de ellos el significado del sacerdocio, como vocación y ministerio.
Juan Pablo II, Discurso al Simposio a los 30 años
de la Presbyterorum ordinis
27 de octubre de 2005
jueves, 16 de diciembre de 2010
Es preciso pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios; es allí donde uno se vacía, donde uno echa fuera de sí todo lo que no es Dios y vacía completamente esta pequeña casa de nuestra alma para dejar todo el espacio para Dios solo... Es un tiempo de gracia, es un período por el que toda alma que quiere dar frutos debe necesariamente pasar. Le es necesario ese silencio, ese recogimiento, ese olvido de todo lo creado, en medio de los cuales Dios establece su reinado y forma en ella el espíritu interior: la vida íntima con Dios, el diálogo del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad. Más tarde el alma dará frutos en la medida exacta en que el hombre interior se habrá formado en ella (Ef 3,16)...
Sólo se da lo que se es y lo que se tiene en esta soledad, en esta vida solo con Dios solo, en ese recogimiento profundo del alma que lo olvida toda para vivir sola en unión con Dios, y Dios se da enteramente todo aquel que se da enteramente a él. Daos enteramente a él solo... y se os dará enteramente...
Beato Carlos de Foucauld (1858-1916)