martes, 9 de junio de 2009
"Un mensaje del corazón de Jesús" por Sor Josefa Menéndez

Yo soy el amor. Mi Corazón no puede contener la llama que constantemente le devora. Yo amo a las almas hasta tal punto, que he dado la vida por ellas.
Por su amor he querido quedarme prisionero en el Sagrario, y hace veinte siglos que permanezco allí noche y día, oculto bajo las especies de pan, escondido en la hostia, soportando por amor, el olvido, la soledad, los desprecios, blasfemias, ultrajes y sacrilegios.
El amor a las almas me impulsó a dejarles el sacramento de la Penitencia, para perdonarles, no una vez, ni dos, sino cuantas veces necesiten recobrar la gracia. Allí las estoy esperando; allí deseo que vengan a lavarse de sus culpas no con agua, sino con mi propia Sangre.
En el transcurso de los siglos, he revelado de diferentes modos mi amor a los hombres y el deseo que me consume de su salvación. Les he dado a conocer mi propio Corazón. Esta devoción ha sido como una luz que ha iluminado al mundo y hoy es el medio de que se valen para mover los corazones, la mayor parte de los que trabajan por extender mi Reino.
Ahora quiero algo más; sí, en retorno del amor que tengo a las almas, les pido que ellos me devuelvan amor; pero no es éste mi único deseo: quiero que crean en mi misericordia, que lo esperen todo de mi bondad, que no duden nunca de mi perdón.
Soy Dios, pero Dios de Amor. Soy Padre, pero Padre que ama con ternura, no con severidad. Mi Corazón es infinitamente santo, pero también infinitamente sabio; conoce la fragilidad y miseria humana, y se inclina hacia los pobres pecadores con misericordia infinita.
Sí, amo a las almas después que han cometido el primer pecado si vienen a pedirme humildemente perdón... ¡Las amo después de llorar el segundo pecado, y si esto se repite no un millar de veces sino un millón de millares, las amo, las perdono y lavo con mi misma Sangre el último pecado como el primero!
No me canso de las almas y mi Corazón está siempre esperando que vengan a refugiarse en mí. Tanto más cuanto más miserables sean.
¿Acaso no tiene un padre más cuidado del hijo enfermo que de los que gozan buena salud? ¿No es verdad que para aquél es mucho mayor su ternura y solicitud? De la misma manera, mi Corazón derrama con más largueza su ternura y compasión sobre los pecadores que sobre los justos.
Esto es lo que quiero explicar a las almas; Yo enseñaré a los pecadores que la misericordia de mi Corazón es inagotable, a las almas frías e indiferentes, que mi Corazón es fuego y fuego que desea abrasarlas porque las ama; a las almas piadosas y buenas que mi Corazón es el camino para avanzar en la perfección y por él llegarán con seguridad, al término de la bienaventuranza. Por último, a las almas que me están consagradas, a los sacerdotes, a los religiosos, a mis almas escogidas y preferidas, les pediré una vez más, que me den su amor y no duden nunca del mío; pero sobre todo, que me den su confianza y no duden de mi misericordia. ¡Es tan fácil esperarlo todo de mi Corazón!

jueves, 21 de mayo de 2009
"El muchacho que fuimos" de Martín Descalzo
«Hete aquí, pues, cerca de los cuarenta y dos años... ¿Qué pensarla de ti el muchacho que eras a los dieciséis, si pudiera juzgarte? ¿Qué diría de eso que has llegado a ser? ¿Hubiera simplemente consentido en vivir para verse transformado así? ¿Acaso valía la pena? ¿Qué secretas esperanzas no has decepcionado, de las que ni siquiera te acuerdas?
Seria extraordinariamente interesante, aunque triste, poder enfrentar a estos dos seres, de los que uno prometía tanto y el otro ha cumplido tan poco. Me figuro al joven apostrofando al mayor sin indulgencia: "Me has engañado, me has robado. ¿Dónde están todos los sueños que te habla confiado? ¿Qué has hecho de toda la riqueza que tan locamente puse entre tus manos?
Yo respondía de ti, había prometido por ti. Y has hecho bancarrota. Más me hubiera valido marcharme con todo lo que aún poseía, y que también has dilapidado. No te admiro, sino al contrario." ¿Y qué diría el mayor para defenderse?

Hablaría de experiencia adquirida, de ideas inútiles echadas por la borda, mostraría algunos libros, hablaría de su reputación, buscaría febrilmente en sus bolsillos, en los cajones de su mesa, algo para justificarse. Pero se defendería mal, y creo que se avergonzaría.»
Este párrafo -que copio del diario de Julien Green- ha sido una espuela en mi corazón durante muchísimos años. Me hace sangrar aún hoy cuando lo releo. Porque es mi historia, y me temo que la de millares y millares de humanos. ¿Qué es nuestra vida sino empobrecimiento? ¿Qué sino una larga malversación de esperanzas y sueños juveniles? ¿Quién podrá presumir no ya de haber crecido con el paso de los años, sino simplemente de mantener entera su juventud?
Y, sin embargo, vivir tendría que ser la cosecha de la gran siembra de los años juveniles. Vivir es fructificar. Y no simplemente irse degradando y envejecer.
Una vida llena es siempre el resultado de dos factores: apostar atrevidamente siendo jóvenes y mantener esa apuesta cuando se madura. Pero ¿qué proporción de humanos consigue las dos cosas?
Por eso me aterra tanto el encontrarme con jóvenes amargados y sin ideales. Si mantener la gran apuesta es tan difícil cuando se ha soñado y proyectado mucho, ¿qué cosecha les espera a quienes sólo sembraron decepciones o frivolidad? Claudel tenía razón al decir que «la juventud no es para el placer, sino para el heroísmo». Pero la más grande de las conspiraciones del mundo es precisamente la que empuja a los jóvenes hacia la vulgaridad y la desesperanza.
Pero no basta, claro, haber soñado mucho a los dieciséis años. Hace falta luego mucha tensión en el alma para no malvender esos sueños. Y aquí hay que decir sin rodeos que el gran enemigo no está fuera, sino dentro, y no en los fracasos, sino en la mediocridad.
Cuando los adultos le echamos las culpas a las adversidades de la vida para justificar nuestro saco de la vida vacío nos estarnos engañando a nosotros mismos. Porque la verdad es que el mundo entero reunido contra nosotros nunca podrá hacernos ni la cuarta parte del daño que nosotros mismos podemos hacernos. «El hombre -decía Von Kleist- no necesita más que sus propios pies para venirse al suelo, porque cada uno lleva en sí su miserable piedra para tropezar.»
Esa «piedra miserable» es casi siempre la mediocridad. El hombre rara vez peca por exceso. Peca más bien por pereza, por abandono, por ir renunciando a trozos de alma. Y es que la mediocridad deshincha la vida corno un globo, a veces sin que siquiera nos demos cuenta.
Y un día nos mirarnos en el espejo de nuestros recuerdos. Y en el espejo aparece el rostro del muchacho que fuimos. ¿Será él quien nos juzgue en el juicio final? ¿Delegará Dios la tarea de valorarnos en las manos del muchacho que fuimos?
Prefiero que sea Dios quien me juzgue. Siempre será más benévolo. Porque yo sé que el muchacho que fui nunca perdonaría al hombre-traidor-a-sus-sueños que soy.
Funete: Razones para el amor, de Martín Descalzo
lunes, 18 de mayo de 2009
Esto que soy, eso te doy
A veces me pregunto ¿porqué yo?,
y sólo me respondes porque quiero.
Es un misterio grande que nos llames,
así tal como somos a tu encuentro.
Entónces redescubro una verdad,
mi vida, nuestra vida es un tesoro.
Se trata entónces sólo de ofrecerte,
con todo nuestro amor, esto que somos.

si todo, todo es tu regalo.
Te ofrecere, te ofreceremos,
Esto que somos... esto que soy,
Eso te doy.
"NO TE RINDAS" DE MARIO BENEDETTI

No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
-
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros
Y destapar el cielo.
-
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
-
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
porque lo has querido y porque te quiero
porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
-
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron.
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar el canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas e intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
-
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo.
Porque ésta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.
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