jueves, 21 de mayo de 2009

"El muchacho que fuimos" de Martín Descalzo

«Hete aquí, pues, cerca de los cuarenta y dos años... ¿Qué pensarla de ti el muchacho que eras a los dieciséis, si pudiera juzgarte? ¿Qué diría de eso que has llegado a ser? ¿Hubiera simplemente consentido en vivir para verse transformado así? ¿Acaso valía la pena? ¿Qué secretas esperanzas no has decepcionado, de las que ni siquiera te acuerdas?

Seria extraordinariamente interesante, aunque triste, poder enfrentar a estos dos seres, de los que uno prometía tanto y el otro ha cumplido tan poco. Me figuro al joven apostrofando al mayor sin indulgencia: "Me has engañado, me has robado. ¿Dónde están todos los sueños que te habla confiado? ¿Qué has hecho de toda la riqueza que tan locamente puse entre tus manos? 

Yo respondía de ti, había prometido por ti. Y has hecho bancarrota. Más me hubiera valido marcharme con todo lo que aún poseía, y que también has dilapidado. No te admiro, sino al contrario." ¿Y qué diría el mayor para defenderse? 


Hablaría de experiencia adquirida, de ideas inútiles echadas por la borda, mostraría algunos libros, hablaría de su reputación, buscaría febrilmente en sus bolsillos, en los cajones de su mesa, algo para justificarse. Pero se defendería mal, y creo que se avergonzaría.»

Este párrafo -que copio del diario de Julien Green- ha sido una espuela en mi corazón durante muchísimos años. Me hace sangrar aún hoy cuando lo releo. Porque es mi historia, y me temo que la de millares y millares de humanos. ¿Qué es nuestra vida sino empobrecimiento? ¿Qué sino una larga malversación de esperanzas y sueños juveniles? ¿Quién podrá presumir no ya de haber crecido con el paso de los años, sino simplemente de mantener entera su juventud?

Y, sin embargo, vivir tendría que ser la cosecha de la gran siembra de los años juveniles. Vivir es fructificar. Y no simplemente irse degradando y envejecer.

Una vida llena es siempre el resultado de dos factores: apostar atrevidamente siendo jóvenes y mantener esa apuesta cuando se madura. Pero ¿qué proporción de humanos consigue las dos cosas?

Por eso me aterra tanto el encontrarme con jóvenes amargados y sin ideales. Si mantener la gran apuesta es tan difícil cuando se ha soñado y proyectado mucho, ¿qué cosecha les espera a quienes sólo sembraron decepciones o frivolidad? Claudel tenía razón al decir que «la juventud no es para el placer, sino para el heroísmo». Pero la más grande de las conspiraciones del mundo es precisamente la que empuja a los jóvenes hacia la vulgaridad y la desesperanza.

Pero no basta, claro, haber soñado mucho a los dieciséis años. Hace falta luego mucha tensión en el alma para no malvender esos sueños. Y aquí hay que decir sin rodeos que el gran enemigo no está fuera, sino dentro, y no en los fracasos, sino en la mediocridad.

Cuando los adultos le echamos las culpas a las adversidades de la vida para justificar nuestro saco de la vida vacío nos estarnos engañando a nosotros mismos. Porque la verdad es que el mundo entero reunido contra nosotros nunca podrá hacernos ni la cuarta parte del daño que nosotros mismos podemos hacernos. «El hombre -decía Von Kleist- no necesita más que sus propios pies para venirse al suelo, porque cada uno lleva en sí su miserable piedra para tropezar.»

Esa «piedra miserable» es casi siempre la mediocridad. El hombre rara vez peca por exceso. Peca más bien por pereza, por abandono, por ir renunciando a trozos de alma. Y es que la mediocridad deshincha la vida corno un globo, a veces sin que siquiera nos demos cuenta.

Y un día nos mirarnos en el espejo de nuestros recuerdos. Y en el espejo aparece el rostro del muchacho que fuimos. ¿Será él quien nos juzgue en el juicio final? ¿Delegará Dios la tarea de valorarnos en las manos del muchacho que fuimos?

Prefiero que sea Dios quien me juzgue. Siempre será más benévolo. Porque yo sé que el muchacho que fui nunca perdonaría al hombre-traidor-a-sus-sueños que soy.

Funete: Razones para el amor, de Martín Descalzo

lunes, 18 de mayo de 2009

Esto que soy, eso te doy

A veces me pregunto ¿porqué yo?,
y sólo me respondes porque quiero.
Es un misterio grande que nos llames,
así tal como somos a tu encuentro.
Entónces redescubro una verdad,
mi vida, nuestra vida es un tesoro.
Se trata entónces sólo de ofrecerte,
con todo nuestro amor, esto que somos.
¿Qué te dare, que te daremos?,
si todo, todo es tu regalo.
Te ofrecere, te ofreceremos,
Esto que somos... esto que soy,
Eso te doy.

"NO TE RINDAS" DE MARIO BENEDETTI

---
No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
-
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros
Y destapar el cielo.
-
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
-
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
porque lo has querido y porque te quiero
porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
-
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron.
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar el canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas e intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
-
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo.
Porque ésta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.
---

jueves, 14 de mayo de 2009

Benedicto XVI a los jóvenes

"Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza»"  (Hch1,8)

Mayo de 2009,
Queridos jóvenes, permitidme que os haga una pregunta. ¿Qué dejaréis vosotros a la próxima generación? ¿Estáis construyendo vuestras vidas sobre bases sólidas? ¿Estáis construyendo algo que durará? ¿Estáis viviendo vuestras vidas de modo que dejéis espacio al Espíritu en un mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de libertad? ¿Cómo estáis usando los dones que se os han dado, la «fuerza» que el Espíritu Santo está ahora dispuesto a derramar sobre vosotros? ¿Qué herencia dejaréis a los jóvenes que os sucederán? ¿Qué os distinguirá?
Fortalecida por el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva generación de cristianos está invitada a contribuir a la edificación de un mundo en el que la vida sea acogida, respetada y cuidada amorosamente, no rechazada o temida como una amenaza y por ello destruida. Una nueva era en la que el amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueva su bien e irradie gozo y belleza. Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y envenena las relaciones humanas. Queridos jóvenes amigos, el Señor os está pidiendo ser profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de atraer a la gente hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad.
El mundo tiene necesidad de esta renovación. En muchas de nuestras sociedades, junto a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación. ¿Cuántos de nuestros semejantes han cavado aljibes agrietados y vacíos en una búsqueda desesperada de significado, de ese significado último que sólo puede ofrecer el amor?  El Evangelio revela la llamada sublime de la humanidad, que es la de encontrar la propia plenitud en el amor. Él revela la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la vida.
Benedicto XVI

miércoles, 13 de mayo de 2009

sábado, 9 de mayo de 2009

Nuestra Señora de Luján

Detén tu carro, Madre, en nuestras almas
como lo hiciste antaño, acá en Luján.
La tarde va cayendo y hace frío.
Tu manto azul nos puede cobijar.
Tu puedes encender en nuestro pecho,
fogón de fe, esperanza y caridad.
Detén tu carro, Madre, en las escuelas
para que Cristo reine de verdad.
Tus manos pueden convertir en rosas
las flores angustiadas del cardal.
Detén tu carro, Madre, en los hogares
para fortalecernos con tu paz.
Conserva en ellos las virtudes recias,
sostén seguro en todo temporal.
Alumbra con tu luz las noches negras.
Bendice con tus manos nuestro pan.
Bajo el alero de tus manos juntas,
Señora de Luján,
consérvanos perpetuamente,
libres de todo mal.

Amén.

miércoles, 6 de mayo de 2009

"Aprender a equivocarse" de Martín Descalzo

Una de las virtudes-defecto más cuestionables es el perfeccionismo. Virtud, porque evidentemente, lo es el tender a hacer todas las cosas perfectas. Y es un defecto porque no suele contar con la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos son parte de toda la vida, que todo el que se mueve se equivoca alguna vez.

He conocido en mi vida muchos perfeccionistas. Son, desde luego, gente estupenda. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan apasionadamente a hacer bien las cosas e incluso llegan a hacer magníficamente la mayor parte de las tareas que emprenden.

Pero son también gente un poco neurótica. Viven tensos. Se vuelven cruelmente exigentes con quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente cuando llega la realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras -a pesar de todo su interés- se quedan a mitad de camino.Por eso me parece que una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la condición humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. El genio más genial pone un borrón y hasta el buen Homero dormita de vez en cuando.

Así es como, según decía Maxwel Brand. "todo niño debería crecer con convicción de que no es una tragedia ni una catástrofe cometer un error". Por eso en las persona siempre me ha interesado más el saber cómo se reponen de los fallos que el número de fallos que cometen.

Ya que el arte más difícil no es el de no caerse nunca, sino el de saber levantarse y seguir el camino emprendido.

Temo por eso la educación perfeccionista. Los niños educados para arcángeles se pegan luego unos topetazos que les dejan hundidos por largo tiempo. Y un no pequeño porcentaje de amargados de este mundo surge del clan de los educados para la perfección.

Los pedagogos dicen que por eso es preferible permitir a un niño que rompa alguna vez un plato y enseñarle luego a recoger los pedazos, porque "es mejor un plato roto que un niño roto".

Es cierto. No existen hombres que nunca hayan roto un plato. No ha nacido el genio que nunca fracase en algo. Lo que sí existe es gente que sabe sacar fuerzas de sus errores y otra gente que de sus errores sólo saca amargura y pesimismo. Y sería estupendo educar a los jóvenes en la idea de que no hay una vida sin problemas, pero lo que hay en todo hombre es capacidad para superarlos.

No vale, realmente, la pena llorar por un plato roto. Se compra otro y ya está. Lo grave es cuando por un afán de perfección imposible se rompe un corazón. Porque de esto no hay repuesto en los mercados.

lunes, 4 de mayo de 2009

Charla Padre Angel Rossi en ACREA 2007

Fragmento: "Algo vamos a hacer"

Recuerdo una experiencia que se me quedó grabada en el corazón. Cruzando en auto un barrio de San Miguel, después de un día de lluvia y por calles de tierra, fui a parar a la banquina del costado izquierdo y quedé con medio auto semi-hundido, de modo que tuve que salir por la puerta de la derecha, casi escalando por el asiento. Eran las 12,30 hs. de un día de semana, y la verdad es que no se veía un "cristiano" por ninguna parte, para colmo yo lo que necesitaba era "un cristiano con camioneta o camión" que me pudiera tirar para sacarme.

Providencialmente, a dos cuadras vi una camioneta estacionada frente a una casa. Golpeé las manos y salió una mujer con su delantal de maestra jardinera, que indudablemente estaba comiendo porque avanzaba hacia mí tragando el último bocado. Le pregunté por la camioneta y me contestó que era de su marido, que estaba también almorzando y ahí nomás, sin titubeos, le pegó el grito. Salió un muchacho joven que, según me contó después, buscaba con el camioncito verduras en el mercado central y hacía el reparto en las verdulerías de la zona. Justo había terminado el reparto, entonces antes de volver había parado un ratito en casa a comer y descansar.Le expliqué mi asunto e inmediatamente se movilizó. Dejó el almuerzo por la mitad y allá nos fuimos. Al llegar a mi auto semi-hundido, ya había aparecido el vecino del frente, muchacho joven también, que con las manos en la cintura y casi a modo de saludo afirmó "solemnemente": - ¡Va a estar difícil la cosa,eh! A lo que Juan, el verdulero, replicó diciéndome: - ¡Algo vamos a hacer, Padre!, mientras sacaba la soga, se metía en la zanja ensuciándose para atarla a mi paragolpes. Después preparó el camioncito para la tironeada y, de a poquito, con gran esfuerzo lo fue sacando hasta ponerlo en tierra firme.

A todo esto en una pausa de la operación volví la vista hacia la casa del vecino "profeta" y ya no estaba, se había metido adentro. Juan, en cambio, estaba allí, frente a mí, embarrado, con la camioneta mugrienta, sacando humo por todos lados debido al esfuerzo que hizo el motor, con el almuerzo interrumpido, con su merecido descanso postergado y con mi auto rescatado. Y mientras se despedía, con la misma sencillez con que vino y ante mi "infinito" agradecimiento, me volvió a decir "victorioso": -¡¿Vio, Padre, que algo íbamos a hacer?!

Y yo me quedé pensando: ¡Gracias Señor, porque mientras existan hombres y mujeres como Juan en este mundo, no habrá pantano del que no podamos salir, por difícil que sea! Pero a la vez me nacía una pregunta: ¿Y yo, cuál de los dos era? ¿Era el hombre olvidado de sí, que "perdió" por dar una mano ó era el "profeta chanta", que desde la seguridad de su puerta, con las manos en la cintura lanza afirmaciones, tan verdaderas como estériles, para después desaparecer a la hora de la pechada? Dios quiera que siempre, frente a las dificultades de la vida, sobre todo de los demás, nos salga desde lo hondo del corazón, con esa maravillosa frescura: ¡Algo vamos a hacer! Y lo intentemos.