viernes, 4 de junio de 2010

Ven Dios Espíritu Santo

Tú que estabas presente en la creación del mundo, cuando todo era caos

destierra de mi vida toda confusión y tiniebla. Recréame. Hazme de nuevo.

Tú que iluminaste a los antiguos profetas, condúceme hacia la Luz,

dame un corazón dócil a Tus inspiraciones y enséñame a dejarme enviar a donde quieras.

Tú que fecundaste el vientre de María, imprégname de Ti

para que pueda dar abundantes frutos de amor y alegría, paz y paciencia,

misericordia y bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de mí.

Tú que moviste a Isabel y a Juan a reconocer a Jesús en el seno de María

dame sensibilidad y gozo para descubrir las diversas maneras como te manifiestas a mi lado

y no me permitas llamar ‘casualidad’ Tu Providencia...

Tú que mantuviste al anciano Simeón firme en la esperanza de ver al Mesías

no me dejes caer en el desánimo de creer en mi lógica limitada y pobre;

recuérdame siempre lo que dijo aquel ángel, que: ‘para Dios, no hay imposibles’.

Tú que descendiste sobre Jesús cuando Juan lo bautizaba

renueva los dones que me diste en mi Bautismo:

dame sabiduría para amoldar mi voluntad a la del Padre;

entendimiento para comprender cómo me habla Su Palabra

y dejar que sea lámpara para mis pasos, luz en mi sendero;

ciencia para emplear todo lo que me ha dado para construir el Reino;

consejo para usar criterios cristianos al resolver mis problemas y aconsejar a otros;

fortaleza para superar toda dificultad;

piedad para orientar mi vida hacia el Señor y privilegiar mis encuentros amorosos con Él

en la oración, en la Palabra, en los Sacramentos, en los hermanos;

y temor de Dios que no sea miedo sino temor de corresponder mal al amor que me tiene, temor de alejarme de Su lado, caer, perderme.

Espíritu Santo que condujiste a Jesús al desierto, llévame a mí también a descampado

a la cita contigo y ayúdame a superar las tentaciones que encuentre en el camino.

Jesús prometió que nos guiarías a la Verdad, lo explicarías todo, hablarías por nosotros.

Habítame, consuélame, sáname, exhórtame, levántame, condúceme,

intercede por mí que nunca sé pedir lo que conviene.

Tú que descendiste sobre los apóstoles y los hiciste salir a anunciar la Buena Nueva

en lenguas que todos pudieron comprender

derriba la torre de Babel que he construido para apartarme de los otros.

Anímame a demoler mi egoísmo, mi soberbia, mi indiferencia,

y dame la capacidad de hablar las lenguas siempre nuevas del amor, la tolerancia,

la fraternidad, la justicia, la verdad.

Preside lo que pienso, lo que digo, lo que hago

y líbrame de quedarme inmóvil al borde del camino.

Lánzame a ser Tu testigo y cólmame de los carismas que necesite para vivir, a partir de este día,

un Pentecostés que incendie cada instante de mi vida y renueve la faz de la tierra. AMÉN

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