domingo, 27 de junio de 2010



Ama a Jesucristo.Hasta tu último suspiro ve apasionándote cada día más por su adorable persona.Estudia, escruta, indaga, expón sin descanso a ti mismo y a los demás, hasta saberlo de memoria, mejor dicho, hasta asimilarte a El, perderte en El.

Que El sea enteramente y cada día más el centro de tus pensamientos, el vínculo de tus conocimientos, el fin práctico de cualquiera de tus estudios. Hazlo el objeto moralmente único, el argumento soberano, el arma triunfadora de tu apostolado... como el hombre lleno y poseído de Jesucristo, como el hombre que a propósito o fuera de él, si fuera posible, hable sin cansarse de Jesucristo y hable de la abundancia de Corazón.

San Alberto Hurtado S.J.


miércoles, 16 de junio de 2010

La Responsabilidad Política

Aquellos que han buscado, o al menos han aceptado la responsabilidad de los destinos del país, tienen una responsabilidad, la mayor de todas, porque es la más extensa; abarca a todos los ciudadanos y todas sus necesidades.

¿Se dan cuenta de ordinario los políticos de la responsabilidad de su cargo? Uno puede dudarlo... ¡Con qué fervor hacen promesas de consagración a la Patria y a sus intereses que se olvidan al día siguiente de la elección.

Muchos van a la política para brillar, para surgir, para destacarse: motivos pobres. Otros para defender intereses de un gremio obrero o capitalista, o lo que es más triste todavía, puramente personales; para disfrutar de una influencia que se puede hacer pagar, motivo indigno y bochornoso. Otros van a defender los intereses de su partido, un motivo justo pero insuficiente, porque sobre los intereses del partido están los intereses nacionales. Otros, Dios quiera que sean muchos, van a la política para servir al país.

Un Presidente no debe ser liberal ni radical, sino Presidente de los Chilenos; y lo mismo un senador o un diputado, es senador de la Patria y ante los intereses de la Patria deben ceder todos los intereses particulares, incluso los de su partido, si alguna vez llegan a estar en oposición.

A los políticos quisiéramos los simples ciudadanos verlos de cabeza en los intereses de la Patria, estudiando con pasión los medios de hacerla progresar, de solucionar sus hondos problemas: ¿cómo instruir nuestra masa de analfabetos?; ¿cómo hacer servir mejor a las necesidades nacionales nuestra educación?; ¿cómo mejorar la formación de nuestros maestros?; ¿cómo disminuir la mortalidad infantil?; ¿cómo alimentar nuestra población desnutrida?; ¿cómo dar en realidad de verdad pan, techo y abrigo a nuestro pueblo? Quisiéramos verlos hacer un examen de conciencia nacional sobre el presupuesto y revisar partida por partida los gastos nacionales.

Ojalá pudieran llegar también a nuestro parlamento en forma efectiva, las voces de los ciudadanos, sus aspiraciones, sus clamores y fueran tomados en serio.

El político ha de ser un hombre de estudio, "consagrado" a su cargo, lo que tenemos tanto más derecho de pedir y aún de exigir cuanto ahora todos los políticos están altamente, por lo menos suficientemente, remunerados. Y si por sus preocupaciones personales, por sus negocios, no tienen tiempo de "estudiar", de "consagrarse a la Patria", que no entren a la política, pues una actuación descuidada significa traicionar a la Patria en momentos muy graves.

Este descuido debería ser severamente sancionado. ¿Cómo? Es bien difícil decirlo: pero que los mismos políticos descubran el camino efectivo de realizarlo.

La fiscalización administrativa es indispensable, con tal que sea realizada con alto espíritu público, con la mirada puesta en la Patria, más que en los intereses del propio partido o en la combinación que representa. Si el mal está en las propias filas, que sea denunciado con tanta fuerza y vehemencia como si estuviera en las adversas y si el mal lo comete un adversario que la crítica no obedezca a otro fin que al bien público, no al rencor político, pues eso divide más la familia nacional, y hace perder toda eficacia a la crítica.

¡Si pudiéramos llegar a tener un cuerpo numeroso de políticos nacionales! Hombres que no tengan empacho en acercarse a su adversario político, para pedirle su colaboración en un proyecto de bien público y de asegurarle sinceramente su apoyo en cuanto haga por el bien común. Todo cede ante el bien del País.

Se dirá que todo esto parece ignorar las realidades, que la vida de cada día es muy diferente, que los adversarios harán imposible esa conducta... Creemos sincera y firmemente que esto no es así. Hemos visto a políticos contemporáneos de algunos grandes países realizar esa superación de sus problemas. Por otra parte, cuando se mira la historia nacional en sus grandes períodos que no están muy lejos del nuestro, vemos la consagración de sus gobernantes al bien de la Patria.

La política tiene una función social y, precisamente porque los políticos están más altamente colocados, porque tienen una labor directiva, de ellos ha de venir al país un ejemplo de moralidad privada y pública, de honradez, de sobriedad de vida, de trabajo, de consagración al bienestar nacional.


San Alberto Hurtado S.J.


Extracto del capítulo seis de "Humanismo Social".



viernes, 4 de junio de 2010

Ven Dios Espíritu Santo

Tú que estabas presente en la creación del mundo, cuando todo era caos

destierra de mi vida toda confusión y tiniebla. Recréame. Hazme de nuevo.

Tú que iluminaste a los antiguos profetas, condúceme hacia la Luz,

dame un corazón dócil a Tus inspiraciones y enséñame a dejarme enviar a donde quieras.

Tú que fecundaste el vientre de María, imprégname de Ti

para que pueda dar abundantes frutos de amor y alegría, paz y paciencia,

misericordia y bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de mí.

Tú que moviste a Isabel y a Juan a reconocer a Jesús en el seno de María

dame sensibilidad y gozo para descubrir las diversas maneras como te manifiestas a mi lado

y no me permitas llamar ‘casualidad’ Tu Providencia...

Tú que mantuviste al anciano Simeón firme en la esperanza de ver al Mesías

no me dejes caer en el desánimo de creer en mi lógica limitada y pobre;

recuérdame siempre lo que dijo aquel ángel, que: ‘para Dios, no hay imposibles’.

Tú que descendiste sobre Jesús cuando Juan lo bautizaba

renueva los dones que me diste en mi Bautismo:

dame sabiduría para amoldar mi voluntad a la del Padre;

entendimiento para comprender cómo me habla Su Palabra

y dejar que sea lámpara para mis pasos, luz en mi sendero;

ciencia para emplear todo lo que me ha dado para construir el Reino;

consejo para usar criterios cristianos al resolver mis problemas y aconsejar a otros;

fortaleza para superar toda dificultad;

piedad para orientar mi vida hacia el Señor y privilegiar mis encuentros amorosos con Él

en la oración, en la Palabra, en los Sacramentos, en los hermanos;

y temor de Dios que no sea miedo sino temor de corresponder mal al amor que me tiene, temor de alejarme de Su lado, caer, perderme.

Espíritu Santo que condujiste a Jesús al desierto, llévame a mí también a descampado

a la cita contigo y ayúdame a superar las tentaciones que encuentre en el camino.

Jesús prometió que nos guiarías a la Verdad, lo explicarías todo, hablarías por nosotros.

Habítame, consuélame, sáname, exhórtame, levántame, condúceme,

intercede por mí que nunca sé pedir lo que conviene.

Tú que descendiste sobre los apóstoles y los hiciste salir a anunciar la Buena Nueva

en lenguas que todos pudieron comprender

derriba la torre de Babel que he construido para apartarme de los otros.

Anímame a demoler mi egoísmo, mi soberbia, mi indiferencia,

y dame la capacidad de hablar las lenguas siempre nuevas del amor, la tolerancia,

la fraternidad, la justicia, la verdad.

Preside lo que pienso, lo que digo, lo que hago

y líbrame de quedarme inmóvil al borde del camino.

Lánzame a ser Tu testigo y cólmame de los carismas que necesite para vivir, a partir de este día,

un Pentecostés que incendie cada instante de mi vida y renueve la faz de la tierra. AMÉN

miércoles, 26 de mayo de 2010

San Felipe Neri



"Un hombre sin oración es un animal sin razón"

"Quien quiera algo que no sea Cristo,
no sabe lo que quiere;
quien pida algo que no sea Cristo,
no sabe lo que pide;
quien no trabaje por Cristo,
no sabe lo que hace"

"Como es posible que alguien que cree en Dios
pueda amar algo fuera de Él".

"¿Oh Señor que eres tan adorable
y me has mandado a amarte,
por qué me diste tan solo un corazón
y este tan pequeño?"


San Felipe Neri

viernes, 21 de mayo de 2010

Pentecostés


Homilía de Benedicto XVI

Domingo 15 de mayo de 2005
Solemnidad de Pentecostés

El Espíritu Santo da el don de comprender. Supera la ruptura iniciada en Babel -la confusión de los corazones, que nos enfrenta unos a otros-, y abre las fronteras. El pueblo de Dios ahora se amplía hasta la desaparición de todas las fronteras. El nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, es un pueblo que proviene de todos los pueblos. La Iglesia, desde el inicio, es católica, esta es su esencia más profunda.

San Pablo explica y destaca esto, cuando dice: "Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu" (1 Co 12, 13). La Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que ya es: debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas. En ella no puede haber ni olvidados ni despreciados. En la Iglesia hay sólo hermanos y hermanas de Jesucristo libres.

El viento y el fuego del Espíritu Santo deben abrir sin cesar las fronteras que los hombres seguimos levantando entre nosotros; debemos pasar siempre nuevamente de Babel, de encerrarnos en nosotros mismos, a Pentecostés. Por tanto, debemos orar siempre para que el Espíritu Santo nos abra, nos otorgue la gracia de la comprensión, de modo que nos convirtamos en el pueblo de Dios procedente de todos los pueblos; más aún, san Pablo nos dice: en Cristo, que como único pan nos alimenta a todos en la Eucaristía y nos atrae a sí en su cuerpo desgarrado en la cruz, debemos llegar a ser un solo cuerpo y un solo espíritu.

La segunda imagen del envío del Espíritu Santo, que encontramos en el evangelio, es mucho más discreta. Pero precisamente así permite percibir toda la grandeza del acontecimiento de Pentecostés. El Señor resucitado, a través de las puertas cerradas, entra en el lugar donde se encontraban los discípulos y los saluda dos veces diciendo: "La paz con vosotros".

Nosotros cerramos continuamente nuestras puertas; continuamente buscamos la seguridad y no queremos que nos molesten ni los demás ni Dios. Por consiguiente, podemos suplicar continuamente al Señor sólo para que venga a nosotros, superando nuestra cerrazón, y nos traiga su saludo. "La paz con vosotros": este saludo del Señor es un puente, que él tiende entre el cielo y la tierra. Él desciende por este puente hasta nosotros, y nosotros podemos subir por este puente de paz hasta él.

Por este puente, siempre junto a él, debemos llegar también hasta el prójimo, hasta aquel que tiene necesidad de nosotros. Precisamente abajándonos con Cristo, nos elevamos hasta él y hasta Dios: Dios es amor y, por eso, el descenso, el abajamiento que nos pide el amor, es al mismo tiempo la verdadera subida. Precisamente así, al abajarnos, al salir de nosotros mismos, alcanzamos la altura de Jesucristo, la verdadera altura del ser humano.

Al saludo de paz del Señor siguen dos gestos decisivos para Pentecostés; el Señor quiere que su misión continúe en los discípulos: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21).
Después de lo cual, sopla sobre ellos y dice: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 23). El Señor sopla sobre sus discípulos, y así les da el Espíritu Santo, su Espíritu. El soplo de Jesús es el Espíritu Santo.

Aquí reconocemos, ante todo, una alusión al relato de la creación del hombre en el Génesis, donde se dice: "El Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida" (Gn 2, 7). El hombre es esta criatura misteriosa, que proviene totalmente de la tierra, pero en la que se insufló el soplo de Dios. Jesús sopla sobre los Apóstoles y les da de modo nuevo, más grande, el soplo de Dios. En los hombres, a pesar de todos sus límites, hay ahora algo absolutamente nuevo, el soplo de Dios. La vida de Dios habita en nosotros. El soplo de su amor, de su verdad y de su bondad.

Así, también podemos ver aquí una alusión al bautismo y a la confirmación, a esta nueva pertenencia a Dios, que el Señor nos da. El texto del evangelio nos invita a vivir siempre en el espacio del soplo de Jesucristo, a recibir la vida de él, de modo que él inspire en nosotros la vida auténtica, la vida que ya ninguna muerte puede arrebatar.

Al soplo, al don del Espíritu Santo, el Señor une el poder de perdonar. Hemos escuchado antes que el Espíritu Santo une, derriba las fronteras, conduce a unos hacia los otros. La fuerza, que abre y permite superar Babel, es la fuerza del perdón. Jesús puede dar el perdón y el poder de perdonar, porque él mismo sufrió las consecuencias de la culpa y las disolvió en las llamas de su amor. El perdón viene de la cruz; él transforma el mundo con el amor que se entrega. Su corazón abierto en la cruz es la puerta a través de la cual entra en el mundo la gracia del perdón. Y sólo esta gracia puede transformar el mundo y construir la paz.

En este saludo del Señor podemos vislumbrar también una referencia al gran misterio de la fe, a la santa Eucaristía, en la que él se nos da continuamente a sí mismo y, de este modo, nos da la verdadera paz.


Todos nosotros estamos insertados en la red de la obediencia a la palabra de Cristo, a la palabra de aquel que nos da la verdadera libertad, porque nos conduce a los espacios libres y a los amplios horizontes de la verdad. Precisamente en este vínculo común con el Señor podemos y debemos vivir el dinamismo del Espíritu. Como el Señor salió del Padre y nos dio luz, vida y amor, así la misión debe ponernos continuamente en movimiento, impulsarnos a llevar la alegría de Cristo a los que sufren, a los que dudan y también a los reacios.

Por último, está el poder del perdón. El sacramento de la penitencia es uno de los tesoros preciosos de la Iglesia, porque sólo en el perdón se realiza la verdadera renovación del mundo. Nada puede mejorar en el mundo, si no se supera el mal. Y el mal sólo puede superarse con el perdón. Ciertamente, debe ser un perdón eficaz. Pero este perdón sólo puede dárnoslo el Señor. Un perdón que no aleja el mal sólo con palabras, sino que realmente lo destruye. Esto sólo puede suceder con el sufrimiento, y sucedió realmente con el amor sufriente de Cristo, del que recibimos el poder del perdón.

Finalmente, os recomiendo el amor a la Madre del Señor. Haced como san Juan, que la acogió en lo más íntimo de su corazón. Dejaos renovar constantemente por su amor materno. Aprended de ella a amar a Cristo. Que el Señor bendiga vuestro camino. Amén.