miércoles, 30 de mayo de 2007

José Manuel Estrada (1842-1894)

F.V.D.


Nació en buenos Aires el 13 de julio de 1842 y fue uno de los más destacados intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX, además de ser quizás el orador más eminente de nuestro país durante esos años. Historiador por vocación y de formación autodidacta, católico combativo, periodista y político encumbrado, Estrada se erige en uno de los representantes más genuinos del pensamiento argentino a comienzos del período moderno.

Los datos relativos a su biografía destacan que Estrada quedó huérfano a muy temprana edad, y que de su educación se hizo cargo su abuela, Carmen de Liniers. Su primer maestro fue Manuel Pintos, y su educación formal la desarrolló en el Colegio de San Francisco, donde aprendió filosofía, teología, religión y humanidades. A través de esta enseñanza, Estrada se formó como un férreo católico, al punto que sería la defensa de este dogma la que lo llevaría a destacar como político.

En 1858, cuando finalizó con sus estudios primarios, recibió un premio en el concurso de historia del Liceo Literario, por su obra relativa al descubrimiento de América. Este estímulo fue suficiente para que orientara su formación autodidacta a los asuntos históricos, que a la postre lo convertiría en uno de los más destacados historiadores argentinos. Por esa época, además, Estrada comienza su actividad como periodista, como redactor de La Guirnalda, Las Novedades y La Paz.

Incorporada Buenos Aires a la Confederación, adhirió a la Constitución Nacional, y publicó el opúsculo Signun Foederis (El signo de la Confederación), que se convirtió en su profesión de fe religiosa, nacional y política. Poco después, en 1861, publicó El génesis de nuestra raza, una obra polémica en la que replicaba al profesor Gustavo Minelli, quien había levantado banderas anticatólicas. Al año siguiente publicó otra réplica, llamada El catolicismo y la democracia en la que respondía a Francisco Bilbao, quien sostenía la incompatibilidad de la democracia y la religión.

En 1865, Estrada presentó su primera obra decididamente histórica (Ensayo histórico sobre la revolución de los comuneros del Paraguay en el siglo XVIII), y comenzó a escribir la Historia de la Provincia de Misiones (obra que dejaría inconclusa). Un año después, en 1866, se inició en la docencia, en la Escuela Normal, donde desarrollaría unas muy famosas Lecciones sobre la Historia de la República Argentina, compiladas luego en un libro que publicó la Revista Argentina, y que es quizás el primero de la historiografía nacional. (La Revista Argentina era una creación suya, y por él fue dirigida durante dos períodos: 1868 a 1872, y entre 1880 y 1882.)
Por entonces, Estrada gozaba ya de un profundo reconocimiento, a pesar de sus juventud. Tanto, que Sarmiento lo nombró Secretario de Relaciones Exteriores, y le encargó la enseñanza de Instrucción Cívica en el Colegio Nacional, donde ya enseñaba filosofía. Poco después, en 1869, fue nombrado Jefe del Departamento General de Escuelas, cargo en el que permaneció sólo un año.

Comenzó su actividad política en 1871, cuando formó parte de la Convención Provincial Constituyente, encargada de redactar y sancionar la Constitución provincial de 1874. En 1873, fue elegido diputado por Buenos Aires. En ese año, además, fundó el periódico El Argentino, en el que publicaría varios estudios históricos.

En 1874, Estrada se hizo cargo de la Dirección de Escuelas Normales, y del Decanato de la recién creada Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es de destacar este altísimo honor, teniendo en cuenta que Estrada no tenía título profesional alguno, pese a ser un intelectual de primer orden dentro del panorama del pensamiento argentino de la época.

Dictó, también, clases de Derecho Constitucional y Administrativo en la Facultad de Derecho. Algunos de estos cursos, sobre el sistema federal argentino, el régimen municipal o la libertad de sufragio, fueron magistrales. Las versiones taquigráficas de dichas clases fueron posteriormente compiladas en la obra Curso de Derecho Constitucional.

Esta faceta de publicista, además de docente y buen orador, sería una de las más destacables de su actuación pública. Siendo Rector del Colegio Nacional (entre 1876 y 1888), Estrada pronunció discursos memorables. Por ejemplo, el del 24 de abril de 1877, que versaba sobre La tiranía de Rosas, fue realmente apoteótico, hasta el punto que, al cabo de la conferencia, los alumnos y docentes lo siguieron en manifestación por las calles céntricas hasta que llegaron al pie de la estatua de San Martín. Allí, Adolfo Mitre, en nombre de los alumnos, debió improvisar un discurso expresando su emoción.


A partir de 1880, no obstante su labor docente, Estrada debió ocuparse de asuntos que le merecían mayor atención. Transcurría la primera presidencia de Julio A. Roca, y en el país se vislumbraba una fuerte corriente de pensamiento anticatólico. Estrada comenzó entonces una lucha publicística sin cuartel en defensa del catolicismo, ya desde el periodismo, ya desde la tribuna. Se discutía entonces la exclusión de la enseñanza católica de las escuelas, la ley de matrimonio civil y otra legislación que era considerada por los católicos como un atentado contra la Iglesia. Estrada fue elegido presidente de la Asociación Católica y fundó en 1882 el diario La Unión desde donde mantuvo una lucha constante contra los liberales.

Estos conseguían triunfos, como la consagración de la enseñanza laica, sancionada por el Congreso Pedagógico de 1882 y tratada en la Cámara de Diputados de la Nación en julio de 1883. Estrada, mientras tanto, realizaba giras proselitistas por el interior, celebrando congresos católicos y lanzando sus más furibundas diatribas contra el Gobierno. En represalia, fue separado de todos sus cargos públicos, aunque no pudieron callarlo. En 1884, la Primera Asamblea de Católicos Argentinos tuvo una concurrencia excepcional y gestó una alianza política en defensa de las ideas católicas. Estrada fue elegido diputado nacional. En el Congreso, pronunció discursos llenos de vigor expositivo y que fueron centrales en varios debates, especialmente los que enmarcaron el tratamiento de la Ley de Matrimonio Civil, sancionada finalmente en 1888.


Luego de apoyar el gobierno de Juárez Celman, Estrada se incorporó a la Unión Cívica. En abril de 1890, mientras pronunciaba un discurso en el Frontón de Buenos Aires, sufrió una descompensación que le obligó a retirarse por un tiempo de la vida pública. La revolución radical de julio lo encontró en Rosario de la Frontera, donde se hallaba descansando y reponiéndose. De inmediato, viajó a Buenos Aires y tomó parte de las gestiones políticas que siguieron a la fallida revolución.

Comandando las fuerzas políticas católicas, apoyó la candidatura de Luís Sáenz Peña, quién en agradecimiento le ofreció el cargo de Ministro. Rehusó ese cargo, pero aceptó el de Ministro plenipotenciario en Paraguay, función en la que permanecería durante un año. En septiembre de 1894, la enfermedad lo venció y falleció en la capital paraguaya. Murió en Asunción (Paraguay) el 17 de septiembre de 1894.

lunes, 28 de mayo de 2007

Tedeum 2007

La Nacion 25 de mayo

El obispo de Mendoza pidió "fidelidad a la democracia"

Ante el Presidente, advirtió que no se debe convertir esa forma de gobierno "en un totalitarismo visible o encubierto"

El presidente Néstor Kirchner, junto a todo su gabinete, participó esta mañana del tradicional Tedeum por el 197 aniversario de la revolución de Mayo en la provincia de Mendoza.

En una homilia de poco más de diez minutos, el obispo de San Rafael, Eduardo María Taussig, pidió "fidelidad a la democracia" y agradeció a Dios "por estar a las puertas de nuevas elecciones", en alusión a los comicios del 28 de octubre. Se refirió además a la búsqueda de una "democracia real".

Enmarañado entre fotógrafos y camarógrafos, Kirchner y la primera dama, Cristina Fernández, entraron a una repleta basílica de San Francisco. Los acompañaba, de cerca, el gobernador mendocino, Julio Cobos, y su esposa.

De traje gris oscuro, camisa blanca, corbata celeste y escarapela, Kirchner se sentó en primera fila junto a la primera dama, que vestía una pollera blanca, y un saco negro y blanco con lentejuelas. Nunca soltó su brillante cartera. Del otro lado, en la primera fila se sentaron Cobos y su mujer.


"Estimo, pues, oportuno dar gracias a Dios por estar a las puertas de nuevas elecciones en el ejercicio de nuestra democracia, y que, con los logros y las dificultades que hemos experimentado en estos años, consolidemos la vida sana de la República como un anhelo común", indicó Taussig en una parte de su homilía en relación a las próximas elecciones de octubre.

"Y no viene mal recordar a este respecto que recientemente, nuestro actual Sumo Pontífice [en referencia a Benendicto XVI], instaba a ´la fidelidad a la democracia, ya que es la única que puede garantizar la igualdad y los derechos de todos´", completó.

En lo que fue el momento más importante del discurso, Taussig dijo que la búsqueda de la verdad constituye la posibilidad de "una democracia real y no aparente". Luego, afirmó: "Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia".

Después hizo un fuerte llamado para incrementar los consensos y evitar que se perpetúen las diferencias. "De aquí la invitación a trabajar para que aumente el consenso en torno a un marco de referencias comunes. De lo contrario, el llamamiento a la democracia corre el riesgo de ser una mera formalidad de procedimiento, que perpetúa las diferencias y acentúa los problemas", dijo.

Durante todo el sermón, el Presidente se mostró inquieto. Nunca dejó de jugar con sus manos: las entrecruzó, se rascó el labio en varias oportunidades y unió la yema de los dedos en reiteradas ocasiones. La primera dama fue la antítesis de su marido: estuvo inmóvil durante toda la ceremonia. Ambos permanecieron serios y atentos a lo que Taussig decía.

El reemplazo. Taussig tuvo a su cargo la misa por la ausencia del arzobispo de Mendoza, monseñor José María Arancibia, quien participa en Brasil de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.

Arancibia integra la delegación de obispos argentinos que encabeza el presidente del Episcopado, cardenal Jorge Bergoglio, y que asiste en la localidad de Aparecida de la reunión episcopal latinoamericana hasta fines de mes.

En 2005, los festejos por la fiesta patria se realizaron en Santiago del Estero, donde el tedeum fue presidido por el entonces obispo local, monseñor Juan Carlos Maccarone y en 2006, la celeberación regresó a Buenos Aires y estuvo a cargo del cardenal Bergoglio.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Fray Mamerto Esquiú (1826-1883)

F.V.D.

Fray Mamerto Esquiú nació en la localidad de Piedra Blanca, Provincia de Catamarca, el 11 de mayo de 1826. Fue hijo de don Santiago Esquiú y Doña María de las Nieves Medina.

Le fue conferido el bautismo el 19 del mismo mes ya que el pequeño niño nació delicado de salud. Se le impuso el nombre de Mamerto de la Ascensión , en homenaje a San Mamerto, en cuya festividad había nacido, y el misterio de la ascensión del Señor, que ese año había caído el mismo día.

EL HÁBITO DE SAN FRANCISCO

En torno al año 1831, Mamerto continuaba estando en un estado de salud muy delicado. Sus padres, en la medida de sus posibilidades habían agotado todos los recursos de la ciencia médica. Doña María de las Nieves hizo entonces una promesa que sería de trascendental importancia en la vida de su ilustre hijo: vestir al niño con el hábito de San Francisco todos los días. El pequeño Mamerto se vio enteramente recuperado al poco tiempo. La madre, agradecida a su santo protector, se apresuró a cumplir su promesa, y como no tenía una tela apropiada, ni las facilidades suficientes como para conseguirla, pidió al padre franciscano que había bautizado a su hijo, un hábito viejo que ya no usara para refaccionarlo y que le quedara al niño. Este fue el primer hábito que Fray Mamerto Esquiú usó y el único ya que lo llevó desde los cinco años de edad hasta el día de su muerte. Podría decirse que había nacido para el hábito franciscano.

Esquiú amó desde ese momento la vestimenta de sarga cenicienta y pobre que identifica a los hijos de San Francisco de Asís, y no la dejó en toda su vida, ni siquiera siendo obispo. Se cuenta de él que, siendo niño pequeño, al verse despojado un día de su hábito de "frailecito" se echó a llorar y lloró y suplicó con lágrimas que se lo devolvieran. Siendo ya obispo, se gloriaba de llevarlo siempre y candorosamente decía: "Soy tal vez el único mortal que no ha llevado sobre sus carnes otra vestimenta que el hábito de San Francisco. Lo he llevado toda mi vida y espero ha de ser la última mortaja que cubra mis despojos, después de mi muerte. Todo lo que soy y lo que valgo, si es que valgo alguna cosa, lo debo, después de Dios, al hábito de mi padre San Francisco".

SU ORDENACIÓN SACERDOTAL

El día 31 de mayo de 1836, siendo aún un niño, ingresó definitivamente al Convento de San Francisco, el entonces huérfano de madre Mamerto Esquiú. Anteriormente había cursado estudios de latín y humanidades. Luego comenzó la asignatura de Filosofía. Desde el año 1841 al 43, hizo el curso de Teología y Derecho Canónico. terminó toda la carrera de sus estudios con notas sobresalientes, en todos los ramos, cuando sólo contaba la edad de 17 años y algunos meses.

Cinco años tuvo que esperar, después de terminar sus estudios, para recibir las órdenes sagradas y conseguir el sacerdocio, y habrían sido siete de no habérsele dispensado dos años. Su ordenación sacerdotal se efectuó el 18 de octubre de 1848.

ESQUIÚ COMO MAESTRO

Antes de ser ordenado sacerdote, el joven Esquiú por disposición de los superiores franciscanos se dedicó a la docencia. En el año 1844 es nombrado maestro de niños en la vieja escuela de San Francisco, que desde hacía treinta años era dirigida por el meritísimo educacionista de primera enseñanza, Fray José Archeverros. Poco tiempo después sus superiores le designan catedrático de Filosofía y Teología. En todos estos oficios brilló con luz propia, según los testimonios unánimes de sus contemporáneos, que aseguran que Esquiú fue uno de los mejores profesores de su tiempo. Dice otro contemporáneo suyo que "era un maestro bien formado por su ciencia, por su cultura, por su seriedad y discreción, se adelantó a las máximas de la pedagogía moderna" .

ESQUIÚ CONSTITUCIONALISTA

Corría el año 1853. Después de una larga y cruenta guerra civil, se promulgaba la Constitución y se preparaba el establecimiento de un orden, de paz y de progreso. En medio de la zozobra en que se había sancionado la nueva Constitución, se trataba ahora de serenar los espíritus, a pesar de los defectos que se señalaban, su pena de volver al desorden y a la anarquía. Cada provincia, al promulgarla, procura prestigiarla con la palabra autorizada de un orador de nota. El gobierno de Catamarca se dirige al Convento de San Francisco, y solicita al Padre Esquiú para predicar el sermón de circunstancia. El día 9 de julio de 1853, y ante las autoridades de toda la Provincia, Esquiú pronunció su célebre discurso. en ese sermón Esquiú dejó asentadas tantas verdades, enseñanzas tan luminosas y un cuerpo de doctrina jurídica y sociológica tan sólido, que muy bien pueden formarse de él y del otro discurso que pronunció al año siguiente que es su complemento, con motivo de la instalación de las autoridades nacionales, todo un trabajo de sociología cristiana y hasta de historia política.

El famoso sermón fue publicado por disposición de las autoridades de la Nación, dándole renombre al notable orador catamarqueño.

El gobierno de la Confederación Argentina solicitó datos biográficos del Padre Esquiú, y sus hermanos franciscanos, padres Achával y Pesado, escribieron lo siguiente: "Esquiú es un apóstol en el ejercicio de la Confesión e infatigable en la asistencia de los enfermos".

Con la precisa frase de San Pablo afirmaban: "Se hace todo para todos", significando que se daba íntegramente a los demás. Tenía 28 años y deseaba positivamente vivir "desconocido e ignorado".

EL OBISPO DE CÓRDOBA

Fray Mamerto Esquiú fue consagrado obispo de Córdoba el día 12 de diciembre de 1880, y tomó posesión de su sede episcopal el día 16 de enero del año siguiente. Siempre creyó no corresponderle la dignidad episcopal.

El mismo lo deja estampado en su diario personal. En la Catedral pronunció una breve homilía que causó honda impresión. Con humildad de santo, habló de sí para rebajarse. Jamás se había oído en Córdoba algo semejante. Preguntábase con enorme sinceridad; si el haber sido elevado a la dignidad de obispo sería para su salvación o su condenación. Proponía dedicarse por entero a su pueblo: "Me gusta la soledad y una vida retirada; sin embargo, mientras tenga fuerzas me veréis siempre inquieto de una a otra parte, solícito del bien de todos." Se juzgaba obligado a amarlos como hijos.

El primer año de gobierno, que fue de organización y de ejemplar actividad, lo pasó en la ciudad.

Todas las mañanas celebraba misa. Un día era en la capilla de la cárcel; otro en la del asilo de mendigos; otro, en el hospital. Su caridad le llevaba con preferencia hacia los más desgraciados y hacia los que más necesitaban de una palabra de amor. Su casa era una romería de gente de todas las clases sociales, esencialmente de pobres, a quienes repartía personalmente su dinero y limosnas. A veces llenaban el patio de su residencia y ocupaban las aceras y la calle. Los pobres no solían conformarse con el dinero y el pan que les repartían, sino que solicitaban su bendición y la palabra del Obispo. Muchas veces el pobrerío incomodaba a los vecinos, dando lugar a que su ferviente caridad fuera criticada.

El segundo año de gobierno lo dedicó a la campaña, llevando una vida verdaderamente apostólica y misionera a todos los curatos.
LA MUERTE DEL SIERVO DE DIOS

El Santo Obispo Esquiú falleció el día 10 de Enero de 1883, en la Posta “El Suncho” (Pcia. De Catamarca). Para ello nada mejor que hacer revivir las tristes noticias que daba la prensa de aquella época:
“Ha muerto no sólo un gran pastor, sino un gran hombre, que iluminó con sus prodigiosos talentos y con la luz de sus conocimientos profundos, el claustro, la Cátedra Sagrada [...] el humilde entre los humildes, que vivía más humildemente aún, ha expirado en un lugar humilde, solitario, privado de todo recurso, rodeado por el misterioso silencio del desierto” (El Eco de Córdoba, 12-1-1883).

“Los buenos se van y cuando los buenos se van es porque algo serio nos prepara la providencia para los malos” (El Ferrocarril, Mendoza, 31-3-1883).

“La humildad, la pobreza, el desinterés, la castidad, el sacrificio, el amor al prójimo, la obediencia; las privaciones y los dolores impuestos a su existencia física. Todo ese conjunto que ha prescripto el rito y que pocos tienen presente, estaba encarnado en el fraile catamarqueño” (El Diario de Buenos Aires, 31-1-1883)

lunes, 21 de mayo de 2007

Cumpleaños de nuestro Patrono 18 de mayo

F.V.D.
En honor a nuestro patrono Karol, y gracias a una gentileza de un amigo de todos nosotros como Fran Bellouard, aquí un pequeño homenaje de nuestro querido Juan Pablo II en su cumpleaños 87.
(ver con sonido)

"Dios se deja conquistar por el humilde y rechaza la arrogancia del orgulloso"

Karol Wojtyla

Ceferino Namuncurá (1886-1905)

F.V.D.

Nació en la reducción mapuche de Chimpay. Era hijo de Rosario Burgos (cautiva chilena) y del cacique Manuel Namuncurá, un célebre líder que luchó heroicamente, en la batalla del 5 de mayo de 1883 contra el Ejército Argentino comandado por el Gral. Julio A. Roca, y nieto del caudillo mapuche Calfucurá. Al año de edad, en 1887, Ceferino salva su vida milagrosamente de perecer ahogado en el Río Negro, mientras jugaba en sus orillas, ese mismo año, el 24 de diciembre en vísperas de Navidad, es bautizado por el misionero salesiano Padre Domingo Milanesio, gran defensor de los pueblos originarios. A los 11 años le pide a éste salesiano que lo lleve a estudiar para luego regresar y así poder enseñar a los de su pueblo.

Su padre, siendo el cacique de la nación mapuche, es elevado al rango de Coronel de la Nación y lo lleva a Buenos Aires siendo recibido por el General Luis María Campos, su amigo y entonces Ministro de Guerra y Marina. Ceferino ingresa en los talleres que la Armada tenía en la localidad de Tigre y permanece allí 3 meses, pero luego le escribe a su papá que lo saque porque no le gusta ese ambiente y esa profesión. El Coronel Manuel Namuncurá recurre a su amigo el Dr. Luis Sáenz Peña, ex presidente argentino, quien recomienda a Ceferino a los Salesiano. El 20 de septiembre de 1897 Ceferino es inscripto como alumno estudiante interno. Paulatinamente Ceferino se va adaptando al ambiente, se dedica en cuerpo y alma al estudio, aprende el idioma castellano y apasionadamente el catecismo. Es un excelente, divertido y paciente compañero. El 8 de septiembre de 1898 Ceferino recibe la Primera Comunión y, un año más tarde el 5 de noviembre de 1899, recibe el Sacramento de la Confirmación en la Iglesia Parroquial de San Carlos de manos de Monseñor Gregorio Romero. Una de las curiosidades en la vida de Ceferino Namuncurá es que él y Carlos Gardel eran amigos y alumnos internos del colegio salesiano Pío IX, ambos integraron el coro, cantaron juntos en la capilla y en actos culturales.

A principios de 1902 su salud comienza a deteriorarse y por los estudios que le realizan encuentran que contrajo tuberculosis. Monseñor Cagliero entonces, decide trasladarlo a Viedma, con la esperanza de que los aires nativos ayuden a recuperar la salud. Sin más, a comienzos de 1903, en el colegio "San Francisco de Sales" de Viedma comienza su estudio secundario como aspirante salesiano. El sacerdote médico Evasio Garrone juntamente con el enfermero del hospital el Beato Artémides Zatti cuidan de Ceferino. El 19 de julio de 1904 con 17 años, Ceferino es trasladado a Turín, Italia por Monseñor Cagliero, los salesianos pensaron que allá recuperaría la salud y podría continuar sus estudios de sacerdocio.

Estudia en el colegio salesiano de "Villa Sora" (Frascati, Roma). En Turín, el Beato Miguel Rua, el primer sucesor de San Juan Bosco, conversa varias veces por semana con el buen indiecito, pero el acontecimiento de su vida fue el 27 de septiembre de 1904, Ceferino visita al Papa Pío X, junto con Monseñor Cagliero, los sacerdotes José Vespignani y Evasio Garrone y otros salesianos. A Ceferino le encomendaron la tarea de pronunciar un breve discurso con unas emocionadas palabras y obsequia al Papa un Quillango Mapuche. Pío X se conmueve, lo bendice y le obsequia la medalla destinada a los príncipes.

En marzo de 1905, la tuberculosis hace estragos en la salud de Ceferino y la cruel enfermedad avanza inexorablemente. Es internado en el Hospital de los Hermanos de San Juan de Dios y es atendido dos veces al día por el Dr. José Lapponi - médico personal de los Papas León XIII y Pío X. Un 11 de mayo de ese mismo año muere a los 18 años de edad Ceferino Namuncurá acompañado por Monseñor Cagliero a quién dijo sus últimas palabras: "¡ Bendito sea Dios y María Santísima!, Basta que pueda salvar mi alma, y en los demás que se haga la santa voluntad de Dios". Sus exequias fueron muy humildes, como su vida lo fue, enterrado el día posterior a su fallecimiento en el cementerio popular de Roma, en Campoverano, con la presencia de pocos salesianos y compañeros de estudio bajo el amparo de una simple cruz de madera con su nombre señala el lugar en que yacen sus restos.

En 1924 los restos de Ceferino Namuncurá son repatriados por orden del presidente Marcelo T. de Alvear y llevados al cementerio de Fortín Mercedes. En 1930 sacerdote Luís J. Pedemonte comienza a propagar las virtudes y la devoción al "Indiecito Santo" con lo cual recoge y publica abundantes testimonios de gracias recibidas por aquellos que lo rezaban y lo conocieron. El 2 de mayo de 1944 se inicia la Causa de Beatificación y el 3 de marzo de 1957 el Papa Pío XII aprueba la introducción de la Causa de Beatificación de Ceferino Namuncurá. Quince años más tarde el 22 de junio de 1972 el Papa Pablo VI lo declara Venerable. Fue el primer argentino que llegó a esa altura de santidad, y hoy en día, se está estudiando su pronta beatificación. Desde 1991 sus restos descansan en el Santuario de María Auxiliadora de Fortín Mercedes.

En diciembre de 2006, la Santa Sede aprobó el primer milagro para su causa de beatificación.

miércoles, 16 de mayo de 2007

El cristiano no puede renunciar a la Verdad

F.V.D.



Síntesis de la conferencia pronunciada por el cardenal Paul Poupard, Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, en la Fundación Universitaria Española


Es indudable que nos hallamos ante un momento de cambio. Ya el Concilio Vaticano II, hace cuarenta años, reconocía que la humanidad vive un período nuevo de la Historia. El proceso de cambio no ha dejado de acelerarse. La pregunta que surge inevitablemente es si, en este nuevo escenario que se avecina, habrá sitio para la Iglesia. Ya Guardini, en 1950, diagnosticaba: La soledad de la fe será terrible. La actitud más frecuente suele ser la de aquellos que el Beato Juan XXIII denominaba profetas de desventuras, quienes creen ver sólo males y ruinas en la situación de la sociedad actual. San Agustín, con su habitual perspicacia, corregía a sus contemporáneos: Es verdad que encuentras hombres que protestan de los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también entonces protestarían.

No tiene sentido andar comparando los tiempos presentes con los pasados. En lugar de lamentarse, la Iglesia ha reaccionado siempre con un gesto audaz, lanzándose a evangelizar los tiempos nuevos que le ha sido dado vivir. En su apertura al mundo de hoy, no ha hecho sino un poderoso esfuerzo de discernimiento para tratar de acoger cuanto de bueno y positivo ha creado nuestro mundo, recorriendo a veces caminos lejanos de la Iglesia. No significa la renuncia a la pretensión de Verdad, a la que la Iglesia no puede renunciar, sino al contrario, reconocer que en el hombre, aun herido por el pecado original, resplandece siempre algo de la imagen que Dios ha impreso en él. Se trata de recomponer una fractura profunda y de conjugar valores aparentemente antitéticos: libertad y verdad, ciencia y sabiduría, individualismo y solidaridad. Tan fácil como la condena apriorística de la modernidad es el riesgo de una integración total, de una rendición sin condiciones a la modernidad en la que el cristianismo renuncia a principios y criterios para hacerse aceptar de la sociedad moderna.

Agotado el proyecto de la modernidad, el cristianismo constituye la única fuerza capaz de ayudar a superar los peligros del irracionalismo y del nihilismo. La Iglesia ha venido así a encontrarse en la paradójica situación de salvadora de la modernidad. Parece que se cumple la famosa observación del sociólogo norteamericano Peter Berger: Quien se desposa con el espíritu de los tiempos, bien pronto se quedará viudo.

Si hay una palabra que pueda sintetizar el espíritu de la post-modernidad, sin duda sería light. La distancia que va de la época precedente a la nuestra es la que separa dos mascotas: Milú, el perro de Tintín, intrépido, generoso hasta la temeridad, y Snoopy, tendido siempre sobre su caseta, ocupado en sus problemas. O, quizá, mejor aún: la diferencia que va de ambos canes a los pokémon, la desaparición de toda belleza, la caída en el nihilismo total.


SIETE GRANDES DESAFÍOS

Creo que podemos identificar siete grandes desafíos para la Iglesia en este comienzo de milenio.
- El desafío de la verdad frente al pensamiento débil. La post-modernidad se caracteriza por la aparición de una nueva racionalidad. La razón autónoma, privada de la ayuda de la fe, ha recorrido caminos que han conducido a Auschwitz y al Gulag. El cristiano no puede renunciar al anuncio de la verdad, convencido de que la necesidad más radical del hombre es saciar el hambre de verdad, y que la peor forma de corrupción es la intelectual, que aprisiona la verdad en la injusticia, llamando al mal, bien, e impidiendo el conocimiento de la realidad tal y como es. ¿Cómo hablar de verdad a una cultura que aborrece instintivamente conceptos y palabras fuertes? Éste es el desafío que tenemos planteado, para el que yo no veo más solución que proponer, no ya la verdad, sino una cultura de la verdad, hecha de inmenso respeto y acogida hacia la realidad, traducida en respeto hacia la persona, que es la forma eminente de lo real.

- Anunciar a Jesucristo en la era del New Age. Íntimamente vinculado al desafío anterior está el que constituye anunciar a Jesucristo en una era de religiosidad salvaje. Se ha hablado mucho en los últimos tiempos del retorno de Dios, como si Dios hubiera estado alguna vez lejos del mundo y del hombre. La cuestión no está en saber si nuestro tiempo creerá o no, sino en qué creerá. Umberto Eco, nada sospechoso de beatería, tiene razón cuando cita al gran Chesterton para describir la paradoja actual: Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no es que no crean en nada. Creen en cualquier cosa. Se trata del regreso de una religiosidad salvaje, que el cardenal Lehmann ha definido teoplasma, una especie de plastilina religiosa a partir de la cual cada uno se fabrica sus dioses a su propio gusto, adaptándolos a las necesidades propias.

¿Cómo anunciar en medio de este magma religioso, en el gran supermercado del bricolaje religioso, a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre? Aquí es donde se requiere toda la audacia del evangelizador, recordando las palabras, hoy más actuales que nunca, de Juan XXIII: Una cosa es el depósito mismo de la fe, o las verdades contenidas en nuestra doctrina, y otra el modo en que éstas se enuncian, conservando, sin embargo, idéntico sentido y alcance.

El diálogo interreligioso está hecho de respeto, tejido con amorosa paciencia; no se cansa ni se deja vencer ante los primeros reveses; nunca puede reemplazar el anuncio explícito de Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida. Es necesario evitar que degenere en sincretismo. Donde todo vale lo mismo, en definitiva nada vale nada. El diálogo no puede sustituir a la misión, ni convertirse en un consenso de mínimos. Como actividad inteligente, según la llamaba Pablo VI, es un camino hacia la verdad, a la que se llega a través de la experiencia del encuentro entre personas. Por eso, en realidad, creo que más que de diálogo entre religiones, habría que hablar de diálogo entre religiosos. El diálogo no puede nunca renunciar a presentar a Jesucristo buscando hacerse aceptar más fácilmente, ni escamotear el misterio, pensando que es un escollo en la predicación.



HOMBRE Y GLOBALIZACIÓN

- El tercer gran desafío de nuestra época tiene como objeto directamente al hombre. Hemos llegado al borde de los escenarios futuristas descritos por Aldous Huxley, hace más de 60 años, en Un mundo feliz, donde los seres humanos son producidos, sometidos a precisos controles de cualidad, y ya no engendrados. El hastío producido por el desarrollo implacable de la técnica, que invade todos los dominios de la vida humana, no ha logrado impedir la difusión de una mentalidad que considera al hombre como objeto, y no como sujeto. En un mundo así, los débiles, los enfermos, los ancianos, los que no poseen un cuerpo hermoso, están destinados a una progresiva marginación. La aprobación de la eutanasia activa en Holanda es sólo el primer paso.

Está, por otra parte, la desintegración del modelo familiar: cada uno configura su propia orientación y comportamiento sexual libremente. Inútil decir que para la Iglesia se trata de un desafío epocal. La desintegración de la persona, irá dejando a los bordes del camino seres maltrechos y heridos, a quienes la Iglesia habrá de recoger con infinito amor. Nos hallaremos cada vez más con más personas que han sufrido un proceso de maduración personal deficiente, marcados por profundas carencias afectivas y emotivas. Acaso niños creados en laboratorio, a quienes no dejaremos de acoger, aun cuando denunciemos a quienes recurren a las técnicas de clonación para traerlos al mundo.

- ¿Cómo ser cristiano en un mundo globalizado? El juicio acerca de la globalización ha de ser prudente. Contiene elementos muy positivos, que facilitarán enormemente el intercambio entre pueblos diversos, y también —¿por qué no?— el anuncio del Evangelio. El riesgo es el de una homogenización, no sólo lingüística, diseñada por unos pocos y difundida a través de medios de comunicación potentísimos que lo invaden todo, que sería una amenaza para la libertad. Para la Iglesia, el compromiso principal en la hora actual está en la defensa de los débiles, especialmente de los nuevos esclavos que la globalización está produciendo. Según datos recientes, se calcula que, para el año 2050, un país como España tendrá cerca de 13 de millones de trabajadores extranjeros. Estamos ante un proceso de cambio social y cultural de incalculables proporciones. ¿Sabrá la Iglesia estar al lado de los nuevos esclavos del siglo XXI?

- Otro gran compromiso de la hora actual: la presencia de la Iglesia en una sociedad multicultural y pluralista. El respeto a la identidad cultural de los recién llegados no puede ponerse en discusión. Este derecho es correlativo al respeto por la identidad cultural del pueblo de acogida, que no puede menospreciarse en aras de una mal entendida tolerancia. El Santo Padre nos exige ser, a la vez, audaces en el diálogo intercultural, sin renunciar a la propia identidad. De todas las necesidades del alma humana —escribe Simone Weil—, ninguna es tan vital como el pasado, que no consiste en querer vivir en otra época, sino en conservar un vínculo y escapar a la tiranía del presente. Cuando en la base del modelo pluralista existe únicamente una concepción relativista de los valores, la democracia se ve amenazada en sus mismos fundamentos. Nuestras democracias en Europa están enfermas, precisamente por su patética desvinculación del sistema de referencia a partir del cual han sido engendradas. Es urgente devolver un alma a nuestras democracias, propiciar un profundo rearme ético que tenga en cuenta sus raíces profundas.

- La revolución informática, la llamada tercera revolución, está transformando a marchas agigantadas nuestro modo de acceso al mundo. Paul Ricoeur, el infatigable buscador del sentido de las cosas, hace un diagnóstico implacable del mal de nuestro tiempo: Hay una hipertrofia de los medios y una atrofia de los fines. Hay demasiados medios para los escasos y raquíticos fines que se proponen en nuestra sociedad.
- La tutela del medio ambiente. Hay una nueva conciencia ecológica, llena de incoherencias, pues al mismo tiempo que nos preocupa la contaminación y pérdida de ambientes naturales, y soñamos con el encanto de una vida en contacto con la naturaleza, estamos dispuestos a hacer bien poco por renunciar a las comodidades responsables del desgaste medioambiental. Para la Iglesia, esta nueva conciencia ecológica es un desafío y una oportunidad.

LA RESPUESTA DE LA IGLESIA

¿Cómo aprovechar las nuevas circunstancias para anunciar a los hombres a Jesucristo? Habría que decir con Lacordaire: amándolos. Sólo hombres y mujeres reconstruidos interiormente podrán dar nueva vida a la Iglesia. Antes que preguntarnos por la adopción de nuevas estrategias, la creación de nuevas estructuras, tenemos todos que hacer una humilde confesión de culpa y emprender el camino de la propia conversión.

Quisiera apuntar una tarea que me parece de capital importancia: es necesario un compromiso valiente, creativo y decidido en el campo de la cultura. Ha habido una deserción de los católicos del campo de la cultura, del arte y de la creación literaria, abandonándolos a posiciones y modelos antropológicos deficientes. La Iglesia en Europa, y España no constituye una excepción, ha conocido un desfondamiento intelectual como no padecía desde hace tiempo, y se encuentra desprovista de figuras capaces de ofrecer una respuesta cultural alternativa. No se trata de encerrarse en una cultura de ghetto, cerrada u hostil a la cultura ambiente, sino de asumir con decisión la cultura de nuestro tiempo para transformarla desde dentro. No se trata de crear centros de cultura católica, sino centros católicos de cultura. Lo que Jacques Maritain llamaba minorías proféticas de choque, capaces de difundir con eficacia un nuevo estilo de vida.

No sabemos si nos aguarda una nueva era martirial, o si conoceremos una nueva primavera de fe. En cada generación la fe es la semilla de mostaza insignificante y siempre amenazada. Cuenta, sin embargo, con la presencia de su Salvador y del Espíritu. La Iglesia continúa su camino sin perder la esperanza. El fallo de muchos cristianos es esperar poco.

sábado, 12 de mayo de 2007

Mensaje del Papa a todos nosotros

F.V.D.

Finalmente, Benedicto XVI pidió que los políticos "asuman plenamente sus propias responsabilidades y sepan dar un rostro humano y solidario a la economía". Y subrayó la necesidad de "formar en la clase política y empresarial un verdadero espíritu de veracidad y honestidad" -frase que generó un fuerte aplauso-, para que todas las personas que ocupan puestos de responsabilidad sepan prever "las consecuencias sociales, directas o indirectas, a corto o largo plazo, de sus propias decisiones, actuando según criterios de maximización del bien común en vez de buscar beneficios personales".

viernes, 11 de mayo de 2007

DISCURSO DE BENEDICTO XVI DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES EN EL ESTADIO PACAEMBU

F.V.D


Fragmentos sin logica de continuidad,

¡Queridos jóvenes! ¡Queridos amigos y amigas!«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres […] luego ven, y sígueme.» (Mt 19,21).

Nunca podemos decir basta, pues la caridad de Dios es infinita y el Señor nos pide, o mejor, nos exige ensanchar nuestros corazones para que en ellos quepa siempre más amor, más bondad, más comprensión por nuestros semejantes y por los problemas que envuelven no sólo la convivencia humana, sino también la efectiva preservación y conservación de la naturaleza, de la cual todos hacemos parte.

Hoy quiero con vosotros reflexionar sobre el texto de San Mateo (19, 16-22), que acabamos de oír. Habla de un joven. Él vino corriendo al encuentro de Jesús, merece que se destaque su ansia. En este joven veo a todos vosotros.

Jesús es el único capaz de darnos una respuesta, porque es el único que puede garantizar la vida eterna. Por eso también es el único que consigue mostrar el sentido de la vida presente y darle un contenido de plenitud.

El testimonio vale más que la ciencia, o sea, es la propia ciencia aplicada. No nos son impuestos de fuera, ni disminuyen nuestra libertad. Por el contrario: constituyen impulsos internos vigorosos, que nos llevan a actuar en esta dirección. En su base está la gracia y la naturaleza, que no nos dejan inmóviles. Necesitamos caminar. Somos lanzados a hacer algo para realizarnos nosotros mismos. Realizarse, a través de la acción, en verdad, es volverse real. Nosotros somos, en gran parte, a partir de nuestra juventud, lo que nosotros queremos ser. Somos, por así decir, obra de nuestras manos.

Los años estáis viviendo son los años que preparan vuestro futuro. El “mañana” depende mucho de cómo estéis viviendo el “hoy” de la juventud. Ante los ojos, mis queridos jóvenes, tenéis una vida que deseamos que sea larga; pero es una sola, es única: no la dejéis pasar en vano, no la desperdiciéis. Vivid con entusiasmo, con alegría, pero, sobretodo, con sentido de responsabilidad.

Pero mirándoos a vosotros, jóvenes aquí presentes, que irradiáis alegría y entusiasmo, asumo la mirada de Jesús: una mirada de amor y confianza, en la certeza de que vosotros encontrasteis el verdadero camino. Sois jóvenes de la Iglesia, por eso yo os envío para la gran misión de evangelizar a los jóvenes y a las jóvenes que andan errantes por este mundo, como ovejas sin pastor. Sed los apóstoles de los jóvenes, invítenlos a que vengan con vosotros, a que hagan la misma experiencia de fe, de esperanza y de amor; se encuentren con Jesús, para que se sientan realmente amados, acogidos, con plena posibilidad de realizarse. Que también ellos y ellas descubran los caminos seguros de los Mandamientos y por ellos lleguen hasta Dios.

Sed hombres y mujeres libres y responsables; haced de la familia un foco irradiador de paz y de alegría; sed promotores de la vida, desde el inicio hasta su final natural; amparad a los ancianos, pues ellos merecen respeto y admiración por el bien que os hicieron. El Papa también espera que los jóvenes busquen santificar su trabajo, haciéndolo con capacidad técnica y con laboriosidad, para contribuir al progreso de todos sus hermanos y para iluminar con la luz del Verbo todas las actividades humanas (cf. Lumen Gentium, N. 36). Pero, sobretodo, el Papa espera que sepan ser protagonistas de una sociedad más justa y más fraterna, cumpliendo las obligaciones ante al Estado: respetando sus leyes; no dejándose llevar por el odio y por la violencia; siendo ejemplo de conducta cristiana en el ambiente profesional y social, distinguiéndose por la honestidad en las relaciones sociales y profesionales. Tengan en cuenta que la ambición desmedida de riqueza y de poder lleva a la corrupción personal y ajena; no existen motivos para hacer prevalecer las propias aspiraciones humanas, sean ellas económicas o políticas, con el fraude y el engaño.

Concluyendo, existe un inmenso panorama de acción en el cual las cuestiones de orden social, económica y política ganan un particular relieve, siempre que tengan su fuente de inspiración en el Evangelio y en la Doctrina Social de la Iglesia La construcción de una sociedad más justa y solidaria, reconciliada y pacífica; la contención de la violencia y las iniciativas que promuevan la vida plena, el orden democrático y el bien común y, especialmente, aquellas que llevan a eliminar ciertas discriminaciones existentes en las sociedades latinoamericanas y no son motivo de exclusión, sino de recíproco enriquecimiento.

Buscad resistir con fortaleza a las insidias del mal existente en muchos ambientes, que os lleva a una vida disoluta, paradójicamente vacía, al hacer perder el bien precioso de vuestra libertad y de vuestra verdadera felicidad. El amor verdadero “buscará siempre más la dicha del otro, se preocupará cada vez más de él, se donará y deseará existir para el otro” (Ib. N. 7) y, por eso, será siempre más fiel, indisoluble y fecundo.

Para ello, contáis con la ayuda de Jesucristo que, con su gracia, hará esto posible (cf. MT 19,26). La vida de fe y de oración os conducirá por los caminos de la intimidad con Dios, y de la comprensión de la grandeza de los planes que Él tiene para cada uno. “Por amor del reino de los cielos” (ib., 12), algunos son llamados a una entrega total y definitiva, para consagrarse a Dios en la vida religiosa, “eximio don de la gracia”, como fue definido por el Concilio Vaticano II (Decr. Perfectae caritatis, n.12).

Pero el Evangelio nos refiere que ese joven se entristeció con la invitación. Se alejó abatido y triste. Este episodio nos hace reflexionar una vez más sobre la riqueza de la juventud. No se trata, en primer lugar, de bienes materiales, sino de la propia vida, con los valores inherentes a la juventud. Proviene de una doble herencia: la vida, transmitida de generación en generación, en cuyo origen primero está Dios, lleno de sabiduría y de amor; y la educación que nos inserta en la cultura, a tal punto que, en cierto sentido, podemos decir que somos más hijos de la cultura y por eso de la fe, que de la naturaleza. De la vida brota la libertad que, sobretodo en esta fase se manifiesta como responsabilidad. Es el gran momento de la decisión, en una doble opción: una en cuanto al estado de vida y otra en cuanto a la profesión. Responde a la cuestión: ¿qué hacer con la vida?

En otras palabras, la juventud se muestra como una riqueza porque lleva al descubrimiento de la vida como un don y como una tarea.

Mi pedido hoy, a vosotros jóvenes, que vinisteis a este encuentro, es que no desaprovechéis vuestra juventud. No intentéis huir de ella. Vividla intensamente, consagradla a los elevados ideales de la fe y de la solidaridad humana.

Vosotros, jóvenes, no sois apenas el porvenir de la Iglesia y de la humanidad, como una especie de fuga del presente, por el contrario: sois el presente joven de la Iglesia y de la humanidad. Sois su rostro joven. La Iglesia necesita de vosotros, como jóvenes, para manifestar al mundo el rostro de Jesucristo, que se dibuja en la comunidad cristiana. Sin el rostro joven la Iglesia se presentaría desfigurada.

Queridos jóvenes, Cristo os llama a ser santos. Él mismo os convoca y quiere andar con vosotros, para animar con Su espíritu los pasos del Brasil en este inicio del tercer milenio de la era cristiana. Pido a la Señora Aparecida que os conduzca, con su auxilio materno y os acompañe a lo largo de la vida.

¡Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo!


Texto completo en,

domingo, 6 de mayo de 2007

Cardenal Pironio

F.V.D


HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II DURANTE LA MISA DE FUNERAL EN SUFRAGIO DEL CARDENAL EDUARDO FRANCISCO PIRONIO


Sábado 7 de febrero de 1998

1. «Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día» (Jn 6, 40).

La promesa de Cristo, que acabamos de escuchar en el evangelio, abre nuestro corazón a la esperanza: él, que es el Señor de la vida, vino para que «no se perdiera ninguno de los que le había confiado el Padre». Ante la muerte, el ser humano siente precisamente ese miedo, el miedo de perderse. Su corazón vacila; todas sus certezas le parecen precarias; y la oscuridad de lo desconocido lo lleva al desconcierto.

La palabra de Cristo se convierte, entonces, en la única clave para resolver el enigma de la muerte. Es la luz que ilumina el camino de la vida y da valor a cada uno de sus instantes: incluso al dolor, al sufrimiento y a la separación definitiva. «Todo el que vea al Hijo y crea en él, tiene la vida eterna», afirma Jesús. Creer en él es fiarse de su palabra, contando sólo con el poder de su amor misericordioso.

Estas consideraciones, amadísimos hermanos y hermanas, surgen espontáneas en nuestro corazón, mientras nos encontramos reunidos en oración ante los restos mortales de nuestro hermano, el querido cardenal Eduardo Francisco Pironio, a quien hoy acompañamos a su última morada. Fue testigo de la fe valiente que sabe fiarse de Dios, incluso cuando, en los designios misteriosos de su Providencia, permite la prueba.

2. Sí, este venerado hermano nuestro creyó con fe inquebrantable en las promesas del Redentor. Con estas palabras comienza su Testamento espiritual: «Fui bautizado en el nombre de la Trinidad santísima; creí firmemente en ella, por la misericordia de Dios; gusté su presencia amorosa en la pequeñez de mi alma (...). Ahora entro "en la alegría de mi Señor", en la contemplación directa, "cara a cara", de la Trinidad. Hasta ahora "peregriné lejos del Señor". Ahora "lo veo tal cual él es". Soy feliz. ¡Magnificat! ».

Aprendió su fe en las rodillas de su madre, mujer de formación cristiana sólida, aunque sencilla, que supo imprimir en el corazón de sus hijos el genuino sentido evangélico de la vida. «En la historia de mi familia —dijo en cierta ocasión el recordado cardenal— hay algo de milagroso. Cuando nació su primer hijo, mi madre tan sólo tenía 18 años y se enfermó gravemente. Cuando se recuperó, los médicos le dijeron que no podría tener más hijos, pues, de lo contrario, su vida correría un grave riesgo. Fue entonces a consultar al obispo auxiliar de La Plata, que le dijo: "Los médicos pueden equivocarse. Usted póngase en las manos de Dios y cumpla sus deberes de esposa". Mi madre desde entonces dio a luz a otros 21 hijos —yo soy el último—, y vivió hasta los 82 años. Pero lo mejor no acaba aquí, pues después fui nombrado obispo auxiliar de La Plata, precisamente en el cargo de aquel que había bendecido a mi madre. El día de mi ordenación episcopal —prosigue el cardenal Pironio— el arzobispo me regaló la cruz pectoral de aquel obispo, sin saber la historia que había detrás. Cuando le revelé que debía la vida al propietario de aquella cruz, lloró».

He querido referir este episodio, narrado por el mismo cardenal, porque pone de manifiesto las razones que sostuvieron su camino de fe. Su existencia fue un cántico de fe al Dios de la vida. Lo dice él mismo en su Testamento espiritual: «¡Qué lindo es vivir! Tú nos hiciste, Señor, para la vida. La amo, la ofrezco, la espero. Tú eres la vida, como fuiste siempre mi verdad y mi camino! ».

3. Acabamos de escuchar las palabras de la carta de san Pedro: «Rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, (...) se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la revelación de Jesucristo» (1 P 1, 6-7). Esas palabras reflejan muy bien el ministerio sacerdotal del cardenal Pironio. Dio testimonio de su fe en la alegría: alegría de ser sacerdote y deseo constante de «transmitirla a los jóvenes de hoy, como mi mejor testamento y herencia», como él mismo dejó escrito. Alegría de servir al Evangelio, en los diversos y arduos encargos que se le confiaron.

Nació el 3 de diciembre de 1920. Fue ordenado sacerdote en la basílica de Nuestra Señora de Luján, el 5 de diciembre de 1943. En los primeros años de su ministerio realizó una intensa actividad educativa y didáctica en el seminario de Buenos Aires. Durante el concilio ecuménico Vaticano II fue invitado a intervenir en los trabajos como perito conciliar. En 1964 Pablo VI lo nombró obispo auxiliar del arzobispo de La Plata, y luego administrador apostólico de Avellaneda; fue secretario general, y después presidente, del Celam. Sucesivamente fue promovido a la sede de Mar del Plata. Pablo VI lo escogió como colaborador, encomendándole la Congregación para los religiosos e institutos seculares, y en 1976 lo elevó a la dignidad cardenalicia. Yo mismo, el 8 de abril de 1984, lo llamé a dirigir el Consejo pontificio para los laicos, donde estuvo hasta el 20 de agosto de 1996, trabajando siempre con juvenil entusiasmo y profunda competencia.

4. Así, su servicio a la Iglesia fue asumiendo, poco a poco, una dimensión cada vez más amplia y universal: primero una diócesis en Argentina; luego, el continente latinoamericano; y, sucesivamente, llamado a la Curia romana, toda la comunidad católica. Aquí en Roma prosiguió con su estilo pastoral de siempre, manifestando un notable amor a la vida consagrada y a los laicos, en particular a los jóvenes. En su Testamento espiritual escribió: «¡Cómo los quiero a los religiosos y religiosas, y a todos los laicos consagrados en el mundo! ¡Cómo pido a María santísima por ellos! ¡Cómo ofrezco hoy con alegría mi vida por su fidelidad! (...) Los quiero enormemente, los abrazo y los bendigo». Y añade: «Doy gracias a Dios por haber podido gastar mis pobres fuerzas y talentos en la entrega a los queridos laicos, cuya amistad y testimonio me han enriquecido espiritualmente».

¿Cómo olvidar la gran aportación que dio a las celebraciones de las Jornadas mundiales de la juventud? Quisiera dar gracias públicamente aquí a este hermano nuestro, que me prestó una gran ayuda en el ejercicio de mi ministerio petrino.

5. Su incesante cooperación se hizo aún más apostólica en sus últimos años, marcados por la enfermedad. El apóstol Pedro nos acaba de hablar de «la calidad probada de la fe, más preciosa que el oro», y nos ha recordado que no debemos sorprendernos de que nos venga la prueba, pues ese metal, «a pesar de ser perecedero, es probado por el fuego » (cf. 1 P 1, 7). La fe del cardenal Pironio fue probada duramente en el crisol del sufrimiento. Debilitado en su cuerpo por una grave enfermedad, supo aceptar con resignación y paciencia la dura prueba que se le pedía. Sobre esta experiencia dejó escrito: «Agradezco al Señor el privilegio de su cruz. Me siento felicísimo de haber sufrido mucho. Sólo me duele no haber sufrido bien y no haber saboreado siempre en silencio mi cruz. Deseo que, al menos ahora, mi cruz comience a ser luminosa y fecunda».

Ya en el ocaso de su vida, supo encontrar en la fe el optimismo y la esperanza que caracterizaron toda su existencia. «Todas las cosas (...) son tuyas, Señor que amas la vida» (Sb 11, 26), solía repetir, y su lema cardenalicio constituía una especie de confirmación: «Cristo en vosotros, esperanza de la gloria».

6. Al encomendar a la misericordia del Señor el alma elegida de este amadísimo hermano, hagamos nuestras las palabras del libro de la Sabiduría, que hemos escuchado: Tú, Señor, «disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan» (Sb 11, 23).

El cardenal Pironio tenía un vivo sentido de la fragilidad humana: en su Testamento espiritual, que nos ha servido de guía en estas reflexiones, varias veces pide perdón. Lo pide con humildad, con confianza. Ante la santidad de Dios, toda criatura humana no puede menos de darse golpes de pecho y confesar: «Te compadeces de todos, porque todo lo puedes» (Sb 11, 23).

Lo acompañamos con la oración, ahora que entra en la casa del Padre. Lo encomendamos a María, Madre de la esperanza y de la alegría, hacia la cual profesó una gran devoción. Al concluir sus días, cuando ya era tiempo de recoger las velas para su último viaje, escribió en su Testamento: «Los abrazo y bendigo con toda mi alma por última vez en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Los dejo en el corazón de María, la Virgen pobre, contemplativa y fiel. ¡Ave María! A ella le pido: "Al final de este destierro, muéstranos el fruto de tu vientre, Jesús"».

Que la Madre de Dios lo acoja en sus brazos y lo introduzca en la morada eterna que el Señor prepara para sus siervos fieles.
Y tú, querido hermano, descansa en paz. Amén.