martes, 2 de diciembre de 2008

María, ejemplo de Fe.


aaaaaQueridos hermanos, necesitamos un momento de silencio y recogimiento para entrar en la escuela de María, a fin de que nos enseñe cómo vivir de fe, cómo crecer en ella, cómo permanecer en contacto con el misterio de Dios en los acontecimientos ordinarios, diarios, de nuestra vida. Con delicadeza femenina y con «la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo» (Redemptoris Mater, 46), María sostuvo la fe de Pedro y de los Apóstoles en el Cenáculo, y hoy sostiene mi fe y la vuestra.

aaaaa«La fe es un contacto con el misterio de Dios», dijo el Santo Padre Juan Pablo II (ib., 17), porque creer «quiere decir "abandonarse" en la verdad misma de la palabra del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente "cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos"» (ib., 14). La fe es el don, recibido en el bautismo, que hace posible nuestro encuentro con Dios. Dios se oculta en el misterio: pretender comprenderlo significaría querer circunscribirlo en nuestros conceptos y en nuestro saber, y así perderlo irremediablemente. En cambio, mediante la fe podemos abrirnos paso a través de los conceptos, incluso los teológicos, y podemos «tocar» al Dios vivo. Y Dios, una vez tocado, nos transmite inmediatamente su fuerza. Cuando nos abandonamos al Dios vivo, cuando en la humildad de la mente recurrimos a él, nos invade interiormente como un torrente escondido de vida divina.

aaaaa¡Cuán importante es para nosotros creer en la fuerza de la fe, en su capacidad de entablar una relación directa con el Dios vivo! Debemos cuidar con esmero el desarrollo de nuestra fe, para que penetre realmente todas nuestras actitudes, nuestros pensamientos, nuestras acciones e intenciones. La fe ocupa un lugar no sólo en los estados de ánimo y en las experiencias religiosas, sino ante todo en el pensamiento y en la acción, en el trabajo diario, en la lucha contra sí mismos, en la vida comunitaria y en el apostolado, puesto que hace que nuestra vida esté impregnada de la fuerza de Dios mismo. La fe puede llevarnos siempre a Dios, incluso cuando nuestro pecado nos hace daño.

aaaaaEn el Cenáculo los Apóstoles no sabían lo que les esperaba. Atemorizados, estaban preocupados por su futuro. Seguían experimentado aún el asombro provocado por la muerte y resurrección de Jesús, y estaban angustiados por haberse quedado solos después de su ascensión al cielo. María, «la que había creído que se cumplirían las palabras del Señor» (cf. Lc 1,45), asidua con los Apóstoles en la oración, enseñaba la perseverancia en la fe. Con toda su actitud los convencía de que el Espíritu Santo, con su sabiduría, conocía bien el camino por el cual los estaba conduciendo y que, por tanto, podían poner su confianza en Dios, entregándose sin reservas a él, y entregándole también sus talentos, sus límites y su futuro.



Discurso de SS Benedicto XVI a los religiosos, seminaristas y movimientos eclesiales-Fragmento. Czestochowa, 26 de mayo de 2006.

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