Anécdota
El obispo alemán Wilhelm Ketteler contaba que, cuando ya había recibido el título de abogado y pensaba dedicarse a esta profesión y fundar una familia, un día tuvo un sueño divino: Cristo estaba sobre mí en una nube de luz y me mostraba su Sagrado Corazón. Delante de Él, se encontraba de rodillas una monjita que levantaba sus manos en señal de oración. Y Jesús me dijo: “Ella reza por ti ininterrumpidamente”. Vi claramente su figura y no pude nunca olvidarme de su rostro.
Esta experiencia fue tan fuerte que me decidí a dejarlo todo y hacerme sacerdote. Y comencé mis estudios de teología a los 30 años. Estaba convencido de que una religiosa desconocida oraba por mí.
Pero un día el obispo de Ketteler fue a celebrar misa a un convento de religiosas y, al dar la comunión a la última de ellas, se quedó como inmóvil al reconocer a la religiosa de su sueño. Pidió a la Superiora que hiciera venir a todas las religiosas para conversar con ellas. Pero faltaba ella. ¿Por qué? Porque era la última hermana, la que se dedicaba a las tareas de la huerta y de la cocina. Pidió que la hiciera venir y, después, pudo conversar con ella a solas. Ella le confesó que todo lo que hacía y sufría lo ofrecía por un alma necesitada. El Señor sabrá a quién le ofrece mis oraciones. Siempre he orado como me enseñaba mi párroco por las personas más necesitadas de oración. Y hablando, el obispo se dio cuenta de que el día de su sueño y de su conversión era exactamente el día del nacimiento de esa religiosa.
Dios le había concedido su conversión en virtud de los méritos y oraciones que, en su providencia, sabía que iba a ofrecer esa religiosa por un alma necesitada y Dios lo escogió a él como beneficiario. Y el obispo bendijo a la hermana y la animó a seguir orando por esa intención. A ella no le descubrió el secreto. Pero sí a la madre Priora, a quien dijo que su vocación se la debía a esa pobre religiosa, que rezaba todos los días por un alma necesitada. Y el obispo le dijo: Si alguna vez me siento tentado de enorgullecerme de mis obras o de mis éxitos, no quiero olvidarme que todo se debe, no a mis méritos, sino a las oraciones de esa simple hermana, que trabaja en la cocina, en el gallinero y en las cosas más humildes del convento. Y esas cosas pequeñas tienen tanto valor ante Dios que han podido dar un obispo a la Iglesia.
martes, 10 de marzo de 2009
Wilhelm Ketteler (1811-1877)
Obispo de Maguncia; fue, en la Alemania del s. XIX, una de las personas más destacadas y valientes en la lucha por la libertad de la conciencia y de la Iglesia y, sobre todo, el iniciador del pensamiento y del movimiento social católico; León XIII le llamó «su predecesor».
Hijo de una familia de antigua nobleza (tenía eJ título de barón de K.), n. el 25 dic. 1811 en Miinster. Recibió una excelente formación en el seno de su familia; estudió (1824-28) en el colegio jesuita de Brig (Suiza) y en 1829-33 en las facultades de Derecho de Gotinga, Heidelberg, Munich y Berlín. En 1835 ingresó en la Administración del Gobierno en Miinster; pero, impresionado por la prisión militar del arzobispo de Colonia, Clemens August von Droste-Vischering, en 1837, renunció a ser funcionario del Estado prusiano, porque «no quería servir a un Estado que exige sacrificar su conciencia» (carta a su hermano). Con la espontaneidad característica en él, se decidió a estudiar Teología; primero en el seminario de Eichstátt, luego en el colegio de los jesuitas de Innsbruck, terminando en la Univ. de Munich (1841-43), junto con su hermano Richard, antes oficial de húsares y después capuchino. En 1844 fue ordenado sacerdote.
En su patria de Westfalia, como capellán en Beckum (desde 1844) y cura párroco en Hopsten (desde 1846), conoció y sufrió a fondo las miserias del pueblo, experiencia de su futura misión de apóstol social. Elegido, contra su voluntad, diputado de la Asamblea Nacional de Francfort de 1848, se convirtió definitivamente en el abogado de la conciencia católica en Alemania. El 17 sept. 1848, la noticia del horrible asesinato del príncipe Félix von Lichnowsky y del general Hans Adolf von Auerswald, diputados, ejecutados cruelmente por las hordas de la Revolución, despertó en K. la conciencia del poder espantoso de las ideas e ideologías y del tremendo antagonismo en el mundo del hombre: la humanidad frente a la brutalidad, que sólo la conversión a Cristo puede superar. En la primera Asamblea general de los católicos de Alemania, presidida por Buss (v.), se destacó K. por sus conferencias sobre la libertad de la Iglesia (4 y 5 oct. 1848). Entre el 19 nov. y el 20 dic. 1848, K. pronunció en la catedral de Maguncia seis predicaciones de repercusión nacional sobre Los grandes problemas sociales en la actualidad. Partiendo de la doctrina de Tomás de Aquino (v.) sobre la propiedad -que no es un derecho absoluto, ya que existe la obligación de administrarla en favor del bien común-, K. rechaza los extremos del capitalismo (liberalismo) y del comunismo y propugna una justa distribución de los bienes no por la violencia, sino por una conversión de la conciencia.
En 1849, el obispo-príncipe de Breslau, Melchor von Diepenbrock, le llamó a Berlín y le nombró delegado apostólico en toda la diáspora católica de Prusia -inmenso campo de trabajo espiritual y social-. En 1850 K. fue consagrado obispo de Maguncia y como tal realizó una obra inmensa de renovación espiritual y moral,. a través de incansables viajes de visitas y predicaciones, misiones populares, conferencias diocesanas, fundaciones de congregaciones religiosas, cartas pastorales y otros escritos (más de 30 en 1850-62) y, sobre todo, fundó una Escuela Superior Teológica, adonde llamó a profesores católicos tan significados como Haffner, Heinrich, Lenning, Moufang, Riffel.
El libro de K. Libertad, autoridad e Iglesia (Maguncia 1862) suscitó una resonancia enorme entre amigos y enemigos. La obra principal de K. sobre El problema obrero y el cristianismo (Maguncia 1864) fue la Magna Carta del catolicismo social en Alemania. En la primavera de 1867 apareció una publicación de K. sobre Alemania después de la guerra de 1866, que revela su sentido de la política real y su espíritu de prudencia y conciliación, puesto de relieve además en sus infatigables intervenciones en las luchas entre el absolutismo estatal y los derechos y la libertad de la Iglesia. Cada vez más, K. reivindicó una legislación social para proteger a los trabajadores y a sus familias; los hitos de sus proclamas son: el discurso del 25 jul. 1869 en un campo cerca de Offenbach, ante 10.000 obreros; su ponencia en la Conferencia de los obispos alemanes en Fulda, del 26 jul. 1869; y su discurso sobre Liberalismo, socialismo y cristianismo en la XXI Asamblea general de los católicos alemanes (Maguncia, 14 sept. 1871). La conocida actitud de K. en el Conc. Vaticano 1 -siempre defendió, personalmente, la infalibilidad del Papa- se explica por su don de presagio político: ha previsto ya el «Kulturkampf» («lucha cultural»); y cuando -inmediatamente después de la guerra 1870-71-- realmente estalló la persecución de la Iglesia católica, K. volvió a defender la libertad religiosa, ya desde su puesto de diputado en el Reichstag, para el que había sido elegido, ya en público y en entrevistas personales con el canciller Bismarck y el emperador Guillermo I. De vuelta de su último viaje a Roma, donde Pío IX le había recibido con gran cariño y honor, cayó gravemente enfermo y murió de camino en el convento capuchino de Burghausen (río Salzach, Baviera), el 13 jul. de 1877. Su sepulcro está en la catedral de Maguncia, en la capilla de la Madre de Dios. Toda su vida fue una lucha por la conciencia; tenía siempre presente que «no hay religión sin libertad, pero tampoco hay libertad sin religión».
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