miércoles, 4 de agosto de 2010

«Mujer, qué grande es tu fe»


«¡Ten compasión de mí, Hijo de David!». Es un grito de auxilio de una fuerza inmensa... Es un gemido que viene como de una profundidad sin fin. Sobrepasa en mucho la naturaleza, es el Espíritu Santo quien debe proferir este gemido en nosotros (Rm 8,26)... Pero Jesús le dice: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel»... Pero, ¿qué ha hecho ella al ser así perseguida? ... Ha penetrado de manera todavía más profunda en el abismo. Abajándose, humillándose, ha mantenido la confianza y ha dicho: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos».

¡Ojalá también vosotros llegarais a penetrar de manera tan veraz en el fondo de la verdad, no a través de sabios comentarios, de grandes palabras, o con los sentidos, sino desde el verdadero fondo de vosotros mismos! Ni Dios, ni ninguna criatura podrá apretaros, anonadaros, si permanecéis en la verdad, en confiada humildad. Os podrán hacer soportar afrentas, menosprecios, repulsas, pero permaneceréis firmes en la perseverancia, y os adentraréis todavía más profundamente, animados de entera confianza y veréis aumentar todavía más vuestro celo. Todo depende de eso, y el que llega a ese punto, éste sale vencedor. Estos y sólo estos caminos conducen, en verdad y sin parada intermedia, hasta Dios. Pero perseverar hasta ese alto grado de humildad, con perseverancia, con entera y verdadera certeza, como lo hizo esta pobre mujer, son pocos los que llegan a él.

Juan Taulero (hacia 1300-1361), Dominico.

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