Síntesis de la conferencia pronunciada por el cardenal Paul Poupard, Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, en la Fundación Universitaria Española
Es indudable que nos hallamos ante un momento de cambio. Ya el Concilio Vaticano II, hace cuarenta años, reconocía que la humanidad vive un período nuevo de la Historia. El proceso de cambio no ha dejado de acelerarse. La pregunta que surge inevitablemente es si, en este nuevo escenario que se avecina, habrá sitio para la Iglesia. Ya Guardini, en 1950, diagnosticaba: La soledad de la fe será terrible. La actitud más frecuente suele ser la de aquellos que el Beato Juan XXIII denominaba profetas de desventuras, quienes creen ver sólo males y ruinas en la situación de la sociedad actual. San Agustín, con su habitual perspicacia, corregía a sus contemporáneos: Es verdad que encuentras hombres que protestan de los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también entonces protestarían.
No tiene sentido andar comparando los tiempos presentes con los pasados. En lugar de lamentarse, la Iglesia ha reaccionado siempre con un gesto audaz, lanzándose a evangelizar los tiempos nuevos que le ha sido dado vivir. En su apertura al mundo de hoy, no ha hecho sino un poderoso esfuerzo de discernimiento para tratar de acoger cuanto de bueno y positivo ha creado nuestro mundo, recorriendo a veces caminos lejanos de la Iglesia. No significa la renuncia a la pretensión de Verdad, a la que la Iglesia no puede renunciar, sino al contrario, reconocer que en el hombre, aun herido por el pecado original, resplandece siempre algo de la imagen que Dios ha impreso en él. Se trata de recomponer una fractura profunda y de conjugar valores aparentemente antitéticos: libertad y verdad, ciencia y sabiduría, individualismo y solidaridad. Tan fácil como la condena apriorística de la modernidad es el riesgo de una integración total, de una rendición sin condiciones a la modernidad en la que el cristianismo renuncia a principios y criterios para hacerse aceptar de la sociedad moderna.
Agotado el proyecto de la modernidad, el cristianismo constituye la única fuerza capaz de ayudar a superar los peligros del irracionalismo y del nihilismo. La Iglesia ha venido así a encontrarse en la paradójica situación de salvadora de la modernidad. Parece que se cumple la famosa observación del sociólogo norteamericano Peter Berger: Quien se desposa con el espíritu de los tiempos, bien pronto se quedará viudo.
Si hay una palabra que pueda sintetizar el espíritu de la post-modernidad, sin duda sería light. La distancia que va de la época precedente a la nuestra es la que separa dos mascotas: Milú, el perro de Tintín, intrépido, generoso hasta la temeridad, y Snoopy, tendido siempre sobre su caseta, ocupado en sus problemas. O, quizá, mejor aún: la diferencia que va de ambos canes a los pokémon, la desaparición de toda belleza, la caída en el nihilismo total.
SIETE GRANDES DESAFÍOS
Creo que podemos identificar siete grandes desafíos para la Iglesia en este comienzo de milenio.
- El desafío de la verdad frente al pensamiento débil. La post-modernidad se caracteriza por la aparición de una nueva racionalidad. La razón autónoma, privada de la ayuda de la fe, ha recorrido caminos que han conducido a Auschwitz y al Gulag. El cristiano no puede renunciar al anuncio de la verdad, convencido de que la necesidad más radical del hombre es saciar el hambre de verdad, y que la peor forma de corrupción es la intelectual, que aprisiona la verdad en la injusticia, llamando al mal, bien, e impidiendo el conocimiento de la realidad tal y como es. ¿Cómo hablar de verdad a una cultura que aborrece instintivamente conceptos y palabras fuertes? Éste es el desafío que tenemos planteado, para el que yo no veo más solución que proponer, no ya la verdad, sino una cultura de la verdad, hecha de inmenso respeto y acogida hacia la realidad, traducida en respeto hacia la persona, que es la forma eminente de lo real.
- Anunciar a Jesucristo en la era del New Age. Íntimamente vinculado al desafío anterior está el que constituye anunciar a Jesucristo en una era de religiosidad salvaje. Se ha hablado mucho en los últimos tiempos del retorno de Dios, como si Dios hubiera estado alguna vez lejos del mundo y del hombre. La cuestión no está en saber si nuestro tiempo creerá o no, sino en qué creerá. Umberto Eco, nada sospechoso de beatería, tiene razón cuando cita al gran Chesterton para describir la paradoja actual: Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no es que no crean en nada. Creen en cualquier cosa. Se trata del regreso de una religiosidad salvaje, que el cardenal Lehmann ha definido teoplasma, una especie de plastilina religiosa a partir de la cual cada uno se fabrica sus dioses a su propio gusto, adaptándolos a las necesidades propias.
¿Cómo anunciar en medio de este magma religioso, en el gran supermercado del bricolaje religioso, a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre? Aquí es donde se requiere toda la audacia del evangelizador, recordando las palabras, hoy más actuales que nunca, de Juan XXIII: Una cosa es el depósito mismo de la fe, o las verdades contenidas en nuestra doctrina, y otra el modo en que éstas se enuncian, conservando, sin embargo, idéntico sentido y alcance.
El diálogo interreligioso está hecho de respeto, tejido con amorosa paciencia; no se cansa ni se deja vencer ante los primeros reveses; nunca puede reemplazar el anuncio explícito de Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida. Es necesario evitar que degenere en sincretismo. Donde todo vale lo mismo, en definitiva nada vale nada. El diálogo no puede sustituir a la misión, ni convertirse en un consenso de mínimos. Como actividad inteligente, según la llamaba Pablo VI, es un camino hacia la verdad, a la que se llega a través de la experiencia del encuentro entre personas. Por eso, en realidad, creo que más que de diálogo entre religiones, habría que hablar de diálogo entre religiosos. El diálogo no puede nunca renunciar a presentar a Jesucristo buscando hacerse aceptar más fácilmente, ni escamotear el misterio, pensando que es un escollo en la predicación.
HOMBRE Y GLOBALIZACIÓN
- El tercer gran desafío de nuestra época tiene como objeto directamente al hombre. Hemos llegado al borde de los escenarios futuristas descritos por Aldous Huxley, hace más de 60 años, en Un mundo feliz, donde los seres humanos son producidos, sometidos a precisos controles de cualidad, y ya no engendrados. El hastío producido por el desarrollo implacable de la técnica, que invade todos los dominios de la vida humana, no ha logrado impedir la difusión de una mentalidad que considera al hombre como objeto, y no como sujeto. En un mundo así, los débiles, los enfermos, los ancianos, los que no poseen un cuerpo hermoso, están destinados a una progresiva marginación. La aprobación de la eutanasia activa en Holanda es sólo el primer paso.
Está, por otra parte, la desintegración del modelo familiar: cada uno configura su propia orientación y comportamiento sexual libremente. Inútil decir que para la Iglesia se trata de un desafío epocal. La desintegración de la persona, irá dejando a los bordes del camino seres maltrechos y heridos, a quienes la Iglesia habrá de recoger con infinito amor. Nos hallaremos cada vez más con más personas que han sufrido un proceso de maduración personal deficiente, marcados por profundas carencias afectivas y emotivas. Acaso niños creados en laboratorio, a quienes no dejaremos de acoger, aun cuando denunciemos a quienes recurren a las técnicas de clonación para traerlos al mundo.
- ¿Cómo ser cristiano en un mundo globalizado? El juicio acerca de la globalización ha de ser prudente. Contiene elementos muy positivos, que facilitarán enormemente el intercambio entre pueblos diversos, y también —¿por qué no?— el anuncio del Evangelio. El riesgo es el de una homogenización, no sólo lingüística, diseñada por unos pocos y difundida a través de medios de comunicación potentísimos que lo invaden todo, que sería una amenaza para la libertad. Para la Iglesia, el compromiso principal en la hora actual está en la defensa de los débiles, especialmente de los nuevos esclavos que la globalización está produciendo. Según datos recientes, se calcula que, para el año 2050, un país como España tendrá cerca de 13 de millones de trabajadores extranjeros. Estamos ante un proceso de cambio social y cultural de incalculables proporciones. ¿Sabrá la Iglesia estar al lado de los nuevos esclavos del siglo XXI?
- Otro gran compromiso de la hora actual: la presencia de la Iglesia en una sociedad multicultural y pluralista. El respeto a la identidad cultural de los recién llegados no puede ponerse en discusión. Este derecho es correlativo al respeto por la identidad cultural del pueblo de acogida, que no puede menospreciarse en aras de una mal entendida tolerancia. El Santo Padre nos exige ser, a la vez, audaces en el diálogo intercultural, sin renunciar a la propia identidad. De todas las necesidades del alma humana —escribe Simone Weil—, ninguna es tan vital como el pasado, que no consiste en querer vivir en otra época, sino en conservar un vínculo y escapar a la tiranía del presente. Cuando en la base del modelo pluralista existe únicamente una concepción relativista de los valores, la democracia se ve amenazada en sus mismos fundamentos. Nuestras democracias en Europa están enfermas, precisamente por su patética desvinculación del sistema de referencia a partir del cual han sido engendradas. Es urgente devolver un alma a nuestras democracias, propiciar un profundo rearme ético que tenga en cuenta sus raíces profundas.
- La revolución informática, la llamada tercera revolución, está transformando a marchas agigantadas nuestro modo de acceso al mundo. Paul Ricoeur, el infatigable buscador del sentido de las cosas, hace un diagnóstico implacable del mal de nuestro tiempo: Hay una hipertrofia de los medios y una atrofia de los fines. Hay demasiados medios para los escasos y raquíticos fines que se proponen en nuestra sociedad.
- La tutela del medio ambiente. Hay una nueva conciencia ecológica, llena de incoherencias, pues al mismo tiempo que nos preocupa la contaminación y pérdida de ambientes naturales, y soñamos con el encanto de una vida en contacto con la naturaleza, estamos dispuestos a hacer bien poco por renunciar a las comodidades responsables del desgaste medioambiental. Para la Iglesia, esta nueva conciencia ecológica es un desafío y una oportunidad.
LA RESPUESTA DE LA IGLESIA
¿Cómo aprovechar las nuevas circunstancias para anunciar a los hombres a Jesucristo? Habría que decir con Lacordaire: amándolos. Sólo hombres y mujeres reconstruidos interiormente podrán dar nueva vida a la Iglesia. Antes que preguntarnos por la adopción de nuevas estrategias, la creación de nuevas estructuras, tenemos todos que hacer una humilde confesión de culpa y emprender el camino de la propia conversión.
Quisiera apuntar una tarea que me parece de capital importancia: es necesario un compromiso valiente, creativo y decidido en el campo de la cultura. Ha habido una deserción de los católicos del campo de la cultura, del arte y de la creación literaria, abandonándolos a posiciones y modelos antropológicos deficientes. La Iglesia en Europa, y España no constituye una excepción, ha conocido un desfondamiento intelectual como no padecía desde hace tiempo, y se encuentra desprovista de figuras capaces de ofrecer una respuesta cultural alternativa. No se trata de encerrarse en una cultura de ghetto, cerrada u hostil a la cultura ambiente, sino de asumir con decisión la cultura de nuestro tiempo para transformarla desde dentro. No se trata de crear centros de cultura católica, sino centros católicos de cultura. Lo que Jacques Maritain llamaba minorías proféticas de choque, capaces de difundir con eficacia un nuevo estilo de vida.
No sabemos si nos aguarda una nueva era martirial, o si conoceremos una nueva primavera de fe. En cada generación la fe es la semilla de mostaza insignificante y siempre amenazada. Cuenta, sin embargo, con la presencia de su Salvador y del Espíritu. La Iglesia continúa su camino sin perder la esperanza. El fallo de muchos cristianos es esperar poco.
3 comentarios:
gentee les escribo para comentarles que hoy se festeja el cumpleaños numer 87 del un grande como juan pablo II, la verdadme emociono al escribir uqe tenemso tan gran patron, y me pongo a pensar qeu realizado se debio de haber sentido al morir porque netrego hasta el ultimo respiro a jesus, 87 años trabajando para jesus, por que lo sigue haciendo despues de su meurte, y nosotros somos un claro ejemlo esoty seguro de que nos tiene bien presentes , el , karol siempre tuvo un gran cariño para con los jovenes, para esots santos del nuevo lilenio , estoy seguro de que esta siguiendo cada movimiento de este grupo que lleva su nombre.
gracias juanpablo por una vida dada por entero a jesus, gracias karol por suer nuestro patrono.
FELIZ CUMPLEAÑOS!!
Karol, siempre presente, que lindo lo q contas Kpochiiiaa. Gente prestenle mucha atencion a las lecturas del evangelio de estos dias q se estan leyendo los capitulos 24, 15 y 16 de Juan q son edspectaculares, dan ganas de ser cristiano a full. Es onda la previa a la cruz y venida del Espirit de la Verdad que Jesus nos egala para que "nuestra tristeza sea gozo", que increible el amor de Dios.
Abrazo a todos, nunca paren de rezar, que la alegria de y el amor de Dios lo sean todo, Lops.
Perdon capitulo 24 NOOO, 14... 15 y 16
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