viernes, 18 de septiembre de 2009

Festividad de San José de Cupertino

18 de Septiembre
Fiesta de San José de Cupertino


San José de Cupertino, patrono de los estudiantes, estimula al mundo de la cultura, en particular de la escuela, a fundar el saber humano en la sabiduría de Dios. Y precisamente gracias a su docilidad interior a las sugerencias de la sabiduría divina, este singular santo puede proponerse como guía espiritual de todas las clases de fieles. A los sacerdotes y a los consagrados, a los jóvenes y a los adultos, a los niños y a los ancianos, a cualquiera que desee ser

discípulo de Cristo, sigue indicándole las prioridades que implica esta opción radical. El reconocimiento del primado de Dios en nuestra existencia, el valor de la oración y de la contemplación, y la adhesión apasionada al Evangelio «sin glosa», sin componendas, son algunas condiciones indispensables para ser testigos creíbles de Jesús, buscando con amor su santo rostro. Así hizo este místico extraordinario, ejemplar seguidor del Poverello de Asís. Tenía un amor tierno al Señor, y vivió al servicio de su reino. Desde el cielo ahora no deja de proteger y sostener a cuantos, siguiendo sus pasos, quieren convertirse a Dios y caminar con decisión por la senda de la santidad.

San José de Cupertino se distinguió por su sencillez y su obediencia. Desprendido de todo, vivió continuamente en camino, yendo de un convento a otro según las órdenes de sus superiores, abandonándose siempre en las manos de Dios.

José de Cupertino, enamorado del misterio de la Encarnación, contemplaba extasiado al Hijo de Dios nacido en Belén, llamándolo afectuosa y confidencialmente «el Niñito». Expresaba casi exteriormente la dulzura de este misterio abrazando una imagen de cera del Niño Jesús, cantando y bailando por la ternura divina derramada abundantemente sobre la humanidad en la cueva de la Navidad.

Era también conmovedora su participación en el misterio de la pasión de Cristo. El Crucificado estaba siempre presente en su mente y en su corazón, en medio de los sufrimientos de una vida llena de incomprensiones y a menudo de obstáculos. Derramaba abundantes lágrimas cuando pensaba en la muerte de Jesús en la cruz, sobre todo porque, como solía repetir, fueron los pecados los que traspasaron el cuerpo inmaculado del Redentor con el martillo de la ingratitud, del egoísmo y de la indiferencia.

Otro aspecto importante de su espiritualidad fue el amor a la Eucaristía. La celebración de la santa misa, así como las largas horas transcurridas en adoración ante el tabernáculo, constituían el centro de su vida de oración y de contemplación. Consideraba el Sacramento del altar como «alimento de los ángeles», misterio de fe legado por Jesús a su Iglesia, Sacramento donde el Hijo de Dios hecho hombre no aparece a los fieles cara a cara, sino corazón a corazón. Con este sumo misterio -afirmaba- Dios nos ha dado todos los tesoros de su divina omnipotencia y nos ha manifestado claramente el exceso de su misericordia divina. El contacto diario con Jesús eucarístico le proporcionaba la serenidad y la paz, que luego transmitía a cuantos encontraba, recordando que en este mundo todos somos peregrinos y forasteros en camino hacia la eternidad.

De la Iglesia, percibida en su íntima realidad de Cuerpo místico, se sentía miembro vivo y activo. Se adhirió totalmente a la voluntad de los Papas de su tiempo, dejándose acompañar dócilmente a los lugares donde la obediencia lo llevaba, aceptando también las humillaciones y las dudas que la originalidad de sus carismas no dejó de suscitar. Ciertamente, no podía negar el carácter extraordinario de los dones que se le concedían, pero, lejos de cualquier actitud de orgullo o vanagloria, alimentaba sentimientos de humildad y de verdad, atribuyendo todo el mérito del bien que florecía entre sus manos a la acción gratuita de Dios.

José de Copertino sigue siendo un santo de extraordinaria actualidad, porque «está espiritualmente cerca de los hombres de nuestro tiempo», a los cuales enseña «a recorrer el camino que lleva a una santidad diaria, caracterizada por el cumplimiento fiel del propio deber».

En efecto, san José es, ante todo, maestro de oración. En el centro de su jornada estaba la celebración de la santa misa, a la que seguían largas horas de adoración ante el sagrario. Según la tradición franciscana más genuina, se sentía fascinado y conmovido por los misterios de la encarnación y la pasión del Señor. San José de Copertino vivió en íntima unión con el Espíritu Santo; estaba totalmente poseído por el Espíritu, del que aprendía las cosas de Dios para traducirlas luego en un lenguaje sencillo y comprensible para todos. Quienes se encontraban con él escuchaban con gusto sus palabras, porque, como cuentan sus biógrafos, aun siendo ignorante de lengua y cojo de caligrafía, cuando hablaba de Dios se transformaba.

En segundo lugar, el santo de Copertino sigue hablando a los jóvenes, y en particular a los estudiantes, que lo veneran como su patrón. Los impulsa a enamorarse del Evangelio, a «remar mar adentro» en el vasto océano del mundo y de la historia, permaneciendo firmemente arraigados en la contemplación del rostro de Cristo.

Seguid el ejemplo de san José, comprometiéndoos a conjugar la sabiduría de la fe con el método riguroso de la ciencia, para que el saber humano, siempre abierto a la trascendencia, avance seguro hacia un conocimiento de la verdad cada vez más pleno.

Él tomó a Cristo como centro de toda su existencia. Fue elocuente su decidido compromiso de orientar constantemente su corazón a Dios, para que nada lo separara de «su» Jesús, amado sobre todas las cosas y personas.

Su testimonio sigue representando para todos una invitación a ser santos. Aunque pertenece a una época en ciertos aspectos bastante diversa de la nuestra, señala un itinerario de espiritualidad válido para todo tiempo; recuerda el primado de Dios, la necesidad de la oración y de la contemplación, la ardiente y confiada adhesión a Cristo, el compromiso del anuncio misionero y el amor a la cruz.

San José de Cupertino sigue resplandeciendo en nuestros días como faro que ilumina el camino diario de cuantos recurren a su intercesión celestial. Conocido popularmente como el «santo de los vuelos» por sus frecuentes éxtasis y sus experiencias místicas extraordinarias, invita a los fieles a secundar las expectativas más íntimas del corazón; los estimula a buscar el sentido profundo de la existencia y, en definitiva, los impulsa a encontrar personalmente a Dios abandonándose plenamente a su voluntad.

Y ¿qué decir de su devoción filial y conmovedora a la santísima Virgen? Desde la juventud aprendió a permanecer largos ratos en oración ante la Virgen de las Gracias, en el santuario de Galatone. Luego, se dedicaba a contemplar la imagen, tan querida para él, de la Virgen de la Grottella, que lo acompañó durante toda su vida. Por último, desde el convento de Ósimo, donde pasó sus últimos años, dirigía a menudo la mirada hacia la basílica de Loreto, secular centro de devoción mariana.

Para él María fue una verdadera madre, con la que mantenía relaciones filiales de sencilla y sincera confianza. Aún hoy repite a los devotos que recurren a él: «Ésta es nuestra protectora, señora, patrona, madre, esposa y auxiliadora».

En san José de Cupertino, muy querido por el pueblo, resplandece la sabiduría de los pequeños y el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas. A través de toda su existencia indica el camino que lleva a la auténtica alegría, aun en medio de las pruebas y tribulaciones: una alegría que viene de lo alto y nace del amor a Dios y a los hermanos, fruto de una larga y ardua búsqueda del verdadero bien y, precisamente por esto, contagiosa para cuantos entran en contacto con ella.

Todas estas características hacen que san José de Cupertino esté espiritualmente cerca de los hombres de nuestro tiempo. Ojalá que, siguiendo su ejemplo, todos aprendan a recorrer el camino que lleva a una santidad cotidiana, caracterizada por el cumplimiento fiel del propio deber diario.

Todo creyente debe «remar mar adentro», confiando en la ayuda del Señor para responder plenamente a su llamada a la santidad.

En una palabra, el heroico testimonio evangélico de este atrayente hombre de Dios, reconocido por la Iglesia y propuesto de nuevo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, constituye para cada uno una fuerte invitación a vivir con pasión y entusiasmo su fe, en las múltiples y complejas situaciones de la época contemporánea.


Juan Pablo II



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