sábado, 29 de septiembre de 2007

GAUDI (1852-1926) " EL ARQUITECTO DE DIOS"

F.V.D.

De la obra de Gaudí se han hecho muchas interpretaciones. Hay quienes consideran que proviene de la tradición y otros quienes creen que es vanguardista. Algunos clasifican a Gaudí como técnico y otros como un gran artista. Lo cierto es que son muy pocos los que descubren en Gaudí a un hombre de Dios, cuya comunión con el Padre se refleja precisamente en su arte y en su técnica.

Antonio Gaudi i Conet nació en Reus (Cataluña), el día 25 de junio de 1852. Fue en su propio pueblo natal donde realizó sus primeros estudios junto a los Padres Escolapios para continuarlos desde 1863 hasta 1873 en la Facultad de Ciencias de Barcelona. Ese último año empezó a cursar en la Escuela Provincial de Arquitectura de la Ciudad Condal y fue finalmente en 1878 que corona su graduación de arquitecto.

Gaudí fue el creador de una nueva arquitectura basada en las líneas curvas. Experimentó estructuras y nuevas formas de una manera continuada. Por este motivo, prefería desarrollar sus ideas a escala y en forma corpórea. La tridimensionalidad de sus maquetas en yeso, barro, tela metálica, o cartón mojado y moldeado, le acompañaron siempre. Sus ideas "corpóreas", en muchas ocasiones, no fueron sometidas a la limitación que obligan las dos dimensiones del papel de dibujo. A veces modificaba las formas directamente en la obra, en el momento de la realización.

Un coreano muy distinguido, Jun Young-Joo, director de la Cámara de Comercio e Industria de Pusan (Corea), confiaba, en octubre de 1998, a la edición española de la revista Paris Match: "A través de las obras de Gaudí y del toque divino que tiene me convencí de la existencia de Dios, y por él, gracias a él, me convertí al catolicismo, aunque era un budista devoto y convencido".

El Presidente de esa Asociación, don José Manuel Almuzara, testimonia: "Para nosotros, no hay ninguna duda de la santidad de Gaudí: dedicó toda su vida a la gloria de Dios, y eso queda reflejado en su obra, no sólo la religiosa sino también la civil." El actual párroco del templo de la Sagrada Familia, don Luis Bonet, ha afirmado: "Gaudí era un hombre bueno, humilde, de grandes virtudes, hombre de oración y de vida espiritual hondísima."

"Este templo de la Sagrada Familia recuerda y compendia otra construcción hecha con piedras vivas: la de la familia cristiana, donde la fe y el amor nacen y se cultivan sin cesar."


Éstas fueron las primeras palabras que el Papa Juan pablo II dijo nada más ver, por vez primera, en 1982, el templo creado por Gaudí en Barcelona. Sabía bien ya entonces el Papa –y todavía faltaban muchos años para que empezara siquiera a hablarse de beatificación del llamado "arquitecto de Dios"– que detrás de aquella obra maestra de la arquitectura religiosa de nuestro tiempo estaban la figura y el espíritu admirable de un artista profundamente cristiano.


Muchos años atrás, en 1915, un nuncio del Papa, monseñor Ragonesi, al visitar las obras, le había dicho a Gaudí: "Usted es el dante de la arquitectura, y su obra es uno de los más grandes poemas cristianos en piedra." Muchas horas y muchos insomnios le había costado aquel grandioso proyecto al arquitecto que hasta comía frugalmente sobre su propia mesa de despacho, y que, aparte de algunos trabajos profesionales, no escribió libro alguno, a no ser el maravilloso libro vital de sus propias obras, que puso al servicio de la mayor gloria de Dios nada menos que durante cuarenta y tres años.

Para poder terminar el templo de la Sagrada Familia renunció a su sueldo de 200 pesetas y a sus honorarios como arquitecto; y llegó incluso a pedir limosna, personalmente, para tratar de terminarlo. Un día, Juan Bergós lo encontró en su estudio mirando un plano y una libreta abierta al lado. "Mire usted –le dijo–, en esta página esta contenida toda la doctrina cristiana."

Etsuro Sotto –también lo ha contado Paris match– llegó a Barcelona como turista hace veinte años. Etsuro, que en japonés significa "hombre feliz", era un joven escultor nipón que quería trabajar en Alemania; pero se quedó "en Barcelona con Gaudí", asegura. Fue bautizado por el obispo auxiliar de Barcelona, monseñor Carrera, en la cripta de la Sagrada familia.

Testimonia: "Gaudí me enseño que el amor al hombre y a Dios es la mejor herramienta de trabajo. Yo –añade– intento meterme en su forma de trabajar, ponerme en su lugar, para comprender plenamente se espiritualidad. Fue un adelantado a su época."

A Gaudí, cuando le hablaba de la originalidad de sus obras, se le encendía una luz en la mirada y contestaba: "Le doy a usted las gracias, porque originalidad es volver al origen."

Una originalidad la suya que, luego, fue otro intenso milagro de luz, interior y misteriosa, en este caso, no como la exterior que resbalaba por la piedra de sus creaciones arquitectónicas.
Gaudi fue un hombre de Dios con quien mantuvo una hermosa sintonía reflejada en su intensa vida espiritual. Oía la Santa Misa y comulgaba diariamente, y todos los días visitaba a Jesucristo sacramentado, y jamás faltaba en las grandes manifestaciones religiosas de la ciudad, o del templo. Las demás horas del día las pasaba en el trabajo y en la oración. Su esperanza en Dios le daba una completa paz y serenidad de espíritu en los momentos de adversidad. "Dios lo quiere así –decía–; su Divina Providencia sabe lo que hace."

Era devotísimo de la Sagrada Familia, y especialmente de San José. Si alguien le preguntaba cómo sería posible concluir el todavía hoy inacabado templo de la Sagrada Familia, el gran sueño de siempre en su vida ("Tengo sesenta y cuatro años –dijo un día–, y la mitad de ellos los he empleado en este templo, y ahora soy ya su portero…"), en seguida le contestaban: "No se apure: San José es un santo que tiene muchos recursos." Veneraba al Romano Pontífice. No tenía dinero. Una vez pudo ir a Roma, pero prefirió donar lo que el viaje le hubiera costado –y Dios sabe la ilusión con que habría visitado la tumba de Pedro– para que le fuese donado al Santo Padre.

De fe firme y confiada acabó por imponerse a su difícil temperamento y también a todas las ideas demoledoras de su época de juventud; profundización constante, a través de la Liturgia, en el conocimiento de la historia de la Salvación; ejemplar seguimiento del Evangelio; esperanza incesante; amor a Dios y amor sacrificado y generoso a su prójimo; piedad y deseo permanente de perfección en las virtudes cristianas: éstas fueron las páginas magistrales del libro de la vida de este arquitecto genial cuya vida, sin embargo, humanamente, a primera vista, pudo parecer a muchos un fracaso. Lo fue, pues muchas de las obras que proyectó ni llegaron siquiera a iniciarse –por ejemplo, la restauración del monasterio de Poblet–, y algunas quedaron inacabadas; pero no ocurrió así, desde luego, con la propia obra de su interior construcción espiritual.

El día de su muerte lo había pasado como todos, en su templo: vivía en el taller de la obra, a la que dedicó cuarenta y tres años de su vida; a pie de obra, dirigiendo personalmente hasta el mas mínimo detalle. Salió, como de costumbre, a las cinco de la tarde, hacia el Oratorio de San Felipe Neri. Al cruzar la Gran Vía barcelonesa, a la altura de Bailén, le atropelló el tranvía. Iba calzado con zapatillas de felpa, y con los tobillos envueltos en vendas de lana. Se alimentaba frugalísimamente, pan y fruta las más de las veces. Su lectura habitual era la Biblia y El año litúrgico, del benedictino Dom Deranguer. Había estudiado un curso de gregoriano, porque se decía convencido de que el ritmo y la espiritualidad del canto gregoriano le servían de orientación plástica para sus obras. "No vengo aquí a estudiar gregoriano, decía, sino arquitectura."

Días antes en que fue atropellado le dice a un sacerdote íntimamente amigo suyo: "Yo soy batallador por temperamento; he luchado siempre, y siempre me he salido con la mía, menos en una cosa: en la lucha contra mi genio. Con éste no logro acabar".

Como suele ocurrir a menudo en la Iglesia –y es algo que, afortunadamente, Juan Pablo II está cambiando también–, al morir una persona con fama de santidad evidente entre el pueblo de Dios, si no tiene detrás de sí una organización religiosa, una Congregación, es raro que se abra el proceso de canonización. Es lo que ocurrió con Gaudí también; pero apenas surgió en Cataluña la idea de fundar la Asociación para promover la beatificación de Antonio Gaudí, el pueblo cristiano se sumó a la iniciativa de manera realmente entusiasta.


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