Gaudí fue el creador de una nueva arquitectura basada en las líneas curvas. Experimentó estructuras y nuevas formas de una manera continuada. Por este motivo, prefería desarrollar sus ideas a escala y en forma corpórea. La tridimensionalidad de sus maquetas en yeso, barro, tela metálica, o cartón mojado y moldeado, le acompañaron siempre. Sus ideas "corpóreas", en muchas ocasiones, no fueron sometidas a la limitación que obligan las dos dimensiones del papel de dibujo. A veces modificaba las formas directamente en la obra, en el momento de la realización.
El Presidente de esa Asociación, don José Manuel Almuzara, testimonia: "Para nosotros, no hay ninguna duda de la santidad de Gaudí: dedicó toda su vida a la gloria de Dios, y eso queda reflejado en su obra, no sólo la religiosa sino también la civil." El actual párroco del templo de la Sagrada Familia, don Luis Bonet, ha afirmado: "Gaudí era un hombre bueno, humilde, de grandes virtudes, hombre de oración y de vida espiritual hondísima."
Éstas fueron las primeras palabras que el Papa Juan pablo II dijo nada más ver, por vez primera, en 1982, el templo creado por Gaudí en Barcelona. Sabía bien ya entonces el Papa –y todavía faltaban muchos años para que empezara siquiera a hablarse de beatificación del llamado "arquitecto de Dios"– que detrás de aquella obra maestra de la arquitectura religiosa de nuestro tiempo estaban la figura y el espíritu admirable de un artista profundamente cristiano.
Muchos años atrás, en 1915, un nuncio del Papa, monseñor Ragonesi, al visitar las obras, le había dicho a Gaudí: "Usted es el dante de la arquitectura, y su obra es uno de los más grandes poemas cristianos en piedra." Muchas horas y muchos insomnios le había costado aquel grandioso proyecto al arquitecto que hasta comía frugalmente sobre su propia mesa de despacho, y que, aparte de algunos trabajos profesionales, no escribió libro alguno, a no ser el maravilloso libro vital de sus propias obras, que puso al servicio de la mayor gloria de Dios nada menos que durante cuarenta y tres años.
Etsuro Sotto –también lo ha contado Paris match– llegó a Barcelona como turista hace veinte años. Etsuro, que en japonés significa "hombre feliz", era un joven escultor nipón que quería trabajar en Alemania; pero se quedó "en Barcelona con Gaudí", asegura. Fue bautizado por el obispo auxiliar de Barcelona, monseñor Carrera, en la cripta de la Sagrada familia.
Testimonia: "Gaudí me enseño que el amor al hombre y a Dios es la mejor herramienta de trabajo. Yo –añade– intento meterme en su forma de trabajar, ponerme en su lugar, para comprender plenamente se espiritualidad. Fue un adelantado a su época."
A Gaudí, cuando le hablaba de la originalidad de sus obras, se le encendía una luz en la mirada y contestaba: "Le doy a usted las gracias, porque originalidad es volver al origen."
Una originalidad la suya que, luego, fue otro intenso milagro de luz, interior y misteriosa, en este caso, no como la exterior que resbalaba por la piedra de sus creaciones arquitectónicas.
Era devotísimo de la Sagrada Familia, y especialmente de San José. Si alguien le preguntaba cómo sería posible concluir el todavía hoy inacabado templo de la Sagrada Familia, el gran sueño de siempre en su vida ("Tengo sesenta y cuatro años –dijo un día–, y la mitad de ellos los he empleado en este templo, y ahora soy ya su portero…"), en seguida le contestaban: "No se apure: San José es un santo que tiene muchos recursos." Veneraba al Romano Pontífice. No tenía dinero. Una vez pudo ir a Roma, pero prefirió donar lo que el viaje le hubiera costado –y Dios sabe la ilusión con que habría visitado la tumba de Pedro– para que le fuese donado al Santo Padre.
De fe firme y confiada acabó por imponerse a su difícil temperamento y también a todas las ideas demoledoras de su época de juventud; profundización constante, a través de la Liturgia, en el conocimiento de la historia de la Salvación; ejemplar seguimiento del Evangelio; esperanza incesante; amor a Dios y amor sacrificado y generoso a su prójimo; piedad y deseo permanente de perfección en las virtudes cristianas: éstas fueron las páginas magistrales del libro de la vida de este arquitecto genial cuya vida, sin embargo, humanamente, a primera vista, pudo parecer a muchos un fracaso. Lo fue, pues muchas de las obras que proyectó ni llegaron siquiera a iniciarse –por ejemplo, la restauración del monasterio de Poblet–, y algunas quedaron inacabadas; pero no ocurrió así, desde luego, con la propia obra de su interior construcción espiritual.
Días antes en que fue atropellado le dice a un sacerdote íntimamente amigo suyo: "Yo soy batallador por temperamento; he luchado siempre, y siempre me he salido con la mía, menos en una cosa: en la lucha contra mi genio. Con éste no logro acabar".
Como suele ocurrir a menudo en la Iglesia –y es algo que, afortunadamente, Juan Pablo II está cambiando también–, al morir una persona con fama de santidad evidente entre el pueblo de Dios, si no tiene detrás de sí una organización religiosa, una Congregación, es raro que se abra el proceso de canonización. Es lo que ocurrió con Gaudí también; pero apenas surgió en Cataluña la idea de fundar la Asociación para promover la beatificación de Antonio Gaudí, el pueblo cristiano se sumó a la iniciativa de manera realmente entusiasta.
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