lunes, 13 de octubre de 2008

El llamado de Cristo: Padre Alberto Hurtado.

Meditación del Reino, del retiro de Semana Santa para jóvenes de 1946


Cristo vino a este mundo no para hacer una obra solo, sino con nosotros, con todos nosotros, para ser la cabeza de un gran cuerpo cuyas células vivas, libres, activas, somos nosotros. Todos estamos llamados a estar incorporados en Él, ese es el grado básico de la vida cristiana... Pero para otros hay llamados más altos: a entregarse a Él; a ser sólo para Él; a hacerlo norma de su inteligencia, a considerarlo, en cada una de sus acciones, a seguirlo en sus empresas, más aun, ¡¡a hacer de su vida la empresa de Cristo!! Para el marino, su vida es el mar; para el soldado, el ejército; para la enfermera, el hospital; para el agricultor, el campo; para el alma generosa, ¡¡su vida es la empresa de Cristo!!

Esto es lo esencial del llamamiento de Cristo: ¿Quisieras consagrarme tu vida? ¡No es problema de pecado! ¡Es problema de consagración! ¿A qué? A la santidad personal y al apostolado. Santidad personal que ha de ir calcada por la santidad de Cristo.

Si Él te llamara, ¿qué harías?... Quisiera que lo pensaras a fondo, porque esto es lo esencial de los retiros espirituales. Los retiros son un llamado a fondo a la generosidad. No se mueven por temor, ¡no se trata de asustar! Recuerdan los mandamientos, porque no pueden menos que recordarlos. Los mandamientos son la base, el cimiento para toda construcción, porque son la voluntad de Dios obligatoria... Pero no son más que los cimientos, y no se vive en los cimientos, no hay hermosura en los cimientos... Los retiros son para almas que quieran subir, y mientras más arriba mejor; son para quienes han entendido qué significa Amar, y que el cristianismo es amor, que el mandamiento grande por ex­celencia es el del amor.

La prueba de la fe es el amor, amor heroico, y el heroísmo no es o­bligatorio. El sacerdocio, las misiones, las obras de caridad no son ma­teria de obligaciones, de pecado, son absolutamente necesarias para la Iglesia y son obra de la generosidad. El día que no haya sacerdotes no habrá sacramentos, y el sacerdocio no es obligatorio; el día que no haya misioneros, no avanzará la fe, y las misiones no son obligatorias; el día que no haya quienes cuiden a los leprosos y a los pobres no ha­brá el testimonio distintivo de Cristo, y esas obras no son obligatorias... El día que no haya santos, no habrá Iglesia y la santidad no es obli­gatoria. ¡Qué grande es esta idea! ¡La Iglesia no vive del cumplimiento del deber, sino de la generosidad de sus fieles!

Si Él te llamara, ¿qué le dirías? ¿En qué disposición estás? ¡¡Pide, ruega estar en la mejor!! San Ignacio pide al que entra en Ejercicios: ¡Grande ánimo y liberalidad para con Dios Nuestro Señor! ¡¡Querer afectarse y entregarse enteros!!

Señor, si en nuestro atribulado siglo XX, que viene saliendo de esta horrenda carnicería: campos de concentración, deportaciones, bombardeos, que trabajó afanosamente por matar con armas mil veces peores, que se despedazan por poseer más, por más negocios, más con­fort, más honras, menos dolor; si en este mundo del siglo XX, una generación comprendiese su misión y quisiera dar testimonio del Cristo en que cree, no sólo con gritos que nada significan de Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera... ¿Dónde?, sino en la ofrenda humilde, silenciosa de sus vidas, para hacerlo reinar por los caminos en que Cristo quiere reinar: en su pobreza, mansedumbre, humillación, en sus dolores, en su oración, ¡¡en su caridad humilde y abnegada!!

¡Si Cristo encontrara esa generación! Si Cristo encontrara uno... ¿querrás ser tú?, el más humilde. El más inútil a los ojos del mundo, puede ser el más útil a los ojos de Dios... Yo, Señor, nada valgo... pero confuso, con temor y temblor, yo te ofrezco mi propio corazón. El Señor entró a Jerusalén el día de su triunfo en un asno, y sigue fiel a esa su práctica, entra en las almas de los asnos de buena voluntad, pobres, mansos, humildes. ¿Quieres ser el asno de Cristo? Cristo no me quiere engañar, me precisa la empresa... Es difícil, bien difícil. Hay que luchar contra las pasiones propias, que apetecen lo contrario de su programa. ¡No estarán muertas de una vez para siempre, sino que habrán de ir muriendo cada día!

Hay que luchar contra el ambiente: amigos, familia, mundo, atracciones... todo parecerá levantarse escandalizado ante quienes pretendan, con tal ejemplo, por más modestamente que se dé, señalar su error. ¡Si me a­man querrán darme lo que llaman bienes! y librarme de exageraciones ridículas, pasadas de moda, «que hacen más mal que bien...». ¿A qué esas exageraciones? ¿Por qué no hacer como todos? Luchar contra los escándalos... luchar contra los desalientos de la empresa, el cansancio de la edad, la sequedad del espíritu, el tedio, la fatiga, la monotonía... Sí, hay que luchar, pero allí estoy Yo. Tened confianza en Mí, Yo he vencido al mundo. Mi yugo es suave y mi carga ligera... Venid a Mí los que estáis trabajados y car­gados y Yo os aliviaré... El que tenga sed, venga a Mí y beba. ¡¡Yo haré brotar en él una fuente que brota hasta la vida eterna!! (Jn 16,33; Mt 11,30.29; Jn 7,37–38).

Necesito de ti... No te obligo, pero necesito de ti para realizar mis planes­ de amor. Si tú no vienes, una obra quedará sin hacerse que tú, sólo tú puedes realizar. Nadie puede tomar esa obra, porque cada uno tiene su parte de bien que realizar. Mira el mundo; los campos cómo amarillean, cuánta hambre, cuánta sed en el mundo. Mira cómo me buscan a mí, incluso cuando se me persigue... Hay un hambre ardiente, atormentadora de justicia, de honradez, de respeto a la persona; una voluntad resuelta a hacer saltar el mundo con tal que terminen explotaciones vergonzosas; hay gentes, entre los que se llaman mis enemigos, que practican por odio lo que ense­ño por amor... Hay un hambre en muchos de Religión, de espíritu, de con­fianza, de sentido de la vida.

¿Difícil? ¡Sí! El mundo no lo comprenderá... Se burlará... Dirá: ¡exageraciones! ¡Que se ha vuelto loco! De Jesús se dijo que estaba loco, se le vistió loco, se le acusó de endemoniado... y finalmente se le crucificó. Y si Cristo viniera hoy a la tierra, horror me da pensarlo, no sería crucificado pero sería fusilado. Si viniera a Chile... se levantaría una sedición en su contra ¿de quiénes? ¿Qué se diría contra Él en la prensa, en las Cátedras? ¿Quiénes hablarían? Dios quiera que nosotros no formáramos parte del coro de sus acusadores, ni de los que lo fusilaran. ¿Difícil? ¡Sí! Pero aquí, sólo aquí, reside la vida.

En la gran obra de Cristo todos tenemos un sitio; distinto para cada uno, pero un sitio en el plano de la santidad. En la cadena de la gracia que Dios destina a la bondad. ¡Yo estoy llamado a ser un eslabón! Puedo serlo, puedo rechazar, ¿qué haré? La respuesta: Plantearme este problema a fondo ¡y responder con seriedad!

La respuesta de los jóvenes.

Muchos no tendrán el valor de planteárselo. Será superior a sus fuerzas pero, ¿si pensaran en las fuerzas de Cristo? Si pensaran que con Cristo, ellos también podrían ser santos. ¡Que no se refugien en la cobardía del puro deber!

Otros darán la limosna de algo. ¡¡Algo es!! Peor sería nada. ¡Pero no es eso lo que Cristo pide! No hay que ofrecer otra cosa, insistiendo que es buena, cuando Cristo pide otra mejor: La voluntad de Dios única y sola­.

Los tesoros son los generosos, los que se entregan y afectan, y para estar seguros de hacer la voluntad del Señor, «actuando contra su sensibilidad» abrazan lo más difícil en espíritu, lo piden, lo suplican les sea concedido... y sólo dejarán aquellas donaciones si el Señor les muestra su camino en terreno más suave. Pero en cuanto de su parte, ¡a aquello van!

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