miércoles, 1 de octubre de 2008

"Enseñando la fe en un mundo posmoderno" por Carlo María Martini S.I.

F.V.D.

Una mentalidad postmoderna podría definirse en términos de opuestos: una atmósfera y un movimiento de pensamiento que tiene una postura de oposición al mundo como lo hemos conocido hasta ahora. Esta mentalidad se distancia de buena gana de la metafísica, el aristotelismo, la tradición agustina y de Roma, considerada como el centro de la Iglesia, y de muchas otras cosas.

Este pensamiento se mantiene distante de un mundo cristiano platónico anterior, en el cual se daban por sentado la primacía de la verdad y los valores sobre los sentimientos, de la inteligencia sobre la voluntad, del espíritu sobre la carne, de la unidad sobre el pluralismo, del ascetismo sobre la vida, del amor eterno sobre el temporal. En nuestro mundo hay una preferencia espontánea de los sentimientos sobre la voluntad, de las impresiones sobre la inteligencia, de una lógica arbitraria y la búsqueda del placer sobre la moral ascética y prohibitiva. Este es un mundo en el cual la sensibilidad, la emoción y el momento presente tienen prioridad. Por lo tanto, la existencia humana es un lugar donde hay libertad sin restricciones, donde la persona ejerce, o cree que puede ejercer, su imperio y creatividad personales.

Al mismo tiempo este movimiento también es una rebelión contra una mentalidad excesivamente racional. Desde la literatura, la pintura, la música y las nuevas ciencias humanas (especialmente el psicoanálisis), muchas personas dejaron de creer que viven en un mundo regido por leyes racionales, donde la civilización occidental es un modelo para que el mundo imite. Se acepta que todas las civilizaciones son iguales, mientras que con anterioridad insistíamos en la así llamada tradición clásica. Ahora hay un poco de todo en el mismo plano, porque ya no hay criterios mediante los cuales verificar qué es una civilización real y auténtica.

Hay oposición a la racionalidad, que es vista como fuente de violencia, porque la gente cree que la racionalidad puede ser impuesta porque es la verdad. Hay aceptación de toda forma de diálogo e intercambio a causa de un deseo de estar siempre abierto a lo otro, a lo diferente, a sospechar de uno mismo y a desconfiar de lo que sea que quiere afirmar su identidad por medio de la fuerza. Por eso el cristianismo no es fácilmente aceptado cuando se presenta como la verdadera religión. Me acuerdo de un joven que me dijo recientemente: "Por sobre todo, no me digas que el cristianismo es la verdad. Eso me molesta, me bloquea. Es completamente distinto decir que el cristianismo es hermoso…" Se prefiere la belleza a la verdad.

En esta atmósfera, la tecnología ya no es un medio al servicio de la humanidad, sino un medio en el cual uno percibe las reglas con las cuales interpretar al mundo. Ya no hay una esencia de las cosas, sólo el uso de las cosas para una finalidad determinada por la voluntad y el deseo de cada uno.

En esta atmósfera siempre está presente el rechazo al pecado y la redención. Se dice: "Todos son iguales y cada persona es única". Existe un derecho absoluto a ser singular y a reafirmarse. Toda norma moral ha expirado. Ya no hay pecado, no hay perdón, no hay redención, no hay abnegación. Ya no se puede pensar en la vida como sacrificio o sufrimiento.
Una última característica de este movimiento es el rechazo a aceptar cualquier cosa que huela a centralismo o a un deseo de dirigir las cosas desde arriba. Hay un "complejo anti-Roma" en esta manera de pensar. Hemos pasado de un contexto en el cual lo universal era más importante; lo que estaba escrito y era general y eterno, lo que era durable e inmutable era preferido a lo particular, local y temporal. Hoy en día, se prefiere el conocimiento más contextual, local, pluralista, adaptable a las distintas circunstancias y diferentes épocas.

No quiero decir que todo esto sea completamente falso. Se necesitaría una gran dosis de discernimiento para distinguir lo verdadero de lo falso, lo que se dice como una aproximación de lo que se dice con precisión, lo que es simplemente una tendencia o una moda, de lo que es una declaración sólida. Lo que estoy diciendo es que esta mentalidad está en todas partes, especialmente donde hay gente joven, y debe tomarse en cuenta.

Y digo más. Tal vez esta situación es mejor que la que existió antes. El cristianismo tiene la oportunidad de demostrar mejor su carácter de desafío, de objetividad, de realismo, de ejercicio de verdadera libertad, de una religión ligada a la vida del cuerpo y no sólo de la mente. En el mundo como en el que vivimos hoy, el misterio de un Dios no disponible y siempre sorprendente adquiere mayor belleza; la fe entendida como un riesgo se torna más atractiva; la visión trágica de la existencia se fortalece con consecuencias felices en contraste con una visión puramente evolucionaria. El cristianismo aparece más hermoso, más cercano a la gente, pero también más verdadero. El misterio de la Trinidad aparece como la fuente del sentido de la vida y una ayuda para comprender el misterio de la existencia humana.

Sin embargo, enseñar la fe en este mundo es un desafío. Para estar preparado uno debe tomar las siguientes actitudes muy a pecho:

No te sorprendas por la diversidad. No te asustes por lo que es diferente o novedoso, sino que míralo como algo que encierra un regalo de Dios. Prueba que puedes escuchar cosas muy distintas a las que normalmente escuchamos, pero sin juzgar al interlocutor de inmediato; trata de comprender lo que se está diciendo y los argumentos básicos que se han expuesto. Los jóvenes son muy sensibles ante una actitud de escuchar sin juzgar. Esta actitud les da el valor de decir lo que realmente sienten y a empezar a distinguir lo que es realmente verdadero de aquello que sólo parece verdadero. Como dice San Pablo: "Examina todo con discernimiento; conserva lo bueno; mantente distante de todo trazo de maldad" (2 Thes 5: 21-22).

Arriésgate. La fe es el gran riesgo de la vida. "El que quiera salvar su vida la perderá, pero aquel que pierda su vida por mi causa, la encontrará" (Mt 16:25). Debemos renunciar a todo por Cristo y su Evangelio.

Hazte amigo de los pobres. Pon a los pobres en el centro de tu vida porque ellos son amigos de Jesús, quien se hizo uno de ellos.

Aliméntate con el Evangelio. Tal como Jesús nos dice en su discurso sobre el pan de la vida: "El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo" (Juan 6:33).


Para ayudar a desarrollar estas actitudes, propongo cuatro ejercicios:

1. Lectio divina. Esta es una recomendación de Juan Pablo II: "Es especialmente necesario que el escuchar la Palabra se transforme en un encuentro esencial, seguido de la tradición antigua y aún vigente de la lectio divina, que nos permite descubrir en el texto bíblico el mundo vivo que nos desafía, nos dirige, que le da forma a nuestra existencia" (Novo Millennio Ineunte, No. 39). La Palabra de Dios alimenta la vida, la oración y el viaje diario, es el principio de unidad de la comunidad en una unidad de pensamiento, la inspiración para la renovación continua y para la creatividad apostólica (Setting Out Again From Christ, 2002, N° 24).

2. Se tu propio dueño. Necesitamos reaprender que la franca oposición a los deseos a veces es más placentera que las concesiones interminables ante cualquier cosa que aparezca como deseable, pero que termina en tedio y saciedad.

3. Silencio. Necesitamos alejarnos de una enfermiza esclavitud hacia los rumores y el parloteo sin fin de una música sin carecer que sólo produce ruido y tener cada día al menos una media hora de silencio y un medio día a la semana para pensar en nosotros, para reflexionar y rezar durante un período más largo. Esto puede parecer como algo difícil, pero cuando tú muestras la paz interior y la tranquilidad producto de este ejercicio, los jóvenes se atreven y descubren en él una fuente sin precedentes de vida y felicidad.

4. Humildad. No creas que está en nosotros resolver los grandes problemas de nuestros tiempos. Deja lugar para el Espíritu Santo, que trabaja mejor que nosotros y más profundamente. No quieras ahogar el Espíritu en los otros: el Espíritu es el que respira. En cambio, sé sensible a sus manifestaciones más sutiles, y para eso, necesitas silencio.

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