viernes, 25 de diciembre de 2009
jueves, 24 de diciembre de 2009
MISA DE NOCHEBUENA
SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Basílica Vaticana
25 de diciembre de 2008
Queridos hermanos y hermanas
«¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?». Así canta Israel en uno de sus Salmos (113 [112],5s), en el que exalta al mismo tiempo la grandeza de Dios y su benévola cercanía a los hombres. Dios reside en lo alto, pero se inclina hacia abajo... Dios es inmensamente grande e inconmensurablemente por encima de nosotros. Esta es la primera experiencia del hombre. La distancia parece infinita. El Creador del universo, el que guía todo, está muy lejos de nosotros: así parece inicialmente. Pero luego viene la experiencia sorprendente: Aquél que no tiene igual, que «se eleva en su trono», mira hacia abajo, se inclina hacia abajo. Él nos ve y me ve. Este mirar hacia abajo es más que una mirada desde lo alto. El mirar de Dios es un obrar. El hecho que Él me ve, me mira, me transforma a mí y al mundo que me rodea. Así, el Salmo prosigue inmediatamente: «Levanta del polvo al desvalido...». Con su mirar hacia abajo, Él me levanta, me toma benévolamente de la mano y me ayuda a subir, precisamente yo, de abajo hacia arriba. «Dios se inclina». Esta es una palabra profética. En la noche de Belén, esta palabra ha adquirido un sentido completamente nuevo. El inclinarse de Dios ha asumido un realismo inaudito y antes inimaginable. Él se inclina: viene abajo, precisamente Él, como un niño, incluso hasta la miseria del establo, símbolo toda necesidad y estado de abandono de los hombres. Dios baja realmente. Se hace un niño y pone en la condición de dependencia total propia de un ser humano recién nacido. El Creador que tiene todo en sus manos, del que todos nosotros dependemos, se hace pequeño y necesitado del amor humano. Dios está en el establo. En el antiguo Testamento el templo fue considerado algo así como el escabel de Dios; el arca sagrada como el lugar en que Él, de modo misterioso, estaba presente entre los hombres. Así se sabía que sobre el templo, ocultamente, estaba la nube de la gloria de Dios. Ahora, está sobre el establo. Dios está en la nube de la miseria de un niño sin posada: qué nube impenetrable y, no obstante, nube de la gloria. En efecto, ¿de qué otro modo podría aparecer más grande y más pura su predilección por el hombre, su preocupación por él? La nube de la ocultación, de la pobreza del niño totalmente necesitado de amor, es al mismo tiempo la nube de la gloria. Porque nada puede ser más sublime, más grande, que el amor que se inclina de este modo, que desciende, que se hace dependiente. La gloria del verdadero Dios se hace visible cuando se abren los ojos del corazón ante del establo de Belén.
Aparece la invitación a la vigilancia, a permanecer despiertos para percibir llegada de Dios y estar preparados para ella. Por tanto, también aquí la palabra significa quizás algo más que el simple estar materialmente despiertos durante la noche. (Los pastores) fueron realmente personas en alerta, en las que estaba vivo el sentido de Dios y de su cercanía. Personas que estaban a la espera de Dios y que no se resignaban a su aparente lejanía de su vida cotidiana. A un corazón vigilante se le puede dirigir el mensaje de la gran alegría: en esta noche os ha nacido el Salvador. Sólo el corazón vigilante es capaz de creer en el mensaje. Sólo el corazón vigilante puede infundir el ánimo de encaminarse para encontrar a Dios en las condiciones de un niño en el establo. Roguemos en esta hora al Señor que nos ayude también a nosotros a convertirnos en personas vigilantes.
Los pastores mismos estaban «envueltos» en la gloria de Dios, en la nube de luz, que se encontraron en el íntimo resplandor de esta gloria. Envueltos por la nube santa escucharon el canto de alabanza de los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama». Y, ¿quiénes son estos hombres de su benevolencia sino los pequeños, los vigilantes, los que están a la espera, que esperan en la bondad de Dios y lo buscan mirando hacia Él desde lejos?
En los Padres de la Iglesia se puede encontrar un comentario sorprendente sobre el canto con el que los ángeles saludan al Redentor. Hasta aquel momento –dicen los Padres– los ángeles conocían a Dios en la grandeza del universo, en la lógica y la belleza del cosmos que provienen de Él y que lo reflejan. Habían escuchado, por decirlo así, el canto de alabanza callado de la creación y lo habían transformado en música del cielo. Pero ahora había ocurrido algo nuevo, incluso sobrecogedor para ellos. Aquél de quien habla el universo, el Dios que sustenta todo y lo tiene en su mano, Él mismo había entrado en la historia de los hombres, se había hecho uno que actúa y que sufre en la historia. De la gozosa turbación suscitada por este acontecimiento inconcebible, de esta segunda y nueva manera en que Dios ha manifestado –dicen los Padres– surgió un canto nuevo, una estrofa que el Evangelio de Navidad ha conservado para nosotros: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama». Tal vez podemos decir que, según la estructura de la poesía judía, este doble versículo, en sus dos partes, dice en el fondo lo mismo, pero desde un punto de vista diferente. La gloria de Dios está en lo más alto de los cielos, pero esta altura de Dios se encuentra ahora en el establo: lo que era bajo se ha hecho sublime. Su gloria está en la tierra, es la gloria de la humildad y del amor. Y también: la gloria de Dios es la paz. Donde está Él, allí hay paz. Él está donde los hombres no pretenden hacer autónomamente de la tierra el paraíso, sirviéndose para ello de la violencia. Él está con las personas del corazón vigilante; con los humildes y con los que corresponden a su elevación, a la elevación de la humildad y el amor. A estos da su paz, porque por medio de ellos entre la paz en este mundo.
El teólogo medieval Guillermo de S. Thierry dijo una vez: Dios ha visto que su grandeza –a partir de Adán– provocaba resistencia; que el hombre se siente limitado en su ser él mismo y amenazado en su libertad. Por lo tanto, Dios ha elegido una nueva vía. Se ha hecho un niño. Se ha hecho dependiente y débil, necesitado de nuestro amor. Ahora –dice ese Dios que se ha hecho niño– ya no podéis tener miedo de mí, ya sólo podéis amarme.
Con estos pensamientos nos acercamos en esta noche al Niño de Belén, a ese Dios que ha querido hacerse niño por nosotros. En cada niño hay un reverbero del niño de Belén. Cada niño reclama nuestro amor. Pensemos por tanto en esta noche de modo particular también en aquellos niños a los que se les niega el amor de los padres. A los niños de la calle que no tienen el don de un hogar doméstico. A los niños que son utilizados brutalmente como soldados y convertidos en instrumentos de violencia, en lugar de poder ser portadores de reconciliación y de paz. A los niños heridos en lo más profundo del alma por medio de la industria de la pornografía y todas las otras formas abominables de abuso. El Niño de Belén es un nuevo llamamiento que se nos dirige a hacer todo lo posible con el fin de que termine la tribulación de estos niños; a hacer todo lo posible para que la luz de Belén toque el corazón de los hombres. Solamente a través de la conversión de los corazones, solamente por un cambio en lo íntimo del hombre se puede superar la causa de todo este mal, se puede vencer el poder del maligno. Sólo si los hombres cambian, cambia el mundo y, para cambiar, los hombres necesitan la luz que viene de Dios, de esa luz que de modo tan inesperado ha entrado en nuestra noche.
Solamente los pastores que velaban fueron envueltos por unos momentos en el esplendor luminoso de su llegada y pudieron escuchar una parte de aquel canto nuevo nacido de la maravilla y de la alegría de los ángeles por la llegada de Dios. Este venir silencioso de la gloria de Dios continúa a través de los siglos. Donde hay fe, donde su palabra se anuncia y se escucha, Dios reúne a los hombres y se entrega a ellos en su Cuerpo, los transforma en su Cuerpo. Él «viene». Y, así, el corazón de los hombres se despierta. El canto nuevo de los ángeles se convierte en canto de los hombres que, a lo largo de los siglos y de manera siempre nueva, cantan la llegada de Dios como niño y, se alegran desde lo más profundo de su ser.
Aquél es la razón de nuestra alegría, el Dios que viene, el Dios que por nosotros se ha hecho niño. En la fe en Él recibimos la vida. En el sacramento de la Eucaristía Él se nos da, da una vida que llega hasta la eternidad. En estos momentos nosotros nos sumamos al canto de alabanza de la creación, y nuestra alabanza es al mismo tiempo una plegaria: Sí, Señor, haz vernos algo del esplendor de tu gloria. Y da la paz en la tierra. Haznos hombres y mujeres de tu paz. Amén.
martes, 8 de diciembre de 2009
domingo, 22 de noviembre de 2009
Jesúcristo, Rey del Universo
viernes, 20 de noviembre de 2009
Himno del hermano Sol
Tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;
Tan solo tú eres digno de toda bendición,
Y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
Y en especial loado por el hermano sol,
Que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
Y lleva por los cielos noticias de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
Y las estrellas claras que tu poder creó,
Tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
Y brillan en los cielos: ¡Loado mi Señor!
Y por la hermana agua, precisa en su candor,
Que es útil, casta, humilde: ¡Loado mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
Y es fuerte, hermoso, alegre: ¡Loado mi Señor!
Y por la hermana tierra que es toda bendición,
La hermana madre tierra, que da en toda ocasión
Las hierbas y los frutos y flores de color
Y nos sustenta y rige: ¡Loado mi Señor!
Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
Los males corporales y la tribulación:
¡Felices los que sufren en paz con el dolor,
Porque les llega el tiempo de la consolación!
Y por la hermana muerte: ¡Loado mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡Ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.
Himno del hermano Sol
San Francisco de Asis
miércoles, 4 de noviembre de 2009
El alimento, un derecho fundamental
BENEDICTO XVI
Vaticano, 16 de octubre de 2009
lunes, 19 de octubre de 2009
Vivir por Dios
“Busquen primero el Reino y su justicia, y
todo lo demás se les dará por añadidura”
(Mt. 6, 33)
La primera preocupación del hombre, en general, es la búsqueda ansiosa de lo necesario para dar seguridad a su existencia. Quizás sea así también para ti. Y bien, Jesús te pone de frente a “su” modo de ver y te ofrece un modo de actuar suyo. Te pide un comportamiento totalmente diferente al usual, y no para tener una única vez, sino siempre. Es éste: buscar primero el reino de Dios.
Cuando estés orientado con todo tu ser hacia Dios y hagas de todo para que Él reine (es decir, gobierne tu vida con sus leyes) dentro de ti y en los otros, el Padre te dará aquello de lo cual tienes necesidad día por día.
En cambio, si te preocupas antes que nada por ti mismo, terminas con cuidar principalmente las cosas de este mundo y caes víctima de éstas. Terminas con ver en los bienes de esta tierra “tu” verdadero problema, el “fin” de todos tus esfuerzos. Y te nace adentro la grave tentación de contar únicamente con tus fuerzas y de hacer a menos de Dios.
“Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.”
Jesús da vuelta la situación. Si tu preocupación primera es Él, vivir por Él, entonces el resto ya no constituirá el problema principal de tu existencia, sino un “agregado” o una “añadidura”.
¿Utopía? ¿Palabra irrealizable para ti, hombre moderno, hoy, en un mundo industrializado donde rige la competencia y que a menudo está en crisis económica? Te recuerdo simplemente que las dificultades concretas de subsistencia para la gente de Galilea, no eran mucho menores cuando Jesús pronunció estas palabras.
No es cuestión de utopía o menos, Jesús te pone delante de la impostación fundamental de tu vida: o vives para ti, o vives para Dios.
“Busquen el Reino y su justicia” significa, además, tener una conducta conforme a las exigencias de Dios manifestadas por Jesús en su Evangelio. Solamente buscando el reino de Dios, el cristiano experimentará la potencia maravillosa del Padre en su favor.
Chiara Lubich
martes, 13 de octubre de 2009
La pobreza y el Amor
miércoles, 7 de octubre de 2009
La oracion, luz del alma.
jueves, 24 de septiembre de 2009
Frases del Padre Pio
viernes, 18 de septiembre de 2009
Festividad de San José de Cupertino
San José de Cupertino, patrono de los estudiantes, estimula al mundo de la cultura, en particular de la escuela, a fundar el saber humano en la sabiduría de Dios. Y precisamente gracias a su docilidad interior a las sugerencias de la sabiduría divina, este singular santo puede proponerse como guía espiritual de todas las clases de fieles. A los sacerdotes y a los consagrados, a los jóvenes y a los adultos, a los niños y a los ancianos, a cualquiera que desee ser
discípulo de Cristo, sigue indicándole las prioridades que implica esta opción radical. El reconocimiento del primado de Dios en nuestra existencia, el valor de la oración y de la contemplación, y la adhesión apasionada al Evangelio «sin glosa», sin componendas, son algunas condiciones indispensables para ser testigos creíbles de Jesús, buscando con amor su santo rostro. Así hizo este místico extraordinario, ejemplar seguidor del Poverello de Asís. Tenía un amor tierno al Señor, y vivió al servicio de su reino. Desde el cielo ahora no deja de proteger y sostener a cuantos, siguiendo sus pasos, quieren convertirse a Dios y caminar con decisión por la senda de la santidad.
San José de Cupertino se distinguió por su sencillez y su obediencia. Desprendido de todo, vivió continuamente en camino, yendo de un convento a otro según las órdenes de sus superiores, abandonándose siempre en las manos de Dios.
José de Cupertino, enamorado del misterio de la Encarnación, contemplaba extasiado al Hijo de Dios nacido en Belén, llamándolo afectuosa y confidencialmente «el Niñito». Expresaba casi exteriormente la dulzura de este misterio abrazando una imagen de cera del Niño Jesús, cantando y bailando por la ternura divina derramada abundantemente sobre la humanidad en la cueva de la Navidad.
Era también conmovedora su participación en el misterio de la pasión de Cristo. El Crucificado estaba siempre presente en su mente y en su corazón, en medio de los sufrimientos de una vida llena de incomprensiones y a menudo de obstáculos. Derramaba abundantes lágrimas cuando pensaba en la muerte de Jesús en la cruz, sobre todo porque, como solía repetir, fueron los pecados los que traspasaron el cuerpo inmaculado del Redentor con el martillo de la ingratitud, del egoísmo y de la indiferencia.
Otro aspecto importante de su espiritualidad fue el amor a la Eucaristía. La celebración de la santa misa, así como las largas horas transcurridas en adoración ante el tabernáculo, constituían el centro de su vida de oración y de contemplación. Consideraba el Sacramento del altar como «alimento de los ángeles», misterio de fe legado por Jesús a su Iglesia, Sacramento donde el Hijo de Dios hecho hombre no aparece a los fieles cara a cara, sino corazón a corazón. Con este sumo misterio -afirmaba- Dios nos ha dado todos los tesoros de su divina omnipotencia y nos ha manifestado claramente el exceso de su misericordia divina. El contacto diario con Jesús eucarístico le proporcionaba la serenidad y la paz, que luego transmitía a cuantos encontraba, recordando que en este mundo todos somos peregrinos y forasteros en camino hacia la eternidad.
De la Iglesia, percibida en su íntima realidad de Cuerpo místico, se sentía miembro vivo y activo. Se adhirió totalmente a la voluntad de los Papas de su tiempo, dejándose acompañar dócilmente a los lugares donde la obediencia lo llevaba, aceptando también las humillaciones y las dudas que la originalidad de sus carismas no dejó de suscitar. Ciertamente, no podía negar el carácter extraordinario de los dones que se le concedían, pero, lejos de cualquier actitud de orgullo o vanagloria, alimentaba sentimientos de humildad y de verdad, atribuyendo todo el mérito del bien que florecía entre sus manos a la acción gratuita de Dios.
José de Copertino sigue siendo un santo de extraordinaria actualidad, porque «está espiritualmente cerca de los hombres de nuestro tiempo», a los cuales enseña «a recorrer el camino que lleva a una santidad diaria, caracterizada por el cumplimiento fiel del propio deber».
En efecto, san José es, ante todo, maestro de oración. En el centro de su jornada estaba la celebración de la santa misa, a la que seguían largas horas de adoración ante el sagrario. Según la tradición franciscana más genuina, se sentía fascinado y conmovido por los misterios de la encarnación y la pasión del Señor. San José de Copertino vivió en íntima unión con el Espíritu Santo; estaba totalmente poseído por el Espíritu, del que aprendía las cosas de Dios para traducirlas luego en un lenguaje sencillo y comprensible para todos. Quienes se encontraban con él escuchaban con gusto sus palabras, porque, como cuentan sus biógrafos, aun siendo ignorante de lengua y cojo de caligrafía, cuando hablaba de Dios se transformaba.
En segundo lugar, el santo de Copertino sigue hablando a los jóvenes, y en particular a los estudiantes, que lo veneran como su patrón. Los impulsa a enamorarse del Evangelio, a «remar mar adentro» en el vasto océano del mundo y de la historia, permaneciendo firmemente arraigados en la contemplación del rostro de Cristo.
Seguid el ejemplo de san José, comprometiéndoos a conjugar la sabiduría de la fe con el método riguroso de la ciencia, para que el saber humano, siempre abierto a la trascendencia, avance seguro hacia un conocimiento de la verdad cada vez más pleno.
Él tomó a Cristo como centro de toda su existencia. Fue elocuente su decidido compromiso de orientar constantemente su corazón a Dios, para que nada lo separara de «su» Jesús, amado sobre todas las cosas y personas.
Su testimonio sigue representando para todos una invitación a ser santos. Aunque pertenece a una época en ciertos aspectos bastante diversa de la nuestra, señala un itinerario de espiritualidad válido para todo tiempo; recuerda el primado de Dios, la necesidad de la oración y de la contemplación, la ardiente y confiada adhesión a Cristo, el compromiso del anuncio misionero y el amor a la cruz.
San José de Cupertino sigue resplandeciendo en nuestros días como faro que ilumina el camino diario de cuantos recurren a su intercesión celestial. Conocido popularmente como el «santo de los vuelos» por sus frecuentes éxtasis y sus experiencias místicas extraordinarias, invita a los fieles a secundar las expectativas más íntimas del corazón; los estimula a buscar el sentido profundo de la existencia y, en definitiva, los impulsa a encontrar personalmente a Dios abandonándose plenamente a su voluntad.
Y ¿qué decir de su devoción filial y conmovedora a la santísima Virgen? Desde la juventud aprendió a permanecer largos ratos en oración ante la Virgen de las Gracias, en el santuario de Galatone. Luego, se dedicaba a contemplar la imagen, tan querida para él, de la Virgen de la Grottella, que lo acompañó durante toda su vida. Por último, desde el convento de Ósimo, donde pasó sus últimos años, dirigía a menudo la mirada hacia la basílica de Loreto, secular centro de devoción mariana.
Para él María fue una verdadera madre, con la que mantenía relaciones filiales de sencilla y sincera confianza. Aún hoy repite a los devotos que recurren a él: «Ésta es nuestra protectora, señora, patrona, madre, esposa y auxiliadora».
En san José de Cupertino, muy querido por el pueblo, resplandece la sabiduría de los pequeños y el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas. A través de toda su existencia indica el camino que lleva a la auténtica alegría, aun en medio de las pruebas y tribulaciones: una alegría que viene de lo alto y nace del amor a Dios y a los hermanos, fruto de una larga y ardua búsqueda del verdadero bien y, precisamente por esto, contagiosa para cuantos entran en contacto con ella.
Todas estas características hacen que san José de Cupertino esté espiritualmente cerca de los hombres de nuestro tiempo. Ojalá que, siguiendo su ejemplo, todos aprendan a recorrer el camino que lleva a una santidad cotidiana, caracterizada por el cumplimiento fiel del propio deber diario.
Todo creyente debe «remar mar adentro», confiando en la ayuda del Señor para responder plenamente a su llamada a la santidad.
En una palabra, el heroico testimonio evangélico de este atrayente hombre de Dios, reconocido por la Iglesia y propuesto de nuevo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, constituye para cada uno una fuerte invitación a vivir con pasión y entusiasmo su fe, en las múltiples y complejas situaciones de la época contemporánea.
Juan Pablo II
lunes, 14 de septiembre de 2009
La Exaltación de la Santa Cruz
Este día nos recuerda el hallazgo de la Santa Cruz en el año 320, por parte de Santa Elena, madre de Constantino. Más tarde Cosroas, rey de Persia se llevó la cruz a su país. Heraclio la devolvió a Jerusalén. El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida. Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes.Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.
La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor. Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros.
Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.
Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: "En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero" (Himno de Laudes).
En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas.
Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente. Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega. "No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años.
Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos.
Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya. Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.
Fuente: Evanngeilo del Día
martes, 8 de septiembre de 2009
Federico Ozanam
“Me gustaría encerrar el mundo entero en una red de caridad”
“La única regla a seguir para los actos humanos, la única ley que debe gobernarlos , es la del amor”
«Vencer sin riesgos es triunfar sin gloria, pero cuanto más difícil es la obra tanto más bello es realizarla»
«Yo he prometido a Dios dedicar mis días al servicio de la Verdad que me ha concedido la paz»
«La frialdad de París congela mi sangre... su corrupción paraliza mi espíritu»
«Estudia, me dijo el otro día [un profesor], las cosas de este mundo pero mirándolas con un solo ojo a fin de tener el otro constantemente fijo en la luz eterna. Y nunca escuches a los eruditos sino con un oído, así puedes percibir con el otro los dulces acentos de la voz de tu Amigo celestial, porque sin esta preocupación caerás fácilmente rompiéndote la cabeza con alguna piedra»
«Nosotros poseemos dos caminos: uno para buscar la verdad y otro para vivirla; durante toda nuestra vida hemos de vivir la verdad»
Hay necesidad de «Consolidar la fe y de reanimar la caridad en la juventud católica»
«No buscar hacerse ver, pero dejarse ver»
«Yo no niego ni rechazo algunas de las varias combinaciones de gobierno, pero sólo las acepto como instrumentos para conseguir que los hombres sean más felices y mejores»
Beato Federico Ozanam
lunes, 7 de septiembre de 2009
Frases de Edith Stein
miércoles, 2 de septiembre de 2009
¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!
Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!
Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues, —os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza— permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo El tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!
Homilía del Papa Juan Pablo II en el comienzo de su pontificado
martes, 1 de septiembre de 2009
"Amen a Dios con generosidad, con confianza,
sin mirar atrás, sin miedo.
Entréguense totalmente a Jesús.
Él contará con ustedes para realizar grandes cosas
si creen mucho más en su amor
que en la propia debilidad.
Crean en Él, confíen ciega y absolutamente en Él,
porque Él es Amor."