"Los jóvenes y la universidad: dar testimonio de Cristo en el ambiente universitario"
En nuestra época es importante volver a descubrir el vínculo que une la Iglesia y la Universidad. La Iglesia, de hecho, no sólo ha tenido un papel decisivo en la institución de las primeras universidades, sino que ha sido a lo largo de los siglos taller de cultura, y aun hoy se ocupa activamente en este sentido mediante las Universidades católicas y las diversas formas de presencia en le vasto mundo universitario. La Iglesia aprecia la Universidad como uno de esos "bancos de trabajo, en los que la vocación del hombre al conocimiento, de la misma manera que el lazo constitutivo de la humanidad con la verdad, como objetivo del conocimiento, se convierte en una realidad cotidiana" para tantos profesores, jóvenes investigadores y multitud de estudiantes (Discurso a la UNESCO, nº 19, Ecclesia Nº 1986, 14.06.1980, pg. 21).
Queridos estudiantes, en la Universidad no sólo sois los destinatarios de los servicios, sino que sois los verdaderos protagonistas de las actividades que ahí se desarrollan. No es casualidad que el período de los estudios universitarios constituya una fase fundamental de vuestra existencia, durante la cual os preparáis para asumir la responsabilidad de elecciones decisivas que orientarán todo vuestro futuro. Por este motivo es necesario que afrontéis la etapa universitaria con una actitud de búsqueda de las justas respuestas a las preguntas esenciales sobre el significado de la vida, la felicidad y la plena realización del hombre, sobre la belleza como esplendor de la verdad.
Afortunadamente, hoy se ha debilitado mucho la influencia de las ideologías y utopías fomentadas por aquel ateísmo mesiánico que tanto ha incidido en el pasado en muchos ambientes universitarios. Pero no faltan nuevas corrientes ideológicas que reducen la razón sólo al horizonte de la ciencia experimental y, por ende, al conocimiento técnico e instrumental, para encerrarla a veces en una visión escéptica y nihilista. Además de inútiles, estos intentos de huir de la pregunta del sentido profundo de la existencia pueden transformarse incluso en peligrosos.
Mediante el don de la fe hemos encontrado a Aquel que se nos presenta con aquellas palabras sorprendentes: "Yo soy la verdad" (Jn 14,6). ¡Jesús es la verdad del cosmos y de la historia, el sentido y el destino de la existencia humana, el fundamento de toda realidad! A vosotros, que habéis acogido esta Verdad como vocación y certeza de vuestra vida, os toca dar razón de vuestra fe también en el ambiente y en el trabajo universitario. Ahora se impone la pregunta: ¿cuánto incide la verdad de Cristo en vuestro estudio, en la búsqueda, en el conocimiento de la realidad, en la formación integral de la persona? Puede suceder, también entre aquellos que profesan ser cristianos, que algunos de hecho se comporten en la Universidad como si Dios no existiese. El cristianismo no es una simple preferencia religiosa subjetiva, finalmente irracional, relegada al ámbito de lo privado. Como cristianos tenemos el deber de testimoniar aquello que afirma el Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes: "La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas". (Nº 11). Debemos demostrar que la fe y la razón no son inconciliables, sino que "la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" (cfr. Fides et ratio, Intr.).
¡Jóvenes amigos! Vosotros sois los discípulos y los testigos de Cristo en la Universidad. Sea para todos vosotros el tiempo universitario un tiempo de gran maduración espiritual e intelectual, que os haga profundizar vuestra relación personal con Cristo. Pero si vuestra fe está unida simplemente a fragmentos de tradición, a buenos sentimientos o a una ideología genérica religiosa, entonces no estaréis en condiciones de resistir al impacto ambiental. Por lo tanto, intentad permanecer fieles a vuestra identidad cristiana y enraizados en la comunión eclesial. Para ello alimentaos de una constante oración. Elegid, cuando sea posible, buenos maestros universitarios.
No os quedéis aislados en ambientes que a menudo son difíciles, sino participad activamente en la vida de las asociaciones, movimientos y comunidades eclesiales que actúan en el ámbito universitario. Acercaos a las parroquias universitarias y dejaos ayudar por las capellanías. Hay que ser constructores de la Iglesia en la Universidad, o sea, de una comunidad visible que cree, que reza, que da testimonio de la esperanza y que acoge en la caridad toda huella del bien, de la verdad y de la belleza de la vida universitaria. Estoy seguro que los Pastores no dejarán de preocuparse por dedicar un especial cuidado a los ambientes universitarios y destinarán a esta misión santos y competentes sacerdotes.
No basta "hablar" de Jesús a los jóvenes universitarios: también hay que hacerles "ver" a Cristo a través del testimonio elocuente de la vida (cfr. Novo millennio ineunte, 16). Os deseo que puedan fortalecer vuestro amor por la Iglesia universal y vuestro compromiso al servicio del mundo universitario. Cuento con cada uno y cada una de vosotros para transmitir a vuestras Iglesias locales y a vuestros grupos eclesiales la riqueza de los dones que en estas intensas jornadas recibís.
Al invocar en vuestro camino la protección de la Virgen María, Sede de la Sabiduría, imparto de corazón una especial Bendición Apostólica a vosotros y a todos los que junto a vosotros, quienes componen la gran "comunidad universitaria".
Desde el Vaticano, 25 de marzo 2004
JUAN PABLO II
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