«Maestro, ¿dónde vives? Venid y veréis» (cfr. Jn 1,38-39)
Muy queridos jóvenes:
1. Me dirijo a vosotros con alegría, continuando el largo diálogo que, con motivo de las Jornadas Mundiales de
En los próximos meses, en todas las Iglesias locales os encontraréis con vuestros pastores para reflexionar sobre estas palabras evangélicas. Después, en agosto de 1997, viviremos juntos la celebración de
2. Jóvenes de todo el mundo, ¡en el camino de la vida cotidiana podéis encontrar al Señor! ¿Os acordáis de los discípulos que, acudiendo a la orilla del Jordán para escuchar las palabras del último de los grandes profetas, Juan el Bautista, vieron como indicaba que Jesús de Nazaret era el Mesías, el Cordero de Dios? Ellos, llenos de curiosidad, decidieron seguirle a distancia, casi tímidos y sin saber que hacer, hasta que él mismo, volviéndose, preguntó: «¿Qué buscáis?», suscitando aquel diálogo que dio inicio a la aventura de Juan, de Andrés, de Simón «Pedro» y de los otros apóstoles (cfr. Jn 1,29-51).
Precisamente en aquel encuentro sorprendente, descrito con pocas y esenciales palabras, encontramos el origen de cada recorrido de fe. Es Jesús quien toma la iniciativa. Cuando Él está en medio, la pregunta siempre se da la vuelta: de interrogantes se pasa a ser interrogados, de «buscadores» nos descubrimos «encontrados»; es Él, de hecho, quien desde siempre nos ha amado primero (cfr. 1Jn 4,10). Ésta es la dimensión fundamental del encuentro: no hay que tratar con algo, sino con Alguien, con «el que Vive». Los cristianos no son discípulos de un sistema filosófico: son los hombres y las mujeres que han hecho, en la fe, la experiencia del encuentro con Cristo (cfr. 1Jn 1,1-4).
Vivimos en una época de grandes transformaciones, en la que declinan rápidamente ideologías que parecía que podían resistir el desgaste del tiempo, y en el planeta se van modificando los confines y las fronteras. Con frecuencia la humanidad se encuentra en la incertidumbre, confundida y preocupada (cfr. Mt 9,36), pero
Trayendo a la memoria vuestras palabras en los inolvidables encuentros que he tenido la alegría de vivir con vosotros en mis viajes apostólicos por todo el mundo, me parece descubrir en ellas, de forma insistente y viva, la misma pregunta de los discípulos: «Maestro, ¿dónde vives?». Aprended a escuchar de nuevo, en el silencio de la oración, la respuesta de Jesús: «Venid y veréis».
3. Muy queridos jóvenes, como los primeros discípulos, ¡seguid a Jesús! No tengáis miedo de acercaros a Él, de cruzar el umbral de su casa, de hablar con Él cara a cara, como se está con un amigo (cfr. Ex 33,11). No tengáis miedo de la «vida nueva» que Él os ofrece: Él mismo, con la ayuda de su gracia y el don de su Espíritu, os da la posibilidad de acogerla y ponerla en práctica.
Es verdad: Jesús es un amigo exigente que indica metas altas, pide salir de uno mismo para ir a su encuentro, entregándole toda la vida: «quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35). Esta propuesta puede parecer difícil y en algunos casos incluso puede dar miedo. Pero – os pregunto – ¿es mejor resignarse a una vida sin ideales, a un mundo construido a la propia imagen y semejanza, o más bien buscar con generosidad la verdad, el bien, la justicia, trabajar por un mundo que refleje la belleza de Dios, incluso a costa de tener que afrontar las pruebas que esto conlleva?
¡Abatid las barreras de la superficialidad y del miedo! Reconociéndoos hombres y mujeres «nuevos», regenerados por la gracia bautismal, conversad con Jesús en la oración y en la escucha de
4. «Venid y veréis». Encontraréis a Jesús allí donde los hombres sufren y esperan: en los pequeños pueblos diseminados en los continentes, aparentemente al margen de la historia, como era Nazaret cuando Dios envió su Ángel a María; en las grandes metrópolis donde millones de seres humanos frecuentemente viven como extraños. Cada ser humano, en realidad, es «conciudadano» de Cristo.
Jesús vive junto a nosotros, en los hermanos con los que compartís la existencia cotidiana. Su rostro es el de los más pobres, de los marginados, víctimas casi siempre de un modelo injusto de desarrollo, que pone el beneficio en el primer puesto y hace del hombre un medio en lugar de un fin. La casa de Jesús está donde un ser humano sufre por sus derechos negados, sus esperanzas traicionadas, sus angustias ignoradas. Allí, entre los hombres, está la casa de Cristo, que os pide que sequéis, en su nombre, toda lágrima y que les recordéis a los que se sienten solos que nadie está solo si pone en Él su esperanza (cfr. Mt 25,31-46).
5. Jesús vive entre los que le invocan sin haberlo conocido; entre los que, habiendo empezado a conocerlo, sin su culpa, lo han perdido; entre los que lo buscan con corazón sincero, aún perteneciendo a situaciones culturales y religiosas diferentes (cfr. Lumen gentium, 16). Discípulos y amigos de Jesús, haceos artífices de diálogo y de colaboración con todos los que creen en un Dios que gobierna con infinito amor el universo; convertíos en embajadores de aquel Mesías que habéis encontrado y conocido en su «casa»,
Jesús vive entre los hombres y las mujeres «que se honran con el nombre de cristianos» (cfr. Lumen gentium, 15). Todos los pueden encontrar en las Escrituras, en la oración y en el servicio al prójimo. En la vigilia del tercer milenio, cada día es más urgente reparar el escándalo de la división entre los cristianos, reforzando la unidad por medio del diálogo, de la oración común y del testimonio. No se trata de ignorar las divergencias y los problemas utilizando un cierto relativismo, porque sería como cubrir la herida sin curarla, con el riesgo de interrumpir el camino antes de haber llegado a la meta de la plena comunión. Al contrario, se trata de actuar – guiados por el Espíritu Santo – con vistas a una real reconciliación, confiando en la eficacia de la oración pronunciada por Jesús la vigilia de su pasión: «Padre, que sean uno como nosotros somos uno» (cfr. Jn 17,22). Cuánto más os unáis a Jesús, mayor será vuestra capacidad de unión; y en la medida en que realicéis gestos concretos de reconciliación, entraréis en la intimidad de su amor.
Jesús vive concretamente en vuestras parroquias, en las comunidades en las que vivís, en las asociaciones y en los movimientos eclesiales a los que pertenecéis, así como en otras formas contemporáneas de agregación y de apostolado al servicio de la nueva evangelización. La riqueza de tanta variedad de carismas es un beneficio para toda
6. Jesús es «
En vuestros grupos, queridos jóvenes, multiplicad las ocasiones de escucha y de estudio de
7. Jesús vive entre nosotros en
Alrededor de la mesa eucarística se realiza y se manifiesta la armoniosa unidad de
8. Queridos jóvenes, iluminados por
Pero ¿por qué se reconocerá que sois verdaderos discípulos de Cristo? Porque «os amaréis los unos a los otros» (Jn 13,35) siguiendo el ejemplo de su amor: un amor gratuito, infinitamente paciente, que no se niega a nadie (cfr. 1Cor 13,4-7). Será la fidelidad al mandamiento nuevo que certificará vuestra coherencia respecto al anuncio que proclamáis. Ésta es la gran «novedad» que puede asombrar al mundo desgraciadamente todavía herido y dividido por los violentos conflictos, a veces evidentes y claros, otras, sutiles y escondidos. En este mundo vosotros estáis llamados a vivir la fraternidad, no como una utopía, sino como posibilidad real; en esta sociedad estáis llamados a construir, como verdaderos misioneros de Cristo, la civilización del amor.
9. El 30 de septiembre de 1997 celebraremos el centenario de la muerte de Santa Teresa de Lisieux. Sin duda que en su patria su figura llamará la atención de los jóvenes peregrinos, porque Santa Teresa es una santa joven que hoy propone de nuevo este simple y sugerente anuncio, lleno de estupor y de gratitud: Dios es Amor; cada persona es amada por Dios, que espera que cada uno lo acoja y lo ame. Un mensaje que vosotros, jóvenes de hoy, estáis llamados a acoger y gritar a vuestros coetáneos: «¡El hombre es amado por Dios! Éste es el simplicísimo y sorprendente anuncio del que
De la juventud de Teresa del Niño Jesús brota su entusiasmo por el Señor, la gran sensibilidad con la que ha vivido el amor, la audacia no ilusoria de sus grandes proyectos. Con la atracción de su santidad, confirma que Dios también concede a los jóvenes, con abundancia, los tesoros de su sabiduría.
Recorred con ella el camino humilde y sencillo de la madurez cristiana, en la escuela del Evangelio. Permaneced con ella en el «corazón» de
10. Queridos jóvenes, en la casa donde vive Jesús encontrad la presencia dulce de
A Ella encomiendo las esperanzas y deseos de los jóvenes que, en cada rincón del mundo, repiten con Ella: «He aquí la sierva del Señor, hagáse en mí según tu palabra» (cfr. Lc 1,38) y van al encuentro de Jesús para habitar en su casa, preparados para anunciar después a sus coetáneos, como los Apóstoles: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41).
Con estos sentimientos os saludo cordialmente a cada uno, al mismo tiempo que, acompañándoos con la oración, os bendigo.
JUAN PABLO II
Castel Gandolfo,15 de agosto de 1996,
Fiesta de
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