jueves, 29 de noviembre de 2007

Federico Ozanam y el Dolor

F.V.D.
"No ama quien quiere, sino quien se entrega por amor, y el amor pasa por la Cruz"
Nacido en Milán el 23 de abril de 1813 y fallecido en Marsella el 8 de septiembre de 1853, de fe viva y profunda, fue una extraordinaria figura del laicado católico.

Esposo y padre de una hija, su corta vida estuvo llena de oración, acción y compromiso cristiano, atrayendo y congregando a jóvenes dispuestos a enfrentarse a quienes pretendían enseñarles en la escuela y en la universidad doctrinas anticristianas.

Sentó las bases del nuevo pensamiento social defendiendo la justicia en las relaciones laborales y humanas, condenando la esclavitud y rechazando las enormes diferencias entre ricos y pobres. Su obra tendió a sustituir la limosna por la justicia social.

En 1833 y con el único objetivo de evangelizar a través de una actuación personal con los necesitados, se crea la Conferencia de la Caridad. Poco después esta conferencia y otras que fueron surgiendo, bajo la protección de la Virgen y el patronazgo de San Vicente de Paúl, dan origen a las Conferencias de San Vicente de Paúl, institución laica al servicio de los pobres.

Es considerado uno de los precursores de la democracia cristiana, al haber usado en 1830, dicho concepto "He creído y creo aun, en la posibilidad de la Democracia Cristiana; más aún, no creo en otra cosa, tratándose de política". Ozanam hace un estudio profundo en relación con la Democracia y el Cristianismo ya que le preocupaba la indiferencia de los católicos para incorporarse a la lucha política (Hay que tomar en cuenta que para ese entonces lo democrático era visto como un sinónimo de anticlericalismo, de ateísmo militante y de seudo-liberalismo en Francia). Planteó que no solo la caridad era necesario sino que era urgente la institucionalidad, acompañada de un nuevo factor: La Democracia. A raíz de sus estudios Ozanam fundó un movimiento político el cual tuvo corta actuación debido al golpe de estado que llevó a Luis Napoleón al gobierno en 1851.
Murió muy joven, pero ciento cincuenta años más tarde siguen vivos sus planteamientos sociales y su testimonio evangélico. Su vida la podemos resumir en tres palabras: oración, trabajo y entrega, tres principios permanentes en la concepción del cristianismo que Ozanam supo vivir y transmitir.

El 22 de agosto de 1997 fue beatificado por Juan Pablo II en la catedral de Notre Dâme en Paris.


Ozanam y el dolor

«Uno se cansa de tanto relajamiento universal», dice Ozanam. Es verdad. Incluso la caridad se relaja.

¿De dónde procede este relajamiento universal? Del alejamiento del sacrificio. Bien dice monseñor Fulton Sheen que el hombre moderno quiere una religión sin calvario y un cura de buenos modales que no mencione el infierno ante los oídos de la gente bien criada.

Nos alejamos del dolor como de un leproso. Nos causa vértigo si no náuseas las palabras de Santa Teresa: «sufrir o morir». Pero lo cierto es que «Dios visita a quienes ama», lo dice bien claro El mismo, en el Apocalipsis «yo castigo a aquellos que amo».

«Dios quiere nuestra adhesión completa, por eso nos sujeta con los lazos más fuertes que existen en el corazón humano».

Para ir al Cielo hay que pagar el derecho de piso con la «resignación a todo», porque «las grandes aflicciones; cristianamente sobrellevadas, fortalecen el alma».

El dolor, «considerado desde arriba», es un rocío de gracia que hiere para purificar y purifica para santificar. ¿Dudamos? Es que nos falta esa nostalgia de santidad de almas heroicas.
Bien se ve porque «el discípulo no es mayor que el Maestro» que su destino el del cristianismo más que dominar, es combatir y sufrir. Por mi parte - continúa Ozanam- lejos de escandalizarme por eso, encuentro motivo de fortalecer mi fe, pues reconozco las promesas evangélicas; Nuestro Señor no nos predijo otra cosa. Sobre el Tabor sólo permaneció un instante y no tenemos imagen de su transfiguración, pero sobre la cruz estuvo un día entero y sobre todos nuestros altares vemos su humildad crucificada».

¿Cómo comprendemos esta verdad si no lloramos con el que llora, como exhorta San Pablo?

No ama quien quiere, sino quien se entrega por amor, y el amor pasa por la Cruz. Necesitamos amor al dolor y en el dolor propio o ajeno que sublimando nuestras obras deje ver el rostro de Dios.

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