martes, 13 de noviembre de 2007

Walter Elías Chango Rondeau (1921-1939)

F.V.D.

“La comunión es la vida del alma. Lejos de ella nuestra alma languidece y muere, incapaz de esfuerzo ni de mejoramiento”.


El 1 de noviembre de 1921, en la ciudad de Montevideo, nació Walter Elías Chango Rondeau. Sus padres fueron Pedro Chango y Teresa Rondeau. Creció en un hogar cristiano dignificado por el trabajo y la honradez.

“Un apóstol de la Eucaristía”. Desde niño se distinguió por su amor a la Eucaristía. Walter que tanto amaba a Jesús, no se contentaba con manifestarle su amor, sino que conducía a otros al encuentro con Cristo.

“Incompresible grandeza de la Eucaristía! El Dios eterno, infinito en toda perfección, oculta su grandeza bajo el velo aparente de una blanca hostia, para darse en alimento al hombre infinitamente indigno de recibir la suprema grandeza”
. (Jueves 18).

“Si el hombre no tuviera más pruebas de la Presencia Real que los efectos de una comunión bien hecha, con esa sola le bastaría”. (Jueves 18).

“El hombre tan presto en agradecer los mezquinos favores de las criaturas, cuan insensatamente ingrato se muestra para con Cristo que en un acto de generosidad infinita le da su propia carne en alimento”. (Viernes 19).

Durante la preparación al Congreso eucarístico de 1938 que se realizó en Montevideo, trabajó incansablemente. Pero Walter no solamente se quedaba en una mera propaganda sino que vivía ese momento como un apostolado, una ocasión para encontrarse con otros y compartir la fe. Walter sentía profundamente su vocación laical y la vivía con radicalidad y entrega.

"La misa es una acción, un acontecimiento visible, una realidad exterior, en la que debemos tomar parte y colaborar. La misa no es una representación o recuerdo, es una realidad presente."

"La misa del domingo debe influir, debe modificar toda nuestra vida durante la semana entera. Toda la semana debe estar centralizada, regida por la misa, que debe ser algo así como el sol que ilumine, que transforme toda aquella semana."

Diariamente rezaba el rosario, pero en sus últimos días cuando ya no era capaz de concentrarse en la oración repetía jaculatorias marianas mientras pasaba las cuentas.

Su amor por los pobres y los enfermos solía repetir: “lo que doy a los pobres a Cristo se lo doy”, y tenía la capacidad de ver en el prójimo al propio Jesucristo “que fácil nos sería un pequeño sacrificio de un gusto para poder darle a Cristo en sus pobres”.

Catequista a tiempo completo. Su primo y ahijado Enrique Rondeau afirma haber tenido el honor y privilegio de que el mismo Walter fue quien lo preparó para hacer la primera comunión. Y así lo dijo: “Era un catequista a tiempo completo, no solamente cuando nos encontrábamos para el momento específico de recibir el catecismo, sino que en todo momento y con naturalidad me trasmitía valores cristianos y me hablaba de Cristo”.

Su vida parroquial estaba marcada especialmente por dos actividades: la Acción católica y la congregación laical a la cual pertenecía dedicada a la Inmaculada Concepción y a San Estanislao de Kostka. En la parroquia - Basílica de Ntra. Del Carmen de la Aguada, se dirigía espiritualmente con el padre Atilio Nicoli quien posteriormente se convirtió en un propagador entusiasta de la conocida fama de santidad del Siervo de Dios. En el colegio Sagrada Familia, Walter era el encargado de juntar la limosna para las misiones, y mostraba mucha alegría y entusiasmo cuando la misma era abundante. El por su parte no escatimaba en generosidad.

Como estudiante Walter era el mejor alumno de su clase, pero no competía para alcanzar o mantener este puesto buscando premios o aplausos. Humildemente y hasta con cierta timidez se acercaba a recibir los numerosos premios que le eran concedidos. Llegó incluso a ganar la medalla de oro que en aquellos años concedía el colegio de la Sagrada Familia a los mejores estudiantes. Sus compañeros le recordaron siempre con simpatía y aprecio porque no veían en el a un estudiante soberbio que hiciera alarde de sus conocimientos sino que por el contrario a un compañero ejemplar, siempre dispuesto a dar una mano a quien se le acercaba pidiendo ayuda. Al finalizar sus estudios consiguió un empleo donde trabajo como oficinista. Si bien trabajo poco tiempo porque comenzaron pronto los síntomas de su enfermedad, dejó huellas imborrables por su compañerismo.

“No tenemos derecho a ser mediocres.”

“Deseo conquistar la santidad.”

“No basta que yo sea bueno, es necesario que trabaje para que sean buenos mis compañeros, no basta que yo sea honrado, también debo anhelar que sean honrados mis compañeros. El apostolado exige el sacrificio, nada grande, nada bueno se hace sin ningún sacrificio, el que es cristiano y oriental debe saber que no debe amar las vulgaridades sino lo que es bueno, excelente aunque deba sacrificarse hasta lo último.”

Al sentir cercana su muerte pidió la Santa Unción y luego de recibirla besó sus manos ungidas con extraordinario fervor. Pidió a sus padres la bendición y luego tomando su crucifijo los bendijo a ellos. La enfermedad avanzaba. Llamaba la atención su serenidad, su cristiana entereza frente al sufrimiento, su profunda paz interior, su fe inmensa y su alegría durante la enfermedad. Con total abandono a la voluntad de Dios decía:

“Estoy en manos de Dios. Sea lo que Él quiera.”

Siguió a Cristo por la vía del dolor, valientemente, sin mirar atrás. Un día estaba muy abatido porque a causa de sus frecuentes vómitos no podía comulgar. El padre Atilio Nicoli, su confesor y director espiritual, le habló del abandono de Jesús en la Cruz. Esta reflexión lo tranquilizó y tomando en sus manos un crucifijo se puso a contemplarlo profundamente. Poco después apretándolo entre sus manos exclamó: “Muero tranquilo”. Estas fueron sus últimas palabras. Walter que amaba a Cristo irradiaba a Cristo tanto en su vida como en el instante de su muerte.

“No somos de este mundo, somos de Dios y vamos a Dios.”

A las 19.00 horas del día 18 de noviembre de 1939 entregó su alma a Dios. Fue enterrado en el cementerio de la Teja. Sesenta años después, el 18 de noviembre de 1999 sus restos fueron trasladados a su Parroquia, la Basílica de Nuestra Señora del Carmen de la Aguada. Es visitado con respeto y devoción por muchos fieles, especialmente los días 18 de cada mes en que se celebra la Eucaristía por su eterno descanso. El padre Nicoli dejó escrito que aquellos que lo conocieron dijeron: “Ha muerto un santo”

No hay comentarios.: